Isla
La calma tras la tormenta traía consigo una paz inesperada, pero también nuevos desafíos.
La manada estaba herida, física y emocionalmente, y sabíamos que reconstruir no sería sencillo.
Cada rincón del refugio llevaba marcas de la batalla, pero también estaba impregnado de esperanza.
Liam y yo trabajamos codo a codo para sanar a los nuestros y fortalecer nuestra unión.
Pero, más allá de las cicatrices visibles, sentía que la verdadera prueba era comprendernos a nosotros mismos.
—¿Crees que realmente podremos vivir en paz? —le pregunté una noche, mientras las estrellas nos observaban.
—No solo creo, Isla. Sé que podemos —respondió, con una certeza que me calmó.
Nuestro amor, forjado en la adversidad, era la luz que guiaría nuestro camino.
Y con cada paso, aprendíamos a confiar no solo en la manada, sino también en nosotros mismos.