Mientras la celebración continuaba alrededor del fuego, miré a Isla y supe que no había nada que temer.
El pasado había sido duro, la batalla intensa, pero el presente nos ofrecía esperanza.
—Isla —le susurré mientras la luna iluminaba su rostro—, este es solo el principio de nuestra historia.
Ella sonrió, y en ese instante, sentí que todo valía la pena.
Con la manada a nuestro lado, con la fuerza del amor y la luna como testigo, estábamos listos para escribir un futuro donde la paz y la libertad fueran la única verdad.
Porque en nuestras almas, el vínculo era eterno.
Y así, bajo el cielo estrellado, sellamos nuestro destino.
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