Lazos de Sangre

Prólogo

Rose

Tome con manos temblorosas el arma con balas de plata y me acurruque incluso más que antes en la esquina de la pared. 
El único mueble que obstruía mi vista de la salida y mis captores, era un viejo armario de madera.

Trate de concentrarme en el ruido del exterior por si oía algo de mis perseguidores.

El viento frío de Enero se coló por las pequeñas rendijas de madera de la pared, haciendo que me encojiera aún más.

Me acomode el abrigo de lana que traía puesto y frote mis manos para entrar en calor.

Debían ser como las una de la madrugada en Oregón.

Y como si fuera poco, estaba siendo perseguida por guardias. Lo que indicaba que a esta altura del momento ya todos debían saber que mi padre había muerto.

¿Entonces por qué no ir con ellos?

Por qué eso implicaría dejar a Ibby, y yo no lo haría.

Dos días pasaron desde que esos malditos apartaron a Ibby de mi lado.

Las cosa no se podían poner peor.

¿O si?

El dolor que atravesaba mi corazón era el peor de todos.

Nunca en toda mi vida me había puesto a pensar que sería de mi vida sin mis seres queridos.
Ahora, más que nunca me daba cuanta de cuán corta era la vida. Siempre creí que los iba a tener conmigo para siempre.

Que estupida fuí al creer eso.

Mi familia estaba muerta.

Y puede que desgraciadamente la próxima fuera Ibby.

Mi pecho se contrajo ante ese pensamiento. Pensar lo que podría estar pasando con ella me estaba matando. El dolor era algo que nunca me imaginé experimentar.

Ahora entendía a Filis Bradbord, un chico de mi clase de trigonometria, cuando decía que no había nada comparado con el dolor de perder a alguien que amas.

Ese hueco, ese vacío que inunda tu corazón no se cura, se queda ahí para siempre; cicatriza sí, pero no se desvanece, no importa cuanto tiempo pase. Si diez, veinte o cien años, nada cambia ese dolor. Se queda enterrado dentro de ti impregnado como un tatuaje para siempre.

Mi familia murió en el incendio provocado por los Lycans. 
Eran una de las más prestigiosas en toda la ciudad y fomentaban a la caza de lobos.

Todos mis primos y hermanos fuimos criados como cazadores. Luchabamos contra nuestros demonios, luchabamos contra esos monstruos que aterraban a las personas. Lo único que queríamos era la paz, pero siempre fuí la excepción.

Nunca quise está vida.

Nunca me gustó seguir las reglas, eso era lo que me diferenciaba de los demás.

Yo creaba mis propias reglas.

De todos modos todo eso ya no importaba. El dolor que estaba sintiendo no me lo quitaba nadie.

Ya no podría ver a mi pequeño Alex bajar corriendo de las escaleras pidiéndome que lo llevará a nadar. Ya no vería a mi madre salir de la cocina terminando algunos de sus experimentos culinarios.
No vería jamás a mi padre entrar por la puerta trasera, con las botas llenas de barro y a mi madre regañandolo por ensuciar el piso. Tampoco vería a mi abuela cantar a todo pulmón cuando creía que nadie habitaba en la casa.

Ya no habría ese sentimiento de familiaridad en ningún lugar. No habría hogar, no habría dulzura, ni ternura, ni amor.

Ya no quedaba nada.

Sólo el vacío que me acompañaría a todo lados.

La vida que tanto había anhelado se hizo añicos en cuanto visualice las llamas naranjas desde el patio, cuando llegue corriendo aquella noche.

Una noche que debería haber sido la mejor de todas. La de mi graduación. La noche que debía de disfrutar con mis amigos de la preparatoria; la noche en la cual Tyler Cnox se le declararía a Ibby, en donde Cassie Fox se ligaba con el chico desconocido y en donde yo terminaría pateando los huevos de Dawn Solos por intentar ponerme una mano encima.

Desgraciadamente nada de eso pasó.

Corrí como si fuera una desquiciada hasta mi casa. Y juro, que pude apreciar las luces naranjas desde lejos.

Llegué tarde.

Por qué las llamas ya habían consumido todo lo que una vez considere mi hogar. Donde había pasado toda mi infancia compartiendo con mi familia. Y de tan sólo pensar en la manera en la que Alex, mamá y todos mis tíos habían muerto me hervia la sangre.

Por qué ahora todo en mi exigía tomar venganza.

Mi abuela solía decir que cuando había amor, había esperanza.

Pero yo ya no sentía nada de eso.

Ya no sentía amor. Ya no sentía nada que no fuera este amargo sentimiento de pérdida y furia que me exigía hacer pagar a cualquiera que se haya atrevido a tocar a mi familia. Que haga pagar a esos que se atrevieron a llevarse a Ibby, para terminar con todos los miembros de mi familia.

Para volver a los Black sólo un simple recuerdo.

Conmigo no.

Conmigo lo único que encontrarán es la furia con la que voy a acabar con ellos. Voy a hacerles lo mismo que hicieron con Alex, voy a verlos morir calcinados como vi yo morir a los míos.

La venganza es dulce y se sirve en un plato frío. Eso dicen, y que razón tienen.

Los Lycans pagarán lo que hicieron, pero primero voy a encontrar a Ibby, la llevaré a un lugar a salvo. Voy a alejarla de toda esta mierda de vida, para que pueda seguir con sus sueños.

Lo único que debía hacer era sobrevivir.

Sobrevivir a lo que sea que le estén haciendo. Ser fuerte como todos los Black nos habian enseñado desde el nacimiento.

Todo dependía de mi ahora, ser fuerte y seguir avanzando hasta hacerles pagar a todos y hacerles saber que conmigo no se juega.

Yo seria ese monstruo al que todos temían. Yo sería el verdugo de esta historia, yo, sería la perdición de todos.

El mundo sería testigo de mi furia, de mi Vendetta, de la sangre que haría correr de mis enemigos.

No habría misericordia, era una cazadora después de todo.

Un depredador entrenado para matar.

Lo único que tenía que hacer era esperar para dar el golpe perfecto, y aprender a lidiar con este dolor. 
La única miémbro de mi familia que había sobrevivido en el infierno junto conmigo.




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