Lazos de Sangre

Capítulo 5

Jace.
 

Los rayos de la Luna ingresabán a través del cristal del ventanal de la habitación en el cual me encontraba. Habíamos llegado hace poco más de dos días.
 

Nuevamente me encontré mirando hacía el cielo nocturno de la ciudad de Eugene, la segunda ciudad más grande de Oregón. Las calles se encontraban en silencio, a excepción de algunos automóviles que pasaban a esta hora.
 

No era muy tarde. 
 

Pero cuanto más pasaban los minutos, más ansioso me sentía. Por alguna razón inexplicable no podía dejar de pensar en los hermanos Black. 
 

¿Quien seguía vivo? ¿Ella? ¿Él? ¿Tendría hambre? ¿Frío?
 

Me era imposible no imaginar su situación. Sólo, en la oscuridad de la noche. Mientras yo aquí encerrado en una habitación lujosa del hotel, mientras él o ella seguía allá afuera. 
 

¿Sentiría miedo?
 

Cualquier otra persona estaría aterrado. Incluso para uno de los hijos de Eric Black. 
 

¿O No?
 

Me senté en la silla y le di un trago a mi cerveza. Mis músculos protestaron un poco. La falta de ejercicio me estaba pesando. Mi cuerpo se había acostumbrado a ejercitar al menos dos horas todos los días. 
 

La puerta detras de mi se abrió, dejándome saber que Cole al fin había terminado su baño.
 

—Espero que hayas guardado uno para mi. 
 

Rodando los ojos me gire para encararle.
 

—Hay cinco latas ahí todavía, deja de lloriquear —Exclame.
 

Las pequeñas gotas de agua que cayeron por mi frente hizo que entrecerrara los ojos. 
 

Este idiota.
 

—¿Porque me tratas así? Estas hiriendo mis sentimientos. 
 

Resople.
 

—Lo dudo mucho.
 

Sí, mis emociones se encontraban en mierdalandía y no sabía exactamente porqué. O bueno si sabía, llevábamos cerca de dos días en este lugar y todavía no habíamos encontrado nada de los fugitivos.
 

Valerie me pedía un reporte todos los días. A demás que los Lycans se encontraban muy tranquilos y eso ponía molestos a nuestros superiores. 
 

Así que tenía varias razones para sentirme así.
 

—Ey —Cole  toco mi hombro llamando mi atención. 
 

Solté un suspiro.
 

—No dejo de pensar en ellos  
—Admiti. 
 

El hecho de que me sintiera tan inquieto con respecto a mis sentimientos, me molestaba un poco. 
 

A los cazadores nos enseñaban a no demostrar ninguna emoción, nos enseñaban a ser fríos, despiadados.
 

Si en esta búsqueda hubieran asignado a un Centinel a cargo, y me hubieran visto así, rápidamente hubiera sido reportado como un desterrado. 
 

Los desterrados eran aquellas personas que no podían lidiar con sus emociones en batalla, en cualquier misión. Se les desterraba del título como cazador, le quitaban todo rango que hubiera poseído. Quedando como una vergüenza ante los Centinel. Guerreros de alto rango en todo el mundo. 
 

Si veías a un Centinel cerca, significaba que algo realmente  malo había pasado. 
 

Solamente una vez había visto a uno. En aquella época habría tenido como ocho años. Recuerdo como me había sentido a la perfeccion. Me sentí tan emocionado y aterrado a la vez al ver al hombre altos y fornido junto a  mi que casi me desmayo. Su apariencia era intimidante y aterradora. Llevaba sólo un día en la Corte y ya había visto a un Centinel de alto rango. 
 

Después de casi caer en guerra contra los de la raza vampírica, proclamaron a Gregory Petrova como un traidor tras violar los acuerdos de paz entre el mundo humano y el mundo vampírico. 
 

Los Centinel fueron enviados al sur para acabar con el rey del clan y exterminar a todos sus seguidores. 
 

Después de eso casi nadie volvió a escuchar de uno.
 

La mayoría creía que era una historia colectiva para intimidar a los niños. Pero pocos eran los privilegiados de ver a alguno de cerca. 
 

La mayoría de ellos se encontraban en  Rusia o Francia. En las catedrales secretas donde, según decían, enseñaban a los Centinel a ser un guerrero dedicado a exterminar cualquier amenaza, sea tanto de vampiro, como Lycan o de humanos peligrosos.
 

—¿Cómo crees que sea?
 

La vos de mi mejor amigo me sacó de mis pensamientos. Trayendome nuevamente a la realidad.
 

Ya me había puesto a pensar en ello. Pero nunca podía llegar a una conclusión. 
 

No teníamos otro dato concreto de como eran ellos o que edad tenían. Sólo el hecho de su existencia, el cual, si no hubiera sido por los documentos que Valerie me había presentado,  no hubiera sabido nada.
 

Estábamos casi en la ignorancia o peor.
 

—No lo se —Admiti. 
 




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