Isla
Habían pasado solo tres días desde mi declaración, pero sentía que había envejecido años.
Cada amanecer, nuevos lobos llegaban al claro de entrenamiento: jóvenes expulsados por sus familias, guerreros sin manada, incluso humanos que sabían demasiado para vivir entre los ignorantes.
—¿Confías en todos ellos? —me preguntó Liam.
—No. Pero confío en su decisión de estar aquí —respondí.
Nos pasábamos horas entrenando. Yo con Evelyn, que me enseñaba a canalizar la energía de la luna, y Liam con los lobos más fuertes, enseñándoles a proteger, no a controlar.
—Tu poder no es una maldición —me decía Evelyn mientras me ayudaba a enfocar una ráfaga de energía—. Es tu herencia. Lo que hagas con él, eso es lo que te definirá.
Una noche, mientras todos dormían, subí sola a la colina. El viento era frío, pero reconfortante. Cerré los ojos y susurré:
—Si estás ahí, Primera Hija… guíame.
Y por un segundo, solo uno, sentí una mano invisible sobre mi hombro.