Les dejo una pequeña foto de Lynette para que vayan teniendo una imagencilla de cómo es nuestra chica peliroja.
¡Ahora sí, a lo que venimos!
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La noche abrazaba un tenue silencio poco usual. Probablemente yo me encontraba demasiado paranoica o probablemente era algo de lo que no me había percatado últimamente. Por lo general cuando eres una persona feliz no notas las pequeñas preocupaciones o los pequeños cambios a tu alrededor. Porque te encuentras en tu burbuja de felicidad, no existe nada imperfecto, nada que te derribe, nada que te produzca algún sentimiento poco común. –¿Te parece bien un café o prefieres un restaurante? –
Ojos azules habló nuevamente, comenzaba a sentir que era una pésima idea el venir con él. Pero no podía soportar la idea de sumergirme en mis pensamientos nuevamente. Quería huir de ellos, sea como sea. Hurgué en mi bolcito negro que colgaba de una correa de cuero, busqué mi móvil y de forma inconsciente empecé a teclear.
¿Deseas un muffin? Saldré con un chico, volveré dentro de una hora.
Sin embargo, me detuve al instante en el que terminé de teclear el mensaje. Qué estúpida me sentía... Borré cada una de las letras una a una y sentí una punzada en el pecho al leer el destinatario de mi mensaje.
«Mami»
¿Cuánto tiempo se tarda una persona en asimilar la pérdida de un ser querido? ¿Cuánto tiempo voy a sentirme de esta forma? Estaba comenzando a pensar en la idea que me ofreció el maestro de Investigación de mi universidad. Quizás si debía buscar ayuda psicológica para lidiar con el luto. –Café está bien, creo que ahora que hace un poco de frío es muy efectivo. –
–Tienes razón. El café siempre es bueno para momentos como estos en donde el clima parece no ser el que acostumbra ser. – Dean era un chico con una sonriente expresión muy fresca. Muy juguetona. Su rostro lucía jovial. Le pondría unos veinte años, probablemente mi edad. Me fijaba en los detalles que presentaba. De alguna forma creo que necesitaba una persona así de fresca dentro de mi vida. Una persona que no me recordara mi vida diaria. Una persona que me ayudara a sentirme menos en el entorno que tanto me derrumbaba. Sonreí, él hablaba y hablaba y yo solamente pensaba en lo mucho que su palabrería me ayudaba. Sonrió de igual forma en cuanto yo lo hice, siguiendo mi expresión con bastante diversión.
–¿Qué? –Cuestioné ampliando la sonrisa.
–Nada, solo... Luces realmente bonita cuando sonríes. – Vaya. No esperaba palabras como esas. Pero de alguna forma pronuncié una sonrisa de labios sellados y solo acomodé un rebelde mechón de cabello detrás de mi oreja.
–Pues gracias. Supongo Dean. Pero cuéntame ¿cómo es que nos vamos encontrando en el mismo lugar dos veces? –
–¡Esa es una muy buena pregunta! ¿Será el destino? No siempre encuentras una bonita peliroja echando plática a la nada en medio de un puente a un paso vehicular. – Tenía razón. No siempre se encontraba a una muchacha demente hablando sola. Ojos grises, ¿fuiste acaso una fantasía?
–Creo que ha sido una muy bonita casualidad. – Le respondí.
La cafetería elegida era muy bonita. Su interior se encontraba perfectamente ambientado con calefacción. El aroma a granos de café recién tostados inundó por completo mis sentidos. Unos cuantos aromas a dulces recién horneados me abrieron el apetito. Dean eligió una mesa cercana a una gran vidriera. Podía vislumbrar el exterior con gran facilidad. Las luces de noche de los autos iban y venían. Y yo me encontraba mirando a través del cristal con una expresión algo distante a la realidad. Habían momentos en los que me sentía bien, sin embargo habían otros en donde me sentía realmente frustrada conmigo misma por no pedir ayuda. ¿Por qué no solo enfrentaba la realidad? Necesitaba ayuda pero no quería que nadie me la ofreciera. Deseaba poder enfrentarme a esto con la cabeza completamente fría y distante de emociones.
Puedes, princesa. Solo debes pedirme ayuda.
Bebí el último sorbo de mi café y lentamente deposité la base de la taza sobre el platito de postre que sostenía elegantemente la taza. Miré a mí alrededor en busca de alguien; sin embargo no se encontraba nadie más que no fuera Dean.
–¿Te gustaría que te ayudara? – Detuve mi búsqueda panorámica y mi atención se centró en Dean, quien me mostró una media sonrisa. ¿Acaso él podía...?
Fruncí el ceño a medida que entreabría mis labios un poco, algo curiosa por la situación. –¿Ayudarme? ¿A qué te refieres? –
–Luces deprimida. Puedo verlo en tus ojos. He conocido la tristeza en muchos rostros, pero tu mirada la grita. – Tristeza. Joder. ¿Tan mal debo verme para que alguien me haya tenido que invitar a un café solo porque pensaba que podría suicidarme? Bajé la mirada hacia mi taza de café. Tensé la mandíbula al sentirme de alguna forma humillada. No quería la ayuda de nadie, no quería que me ayudaran a soportar esto. Estaba segura de que podía hacerlo sola. Mentalmente me daba una bofetada porque sabía perfectamente que era lo que necesitaba. Debía pedir ayuda pero me rehusaba a pedirla. Me rehusaba a tener que pedir la ayuda de alguien y hablar de mis problemas. Me rehusaba a tener que platicar sobre mis sentimientos. Solo quería que desaparecieran. Solo quería olvidarme de ellos.