Navani
—Ashly ¿Puedes esperarme en la biblioteca? —preguntó con amabilidad—. Tengo que hablar con padre de algo.
Al instante Lía apresuro el paso y cuando menos lo creí, ella ya estaba subiendo las escaleras.
—Espera —me dijo Santiago antes de que me fuera junto con Lía. Ella no había estado bien en el trayecto. Se veía triste. Pocas veces la vi así. Debía hablar con ella.
Pero Tiago había sujetado mi muñeca. ¿Qué querría? Mi mirada se quedó en Tiago. Lía no confiaba en él. Lía era mi amiga. Yo debía darle el beneficio de la duda. Quedarme más tiempo con él significaría poder notar algún indicio que delate su teatrito. Es algo que le debía a Lía. Al menos creer en su palabra. Asentí tras unos segundos.
—Le avisaré a padre que te quedarás con nosotros —aviso dando unos golpecillos en la puerta de madera—. Ha veces no es amigable con los extraños —explico tratando de dar una sonrisa tranquilizadora.
Ahuyente las ganas de reír. Dudaba que ese tipo fuera peor que mi padre o al menos peor de lo que Amalia lo había descrito. Después de todo Amalia solía exagerar las cosas e inventar un mundo en su cabeza. Era una persona con mucha imaginación, ha veces demasiada.
—Será mejor que no tomes muy en serio lo que dice...
—Entre —ordenó una voz detrás de aquella puerta, la voz no sonaba molesta, pero sí monótona y fría.
—Solo... —hablo con la mano en la manija mientras miraba hacia el suelo como si buscara las palabras especificas en alguna parte—. Su especialidad no es ser amistoso —comentó finalmente con una sonrisilla amable antes de abrir la puerta y entrar junto conmigo.
Cuando nuestros sus pasos se detuvieron lo imite. Mi mirada se levanto hasta localizar a un hombre de mediana edad. Su piel era clara, su cabello de un color rubio ceniza y los ojos de un extraño color aguamarina. El escritorio se encontraba revuelto de sellos, papeles en blanco y documentos sin firmar. Era un desastre. Ni siquiera había levantado la vista hacia nosotros.
—¿Qué quieres, Santiago? —interrogo el hombre moviendo un documento de un lugar a otro—. Estoy muy ocupado.
—Amalia ya regreso, esta arriba en su alcoba —aviso el ojiverde con un tono ameno.
—¿Y? —preguntó como si fuera algo sin relevancia. Como si hubiera olvidado el hecho de que no la había visto por cinco años. Yo era consiente de la frialdad, pero yo sabía que de regresar a casa mi padre al menos se molestaría en ir a ver como estaba, sea para criticarme o no, vendría. ¿Qué este tipo ni siquiera tuviera eso? Era alarmante—. ¿Para qué querías verme? ¿Eso era todo?
Yo de verdad quise pasarlo por lato, pero parecía como si el hombre realmente esperaba que eso fuera todo para volver a sumergirse en aquellos documentos. ¿Unas hojas de papel eran más importantes que su hija? ¿Cuánto le podría tomar ir a verla? Unos diez minutos talvez.
Santiago resoplo, como si en parte ya se lo hubiera esperado. Yo dude por un momento. Si él apoyaba el comportamiento de aquel hombre Lía tendría la razón.
—No —respondió Santiago para el pesar del hombre. Ni siquiera se esforzaba en demostrar su desagrado—, pero sería bueno que al menos vaya a verla. Sería un buen gesto...
—Al punto Santiago —ordenó alzando la voz—, no tengo tiempo que perder.
—Una de sus amigas se quedará una temporada.
—¿Se quedará? —preguntó por fin alzando la mirada.
Esos ojos aguamarina eran fríos, crudos, nada impresionados, por un momento la mantuvo en mí, pero como si fuera un objeto al que no encontró valor los retorno hacia sus papeles.
—Bien. ¿Algo más?
—¿Algo más que sí sea importante? —preguntó como si aquello no lo fuera. Como si el aparente progreso de su hija no era nada admirable. O sea en parte no era tan digno como para hacer una fiesta, pero tampoco era lo más fácil del mudo. Al menos él como su padre debía de saberlo.
Si bien Lía solía exagerar las cosas. Me asustaba creer que las cosas que ella me contó de este tipo no hayan sido en gran parte exageración. Las ganas de gritarlo y decírsele unas cuantas verdades iban en aumento. Si esta conversación no terminaba pronto nada me impediría de armar un escandalo. Yo quería a Lía. No iba a dejar que este tipo solo por ser su padre la tratará de ese modo.
Santiago no dijo nada más. No sé si para bien o para mal, el corto silencio que hubo me calmo un poco. Solo un poco.
—Puedes marcharte.
Mi sangre hirvió. Mis puños estaban cerrados y mi mandíbula muy apretada. Yo podría salir sin hacer un escandalo. Al fin y al cabo no es como si resolvería algo al hacerlo, Lía sería la que tendría problemas por mi culpa. Debía calmarme.
—Trataré de hablar con él —susurró Santiago en mi oído. Asentí no tan convencida y camine hasta fuera de este despacho. Lo ultimo que quería era volver a ver a ese sujeto.
En parte se parecía a mi padre. Ambos igual de ocupados y prepotentes. Al menos mi padre no era tan frio.
Tan pronto como salí las puertas fueron cerradas. Iría con Lía. Tenía que...
—Debe dejar de ser así con Lía —escuche decir a Santiago detrás de la puerta.
Talvez quedarme a escuchar sería de mejor ayuda. Después de todo así sabría cual era su verdadera cara. Apegue mi oído contra la puerta. Mientras más escuchará mejor sería.
—Ella tiene lo que merece. Ella tampoco vino a saludarme.
—Padre, esta dolida. Pasó cinco años en ese internado. Sin una visita, sin una llamada. ¿Tiene idea lo que duele eso?
—Solo es alguien muy engreída —contestó el hombre.
—Lía no es engreída —refutó Santiago. Yo no podía asegurarlo, pero seguro tendría el ceño fruncido, se oía molesto—, ella quiere afecto. Quiere el afecto de su padre.
—Ella no ha hecho nada para ganárselo.
—¿Tan difícil es subir y darle un abrazo o decirle un te quiero, eres importante para mí?
—Si estas tan preocupado por el bienestar de tu hermana deberías decírselo tú. Yo estoy muy ocupado con las inversiones en la empresa. Por cierto, ¿cómo van tus estudios? Deberías ocuparte de eso en vez de preocuparte por algo que no tiene arreglo. Ocúpate en cosas productivas.
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Editado: 14.03.2024