Lazos de Sangre

Capítulo 33: Crédula y confiada

Amalia

—Un batido de... —Mire la carta sin animo—. Un batido de banana —ordené dejando caer la carta sobre la mesa.

Un suspiró escapo de mis labios. Nada estaba saliendo como quería. Nada. Después de esa noche. Aj. Ni siquiera quería recordarlo. Aún me sentía extraña. Rara. Demasiado sensible y... Aj. Solo quería sacarlo de mi mente. Jamás volvería a beber de esa forma. No fue mi culpa. Fue culpa del licor. Estúpido Felipe. ¿Cómo se le ocurre decirme que arregle mis problemas con el alcohol? Estaba desesperada por un consejo. Por algo que me quitará la maraña de problemas en mi cabeza. ¿Acaso no supo que yo haría exactamente lo que me dijera? Estúpido. Lo ultimo que quería ver en mi vida era una cerveza. O a él. Para el caso era lo mismo. Diablos. Ahora ya ni siquiera podía pasar mis días con Daysi en el lavabo. Misteriosamente el bastardo aparecía ahí abajo. Y verlo era algo que yo y mi cuerpo evitaríamos a toda costa. Al parecer ya ni mis gritos ni mis insultos funcionaban.

No. En definitiva necesitaba algo. Necesitaba cambiar de aires. Necesitaba un escape. Diego, Diego podría ser una opción. Lastima que este siendo demasiado intenso como para poder considerarlo una salida. Estos últimos días se estaba volviendo más celoso, posesivo, controlador, meloso y demasiado en todos los aspectos. Yo no tenía idea porque tipo de problema estaba atravesando, pero ponerme ataduras no era algo que yo le iba a permitir. 

Así quedaba el otro sujeto. Usualmente con Giorgi bastaría para animarme, pero tampoco se me estaba permitido pensar en ese mentiroso. Era un idiota. ¿Cómo se atrevió a mentirme de esa forma? Fueron años. Básicamente dio a entender que me había mentido por toda mi vida. ¿Tienen idea lo que es eso? Yo lo consideraba la única persona confiable. La única persona que nunca me traicionaría. Pero esto. ¿Por qué todos siempre terminaba de ese modo? ¿Acaso el problema era yo? No. Yo no podía ser el problema. Yo no era la que había mentido hasta el cansancio. Yo siempre le dije lo que pensaba de cualquier cosa. ¿Acaso ser sincera era tan malo? ¿Acaso actuar de acuerdo a lo que sentía era tan alocado? 

Por la inminente soledad que me acompañaba quizá la respuesta era sí. Era tan malo. Al menos aún me quedaba Aston. Al menos si lo llamaba él si me contestaría. ¿Por qué me daría la espalda? Al menos no estaba del todo sola.

Cinco minutos después. Ninguna de mis llamadas entro. Objetivamente sabía que no era su culpa. Pero el enojo que ardía en mi interior no tenía ni una pizca de objetividad. Un resoplido de frustración salió de mis labios.

Entonces, supongo que a esto estaría confinada el resto de mi vida. A salir de la casa y ahogar mis penas en un batido de banana. Volví a suspirar. Si al menos el batido de banana llegara rápido. Quizá por eso no había tanta gente. De seguro el servicio debía ser pésimo. Importaba poco, mientras menos gente hubiera más podría recostarme en la mesa como una una hamburguesa desparramada.

Un minuto, dos minutos, tres minutos. Esto era extraño. Juraría que alguien me estaba mirando. Juraría que alguien no había dejado de mirarme desde que llegué. Bien podrían ser ideas mías. O quizá alguien tenía un problemas conmigo.

Mi ceño se frunció y me acomode en mi asiento. Si esto continuaba alguien iba a tener una riña. Y ese alguien quizá se quitará el aburrimiento que se cargaba. Quizá ese alguien fuera yo.

—¿Tienes un problema conmigo? —pregunte después de levantarme y encaminarme hacia aquella mujer.

—¿De qué estas hablando? —interrogo como si en verdad no hubiera echo nada.

Bueno después de todo, al fin con alguien podría sacar la rabia que me carcomía por dentro.

—Ja —imite una risa falsa, tan falsa como su desentendimiento—. No actúes...

—Yo estaba observando aquel cartel. —La mujer señaló algo con el dedo índice—. Tienen rebajas los fines de semanas.

—Eso... —Tan pronto como pude me gire para observarlo y descartar su mentira.

Tenía razón. Lastimosamente para mí y afortunadamente para ella el dichoso cartel si estaba ahí. Pegado con llamativos colores. Siendo franca, quizá el mundo se estaba burlando de mí. Demonios. Estaba demasiado paranoica últimamente.

—Ah... —traté de buscar una escusa, cualquiera. Nada llegaba a mi desorientado cerebro. Al igual que siempre, mi cerebro no me ayudaba—. Yo lo siento —me disculpé a regañadientes girándome sobre mis talones para ir a mi asiento y esperar el mentado batido que hasta ahora no me había servido.

Quizá si esta gente hubiera hecho bien su trabajo yo no hubiera tenido que ponerme en vergüenza.

—Siéntate —oí la voz de la mujer.

Yo no iba a obedecer solo porque ella me lo dijera. Eso no iba conmigo. Pero con las opciones que tenía, era o sentarme sola a deprimirme o obedecer y tener una platica. Obedecí.

—¿Estas deprimida? —preguntó unos segundos después que me sentará y me desplomará contra la mesa. Mis brazos estaban extendidos y mi mejilla sobre mi brazo. No era la posición habitual de una... de una persona no deprimida.

La mire por unos segundos como si no tuviera la más mínima idea de lo que estaba hablando.

—Eres joven, es fin de semana, es poco más de las 8 y estas en una cafetería —aclaró con voz clara y calmada, como si estuviera enumerando cosas de una gran lista—. No es usual encontrar gente así aquí, por lo general prefieren los antros o fiestas.

—Ah... —traté de pensar en algo para justificarlo. Pero ¿De que serviría? No era una persona que le gustará mentir. Suspiré con resignación. ¿Qué perdería contándoselo? —. Tengo un problema con el alcohol. —Una sonrisa apenada surgió en mi rostro por la interpretación equivocada del asunto—. No. No es lo que estas pensando —me apresure a decir—, aunque bueno... un poco sí, pero no tengo ni una adicción ni nada solo... —mi mirada se perdió un momento debatiéndose entre recordar y reprimir el recuerdo. ¿Por qué era complicado? Yo odiaba al bastardo. Entonces ¿Por qué se sintió tan bien, tan cálido, tan feliz?—. Hice una tontería ayer. Una fiesta es lo único que no quiero.




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