Amalia
—No lo creo, Navani tiene más posibilidades de ganar—apoyé chocando puños con la morena.
—Pero yo soy bueno en los juegos —alegó Felipe aún con algunas fichas en su mano totalmente en desacuerdo con perder contra Navani.
Aston y yo nos miramos un momento. A ninguno de los dos nos importo perder. Fue un torneó de mujeres versus varones. Yo perdí contra Navani, nunca fui buena en ese tipo de juegos. Al igual que Aston perdió contra Felipe. Al principio, me costo creer que perdiera con tanta facilidad y que no le importará. Solo después del tercer movimiento que hizo Navani contra Felipe entendí la razón. Navani no era una buena perdedora. Entonces todo cobro sentido en mi cabeza.
—En los juegos de fuerza bruta, no en de astucia —avisó la morena soltando una carcajada a la que me uní.
A pesar del pobre empiezo de Navani ahora todo iba a su favor. Llevan jugando por una hora y aunque era obvio que Felipe no iba a ganar, era evidente que no daría su brazo a torcer.
—No se vale —agregó perdiendo por tercera vez consecutiva en ajedrez.
¿Cómo pasó eso? Pues resulta que Navani no era única que no sabía perder entre los cuatro. Luego de unos minutos de haber acabado con la ronde de ajedrez y que el Barón de Castilla aceptará su derrota Felipe comenzó a hablar. Solo esperaba que no fuera para pedir otra revancha.
—Lía... —pronunció Felipe, a diferencia de las otras veces no parecía tan divertido ¿Se habría resentido? No. Felipe no era de resentirse—. ¿Conoces a un tal Santiago White? —preguntó dejándome helada de pies a cabeza.
La radiante sonrisa en mi rostro desapareció. Una mueca horrenda implantándose en mis labios. Me levante del suelo y me senté al pie del sofá en frente de donde estaba Felipe.
Asentí con desanimo esperando que no fuera lo que estaba pensando. A pesar que ellos conocían mi relación con el bastardo, nuca les dije su nombre. Yo pocas veces lo llamaba por su nombre.
—¿Qué quiere? —pregunté con los brazos cruzados y una mirada afilada que no podía esconder.
¿Qué vino hacer ese bastardo aquí? No se suponía que estuviera feliz disfrutando de los beneficios de ser el único heredero de la casa White. Impostor. Hipócrita. Mentiroso. Rastrero. Traicionero. Toda palabra se quería corta en lo que se refería a él.
Bufe por la repentina cosa que llego a mi mente. Técnicamente faltaban unas pocas semanas para que finalizara esos cinco años.
—Saben que por el fiasco en las olimpiadas soy el nuevo asistente-esclavo personal de la vieja. Antes de dejarme libre logré escuchar que hablaba con alguien por teléfono. Escuche el apellido White y que un tal Santiago vendrá mañana en la tarde.
—¿Algo más? —pregunté con un mal presentimiento en mi piel. Mi estomago crujió. Una lava ardiente recorriendo mis venas. Rabia. Ira. Cólera. Algo me decía que traería problemas. Muchos problemas.
—Dice que viene a llevarte de regreso a los Estados unidos —respondió finalmente con una mezcla de melancolía en la mirada.
—¿Vendrá solo? —pregunté levantando mi trasero del suelo y sentándome en el brazo del sofá en donde estaba sentado Felipe.
Felipe asintió con una mirada extraña. Navani y Aston también la tenían.
—¿Qué ocurre? —interrogué para que dejaran de mirarme de esa forma.
—¿Quién es? —pregunto la morena dejando de dibujar bigotes en el poster de la rectora para acercarse a hacia donde yo estaba—. ¿De donde lo conoces?
—Es el bastardo —respondí a regañadientes, no ocultaría mi enfado, no con ellos—. No entiendo que hace aquí. Según me dices es para llevarme de regreso a los Estados Unidos. Como sino lo conociera. Esta planeando algo. Además, ustedes son testigos, mi padre no vino ni una mísera vez a visitarme —hable con tristeza en los ojos. Odiaba que me entristeciera. Ni uno de ellos dijeron algo. Ni siquiera Felipe se atrevió bromear—. Al menos a ti te envió una carta —continué mirando a la morena quien ahora se encontraba recostada en el regazo de Aston.
—Solo tenía unas diez palabras. Pórtate bien y no me avergüences más, ¿Lo has entendido?. —recito la morena mientras jugueteaba con un mechón de cabello rizado que le caía por la frente—. Dudo mucho que cuente como regalo de cumpleaños.
—No es tan malo —aviso Felipe levantándose del sofá y dirigiéndose a una caja—. Al menos no te dieron un libro de autoayuda —indicó por fin encontrando el libro—. "Edúcame bien. 100 respuestas para padres y madres preocupados" —aviso imitando la voz de un locutor mientras leía el titulo.
—¿Pero es no es para los padres? —preguntó Navani con el ceño fruncido.
—Exacto —aviso dejando el libro en la caja y volviendo hacia nosotros—. Ni siquiera se dieron la molestia de ver de que trataba —refunfuño pero era visible que estaba bromeando, Felipe no era del tipo amargado ni renegón—. Estoy seguro lo compro un sirviente. Estoy seguro que fue Martin. Nunca le caí bien. Siempre arruinaba mis palos de golf.
—A lo mejor ya perdieron las esperanzas en ti y quieren que tengas un heredero —anunció Navani con una risilla burlona.
—Ay Navani —se levantó con los ojos ensanchados—, no sabía que te interesara ser la Baronesa de Castilla. —Se sentó a su lado rodeándola con el brazo en las narices de Aston—. Me alagas bo...
—Déjala Felipe —ordenó Aston con un tono posesivo y autoritario. Felipe se aparto con rapidez mientras alzaba las manos en señal de paz y regresaba a su asiento—, ella va a ser mi duquesa —aclaró sin molestarse en prestar atención a la mueca de la morena.
A la morena no le gustaba el tono autoritario, pero eso no pareció un inconveniente para volver a acurrucarse junto a él.
—¿No le dirás nada? Acaba de matar a mi amor platónico de hace tres segundos —aclaró para que lo defendiera.
Por lo general lo hacia, pero con lo del bastardo no estaba del todo bien. No por mi mal humor le aguaría la fiesta.
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Editado: 14.03.2024