Lazos de Sangre

6. Ojos Grises

La brisa sopló con rebeldía cuando me planté sobre el césped. Admirando la quietud del cementerio, la quietud de lápidas que se encontraban inertes a mi alrededor. Esto es lo que buscaba. ¿No? Calma. Serenidad. No quería platicar con nadie y de alguna forma en este lugar no encontraría nadie con quien hablar. I mean, en el sentido literal de las cosas. Sonreí ante mi divagación mental, era tan estúpida que ni siquiera sé por qué no me detuve desde un principio.

Paso a paso fui caminando a través de las lápidas. Reconocía el camino perfectamente a pesar de que habían sido escasas veces las que había acudido a ese lugar desde el deceso de mi madre. Comprendí que no necesitaba memorizar el camino a consciencia. Habían cosas que no se olvidaban fácilmente por más de que lo desees. O por más que te esfuerces en mantenerlas presentes. Solo se mantenían, selladas en el interior de la memoria.

Una vez llegué a lo que supuestamente era la tumba de mamá, solo la admiré. Consciente de que solo era un cascarón vacío con su esencia. Me incliné poco a poco, depositando la cajita contenedora del postre de Nelly sobre el césped para, posteriormente, apoyando mis palmas sobre el mismo, sentarme frente a la lápida tallada que tenía grabado el nombre de mi madre. Ella no estaba allí pero no necesitaba estarlo para sentir su presencia.

La echaba de menos… Extrañaba sus jugarretas. La jovialidad de su carácter. Su sonrisa.

Suspiré. El dolor en el pecho volvía y le di la bienvenida como a un viejo amigo al que no veía hace mucho tiempo. Los acontecimientos que estaban volteando mi vida de cabeza sí que habían sido lo suficientemente fuertes como para distraerme de este dolor.

Incliné mi cabeza, dejando que mi cabello danzara con la brisa que azotaba mi cuerpo. No importaba qué, estaba sola. Y eso era algo que debía repetirme a mí misma a partir de ahora.

No podría ver a mis amigos porque ellos estarían ocupados con sus planes, los planes a los que ahora no pertenecía porque tendría que ir a otra institución por culpa de mis antepasados y la maldita energía que contenía en mi interior. No podía ver a mamá porque había muerto, probablemente asesinada.

Asesinada.

Apreté la mandíbula, intentando controlarme. No. ¿Por qué debía? No había nadie a mí alrededor. Al recordarme ese hecho me largué a descargar todo lo que había contenido a lo largo de estos días. Las lágrimas acariciaron mis mejillas, empapándolas. Humedeciéndolas. Recordándome lo frágil que era mi corazón.

Lo frágil que era la vida. Lo injusta que resultaba ser cuando alguien estaba feliz. Cuando alguien intentaba ser feliz. Lo sencillo que era el pensar en acabar con ella.

Pero siempre puedes solo apagarte. Princesa.

Del llanto que estaba descargando solo quedó un leve suspiro. Mis ojos apenas vislumbraban borrosos la lápida de mamá. Inspiré una profunda bocanada de aire y miré a mi alrededor, con calma.

Buscando, intentando descubrir si había sido mi imaginación otra vez, o si de verdad se trataba de él. De dueño de esa voz en mis pensamientos.

Pero no vislumbraba nada. Absolutamente nada.

O al menos así fue hasta que escuché un leve crujido a mis espaldas, seguido de un chasquido. Exhalé sorprendida y giré mi cabeza un poco antes de voltear y encontrarme con la figura de un muchacho inclinado hacia mí. Me tendía un pañuelo. Olvidé hasta cómo tenía que respirar.

–Hoy es un día de esos en los que lloras. Siempre tengo el privilegio de encontrarte tan vulnerable. – Relamió su labio inferior. Y yo solo pude perderme en sus ojos.

Ojos grises. Sí, preciosos ojos grises y rostro afilado, demasiado atractivo. Lo suficiente como para hacerme olvidar siquiera el momento en el que me encontraba. Recordé la primera vez que lo vi en el puente aquella noche. No podía dejar de sentirme así.

Ojos grises solo ladeó una pequeña sonrisa antes de soltar el pañuelo. Juraría que lo vi caer en cámara lenta hacia el césped. Entonces él enjugó mis lágrimas suavemente, delineando el contorno de mis ojos con cuidado. – No llores. Me forzarás a distraerte de alguna forma. – Susurró en la íntima cercanía que compartíamos. En la cercanía que él estaba eliminando de a poco.

Bufé casi como una risa con su comentario pero me congelé cuando su rostro eliminó por completo la distancia entre ambos. Estaba demasiado, demasiado cerca. Mi corazón saltó, palpitando rápido en un tamborileo.

–Uf. ¿Te pongo nerviosa, Lynette? – Su aliento no era tan cálido, pero sí que era seductor. Todo en él lo era.

–N-No. Solo… Estás muy cerca y… – No pude continuar hablando, incrementó la cercanía al punto en el que unió su frente contra la mía. Su mano se afirmó a la parte posterior de mi cabeza.

–¿Qué haces aquí? No es un lugar al que debas acudir durante la noche. – Luché contra la decepcionante sensación que se instó en mi pecho cuando él finalmente tomó distancia entre ambos.



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En el texto hay: adolescentes, vampiros, sobrenatural

Editado: 11.09.2023

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