El joven se despertó esa mañana listo para ir a estudiar cómo de costumbre, no podía esperar a ver a Maite, su amada de tantos años, de seguro ella se alegraría de verlo también.
Su hermano menor se había ido ya a estudiar al colegio, usualmente no tenían demasiado tiempo para estar juntos, esta vez no era una excepción, aunque ya sé había acostumbrado a ello.
Ya vestido se preparó un pan con mantequilla, mientras se lo comía vio la hora, sus ojos se abrieron y casi se atragantó, ahora estaba más apurado, estaba media hora atrasado y el microbús estaba por llegar.
Desarreglado, bajó con rapidez las escaleras que lo llevaban al primer piso y corrió velozmente al microbús que ya estaba partiendo, el camino agrietado no lo hacía más fácil.
Estaba por llegar, y una grieta lo hizo tropezar, cayó bruscamente en el asfalto, se maldijo a si mismo por su idiotez, pero más maldijo de perder el microbús.
No iba a ser un día muy feliz por lo que se podía deducir.
Al final, decidió llamar a un Uber, le saldría dinero, pero no podía faltar a la clase. El auto llegó en relativamente poco tiempo, y el tardo nada en subir.
Lo recibió un hombre de mediana edad, su largo cabello se sacudió cuando volteo hacia atrás para pedir el destino.
— A la universidad del Pacífico, por favor.
— Oye, ¿no quea' un poco lejos? —Dijo el chófer un tanto molesto por la petición—.
— ¿Porque mejor no te apuras? —Dijo él ya bastante estresado—.
El chófer se quedó callado y partió el vehículo a la universidad. Que no quedaba cerca, pero no tenía otra opción.
— ¿Por qué llamai' a un Uber en vez de ir en micro? —Pregunto el chófer en medio del camino—.
— Porque se me pasó po, no puedo llegar atrasado a las clases, mi última esperanza era un Uber, menos mal que son bastante accesibles —Dijo el joven mirando por la ventana.
— Te encuentro la razón en eso, apenas pude conseguirme este cacharro empeze a ejercer de conductor Uber. Es más cómodo, aunque los weones de los taxistas siempre me webean, son terrible pesaos'.
— Si, tienes razón —Dijo el chico más relajado, tan relajado que no le importaba si llegaba media hora tarde, solo estaba interesado en mirar las casas y personas que vivían a la entrada de Los Canelos, era imposible no ver estudiantes aquí y allá.
Sin embargo, no pudo ver que los chocó cuando volcaron bruscamente.
...
— ¡Oe... ¿Sigues vivo?, ¡Responde!... —la voz del chófer se escuchaba turbia.
El joven se despertó pegado a la ventana trasera del vehículo, todo su cuerpo dolía y su visión era borrosa, como pudo se soltó de la situación apretada en la que estaba y cayó a los asientos traseros, le dolía la cabeza como nunca.
— ¡Amigo!
Se desmayó.
Abrió los ojos adormido en la habitación 327 del hospital, todo su entorno era blanco y no se escuchaban muchas personas, su visión era borrosa, poco podía ver, volvió a cerrar los ojos.
Cada vez que los abría divisaba cosas diferentes, pacientes siendo llevados a sus camillas, a la enfermera que lo iba a revisar de vez en cuando, y al doctor, que revisaba un cuaderno.
— Paciente Diego García, 23 años, sufrió un choque automovilístico, estable, —miró nuevamente su cuaderno— pequeñas heridas alrededor del brazo izquierdo, presuntamente por los cristales del vehículo, algún que otro moretón en su cuerpo, despertará dentro de poco.
Y volvió a dormirse. Tuvo un sueño extraño.
Caminaba en una calle desolada, sin casas, sin vehículos, solo su presencia. De pronto, se empezaron a materializar diferentes cosas frente a él. Su hermano menor, su madre, sus amigos, su amada...
Cada vez que caminaba hacia ellos se alejaban más, era imposible acercarse, ni siquiera corriendo, jamás los alcanzaba.
Mientras más avanzaba, su imagen se distorsionaba más, su hermano comenzó a gritar despavorido de miedo (¿De que?), Los ojos de su madre se abrieron como platos y permanecieron así, sus amigos se abrazaban muertos de horror, y su amada se cubrió la cara, la imagen de ellos cada vez era más terrorífica.
Hasta que llegó un punto donde él no podía avanzar, algo se lo impedía, sus ojos se enfocaron en la imagen frente a él, y ocurrió lo peor.
Su hermano comenzó a vomitar sangre, los ojos de su madre explotaron (si, explotaron) manchando todo de sangre, rasguños de enorme profundidad empezaron a aparecer en los cuerpos de sus amigos, y su amada...su amada de pronto se incendió por completo.
Comenzó a gritar— ¡Detente! ¡Para! ¡Porfavor quien sea has que pare! ¡Por favor! —incapaz de controlar la situación.
Y cuando miro sus manos, se empezaron a deshacer en un baño de sangre.
Despertó en la camilla de su habitación, sus ojos estaban mojados, como si hubiera llorado recientemente. Por fin se ubicó y no sabía qué hacer, estaba hospitalizado, no sabía qué hora era, ni que había pasado en el tiempo que había estado dormido.
— Uh... ¿Enfermera? ¿Doctor? ¿Alguien? —Comenzó a llamar, pero nadie respondía, ni presionando el botón rojo junto a su camilla, nadie atendía a su llamado, y eso lo empezó a asustar.
Empezó a ver su entorno, había flores evidentemente falsas en una banca junto a su camilla, su brazo izquierdo estaba conectado a una máquina que le suministraba suero, había unas pantuflas celestes sobre una alfombra gris con el mensaje "que te mejores".
— Gracias, supongo... —Se dijo a si mismo—.
No encontró solución más que ponerse las pantuflas y una bata para explorar mejor y ver que diablos sucedía ahí. Su cuerpo estaba evidentemente débil por el choque y por los medicamentos, pero pudo finalmente ponerse en pie.
Comenzó a deambular por los pasillos del hospital, estaban desiertos, ni un alma por ahí, ni siquiera personal de limpieza. Llegó hasta la recepción, tampoco, nadie ahí, encontró una radio a batería que seguía produciendo estática. "Quizás aún funciona", pensó para sí mismo, "quizás aún pueda encontrar alguna respuesta".