Amalia
Ya habían pasado tres días desde que había regresado del internado. Los días en este lugar eran monótonos y aburridos. Por eso me lo pasaba en el cuarto del lavabo. Al menos ahí tenía un poco de paz con mi nana. Ella se había emocionado tanto al verme. Un par de lagrimillas bajaron sin reparo cuando me abrazo tan fuerte que por poco y no vivo para contarlo. Por lo menos tuve una cálida bienvenida de ella.
Tuvimos tiempo para hablar, y hablamos y hablamos y hablamos. Según lo que me conto cuando yo me fui a ella la trasladaron a este lugar. El cuarto del lavabo no era acogedor ni cálido, tenía algunas telas de arañas en la esquinas superiores, largas filas de lavadoras haciendo el trabajo. Cualquiera diría que era un trabajo sencillo, tan simple como coger la ropa y meterla en el aparato. Pero la tarea se complicaba si eras una mujer de sesenta años, con calambares en los pies y con artrosis en las manos. Y encima que tenías que pasar todo el día en ese húmedo y lúgubre lugar. Eso fue lo que más me indigno. Mi padre le había prohibido que ella subiera a las plantas superiores. Daysi era la anciana más linda y dulce que había conocido. ¿Cómo él tuvo la cara de hacerlo?
Ah sí. Ya recordé. Daysi me lo dijo. Al parecer mi querido y comprensivo padre no soportaba que ella no dejara de hablar de mí. Al menos alguien si valoraba mi presencia en este lugar.
Así fue que decidí que si mi nana no podría subir a mi recamara yo bajaría hasta ella. Estábamos casi todo el tiempo juntas. Claro, casi siendo la palabra primordial en esta oración.
—Sí niña Lía —hablo mi nana metiendo un par de pantalones en la maquina—, pero no debería ser tan injusta. El niño Santiago no dejaba de...
Aquí. Aquí era donde el casi tomaba lugar. Mi nana, aunque era dulce y encantadora. No era perfecta. Todos tenían defectos y su gran defecto era haber caído en las trampas del bastardo. Yo no discutía con ella. Claro que tampoco era de quedarme callada a escuchar como hablaba de lo bien que le iba en la universidad, del prometedor futuro que le esperaba o de lo educado y simpático que era con todos.
Aunque no tenía el valor de hablarle con la rudeza que lo hacia con los demás. Ella era como mi segunda madre. Lo ultimo que pasaría por mi mente sería lastimarla. Además que de no ser por ella no tendría con nadie con quien hablar. Nani ya ni se me acercaba. Pasaba los días junto con el bastardito y cada vez que nos cruzábamos en las comidas intercambiábamos palabras medianamente corteses. Era todo. Así de fácil se olvidó de todo lo que pasamos. Genial.
Por tanto ni bien mi alarma anti-bastardos comenzaba a sonar me iba con una que otra escusa. Mi nana lo sabía. Me conocía como a ella misma. Solo me daba una sonrisa amistosa y me dejaba ir en paz.
Ahora que lo pensaba. Quizá mis comidas también debería pasar con ella. Talvez así no habría pasado lo que pasó esta mañana.
Flashback
La mesa estaba tan llena como los anteriores días. Era la primera vez que me dignaba a bajar a desayunar.
Mi padre estaba sentado a la cabeza como de costumbre. El bastardito a su derecha. Navani a la derecho de su nuevo amigo. Y yo, pues a dos asientos de distancia de la izquierda de mi padre.
Los nuevos mejores amigos hablaban de quien sabe que cosa, se veían animados y entretenidos. Mi padre estaba concentrado en algún articulo del periódico como para si quiera mirarme. Mientras yo me limitaba a tamborilear mis dedos contra el mantel de la mesa.
Poco falto para que la mesa fuera llenada con varios platillos y jugos. Mi padre seguía sin apartar la vista del periódico. Era más que evidente que si quería tener algún tipo de conversación con él, yo tendría que dar el primer paso.
—¿Por qué mi nana esta en la lavandería? —pregunté fastidiada con la situación.
Mi nana ya me lo había dicho, pero quería oírlo de él. No tendría valor de decírmelo. Seguro inventaría algo y sino pues. Su confesión lo haría más definitivo.
Él ni siquiera pareció haber escuchado mis palabras. Solo tomo una bocarada de su café y volvió a su periódico. Bien. Si tenía que alzar más la voz para que me tomara en cuenta o para que al menos se enterara que existo, lo haría. La historia de mi vida damas y señores.
—Quiero que mi nana vuelva a su puesto —exigí clavando la mirada en él.
Eso pareció tan poco enfadarlo. ¿Qué tendría que hacer? ¿Tirarle el jugo encima?
—¿Y como para qué quieres eso? —preguntó devolviéndome las esperanzas de que recapacitara y lo hiciera. Después de todo me estaba preguntando mi opinión, era más de lo que había echo hace mucho tiempo—. Ya no tienes cinco años —continuó antes que pudiera contestar. Bien. A él le importaba un rábano mi opinión—. No necesitas una nana.
¿No necesitaba una nana? Él era el tipo que menos podía decir que era lo que yo necesitaba o no.
—Daysi se ocupo de mi cuando mi madre murió —rebatí con los puños cerrados tratando de mantenerme en mi sitio—. No permitiré que sigue en ese lugar —hable con determinación agarrándome en el borde la silla para tener mis manos tranquilas y evitar hacer alguna idiotez.
Después de todo aquel internado sirvió de algo. Ya sabía reconocer si una idea era una opción o una idiotez. La pregunta ahora era, ¿por cuanto tiempo podría contenerme?
—Compórtate como una adulta —ordenó con otra bocarada de café dándome una mirada afilada—. Es solo una empleada —agregó tras volver su vista a su plato.
—¿Solo una empleada? —me indigne. No, esto era el colmo. Lo que se me venía a la mente era una idiotez, pero valdría la pena. Valdría tanto—. Solo una empleada que le dio a tu hija algo para lo que tu siempre estuviste demasiado ocupado —estalle levantándome de un solo salto.
—Cuida tu tono —una advertencia.
—¿Qué cuide mi tono? —solté imitando su voz. Me estaba burlando. Quería burlarme.
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Editado: 14.03.2024