Amalia
—Tengo que hablar contigo de algo —informo con un tono lúgubre—. Es importante.
—Claro, suéltalo —avise recostada sobre el respaldar del asiento transformando mis nervios en relajación—. ¿Qué pasó? —pregunté con la voz animada mientras fijaba mi vista en ella.
La ultima vez que hablamos lo que me dijo me dejo con cierta intriga. No quise presionar aunque me moría por hacerlo. ¿De qué se trataría?
—Necesito que te comportes como una persona adulta —pidió al sentarse manteniendo esa postura recta y nada amigable.
Yo me quede perpleja por un instante y asentí. Aquella persona algo peculiar que conocía hace unos días había desaparecido. Ahora solo tenía ante mí a una persona que destilaba seriedad y perfección con una mirada que me caía justo en el hígado. Sacudí eso. No. Ella era mi amiga. Solo necesitaba que yo me comportará como una persona adulta y no como la jovial e impulsiva Amalia. Bien. Yo podría hacer eso. Yo podría.
—No soy quien crees que soy —anunció y antes que pudiera hacer una pregunta ella fue más rápida—. Soy la abogada de tu padre.
—¡¿Qué?! —me sobresalte dando un brinco—. ¡¿Abogada de mi padre?!
No. Yo sabía que había dicho que me comportaría como alguien adulta, pero esto... ella... ella me había mentido de la forma más descarada posible. Solo era rebasada por Giorgi. Al menos esta tipa tuvo la decencia de decírmelo en mi cara. Pero eso no la justificaba. Yo. Yo tenía que irme. Al diablo con lo que quería decirme. Al diablo con todo. Mis amistades estaban malditas. Todas terminaban de la misma forma. Mentiras. Traiciones. Rastreros. No. No quería esto.
—Siéntate —ordenó sin levantarse de la mesa—. Siéntate —repitió cuando vio que daba un pasó en otra dirección—. Que sientes Amalia —ordenó a viva voz.
En menos lo que esperé mis piernas se rindieron y me dejaron caer sobre el asiento. Obedecieron. La obedecieron. Hice una mueca de asco al comprobar que mis piernas no se querían mover.
Esta mujer tenía algo que hacía que fuera deliberadamente fácil obedecerla. No solo era yo. Días anteriores había visto como un hombre había botado una bolsa un envoltorio al suelo y con solo una orden de Scarlett él tipo había accedido, fue visible que fue en contra de su voluntad, pero lo hizo. Al igual que yo ahora. Era como si tu cuerpo se amoldará a sus ordenes. Talvez era su tono o su mirada. O talvez había echo un pacto con el diablo.
No importaba. Como fuera yo no la escucharía. Haría oídos sordos a lo que dijera. Era una hipócrita. Trabajó para mi padre todo este tiempo. Seguro todo lo hizo porque mi padre quería mantenerme vigilada. Seguro se invento esa ridícula historia para hacerme sentir empatía. ¿Acaso es imposible confiar en alguien? ¿Acaso todos terminarían de este modo? ¿Todos me empuñarían la espalda?
—¿Puedes comportarte como una adulta? —preguntó en un tono rudo cuando yo puse mis manos en mis oídos como una niña berrinchuda.
En mi defensa ¿Qué más podía hacer? No se me ocurría otra cosa. Y con la rabia que nacía en mi pecho lo único que quería sería ir con mi padre y gritarle la peor sarta de insultos que se me ocurrieran. Golpearlo tan fuerte que mis manos estuvieran a rojo vivo. ¿Por qué siempre mi padre arruinaba todo? ¿Hasta cuando se metería en mi vida? Sino era lo suficientemente bueno como para criarme. ¿Por qué se empeñaba tanto en joder mi vida? ¿Qué le hice? ¿Qué le hice?
—Amalia —me llamó.
No conteste. No me importaba que hiciera el ridículo. No escucharía. Nada. Ni una mísera palabra.
—Tú padre me contrató para adueñarse de tu fortuna y botarte a la calle —contó con tranquilidad.
Mi mandíbula calló al suelo. Ella ni siquiera parecía avergonzada. Nada. ¿Esta tipa era en serio? Lo decía como si fuera algo sin importancia. Como si lo que hizo ni fuera lo más detestable del mundo. Como si por ello no terminará en... en el lugar abominable donde acaban las personas como ella. No es mi culpa no saber leyes, pero en algún lugar de mala muerte debe acabar, no es como si la llenen de rosas por quitarme lo que es mío y entregárselo a mi padre.
Mi padre.
Mi padre nunca dejaba de sorprenderme. Hasta donde podría llegar su odio por mí. ¿Qué le había echo yo? Él la contrató para que no recibiera nada. ¿Por qué? Técnicamente todo era para él. No es como si hubiera un documento donde me decían que todo era mío. ¿O sí?
No. Lo dudaba. De ser así él no me hubiera tratado tan mal. Si él supiera que con un simple documento me podría adueñar de lo que era mío hubiera actuado de otra forma. No tenía sentido. No lo tenía.
¿A qué estaba jugando esta tipa? ¿Por qué me decía esto?
—Él necesitaba tu firma y yo se la conseguí —volvió a decir con el mismo tono monótono y sin ninguna culpa.
Así que todo fue planeado. Estúpida. Mil veces estúpida. Ella misma me lo dijo. Confiada y crédula. Y como una estúpida le creí.
—No suelo relacionarme con mis clientes —continuó hablando.
Realmente tenía más que decir? ¿Qué más habría echo por mi padre? ¿Había algo más abominable que esto? Pues si lo había francamente no me interesaba saberlo. Llámenme ignorante, pero prefiero vivir mi vida sin saber las cosas horribles que mi padre esconde bajo su manga.
Una idea vino a mi mente. Mi plan principal era irme. Escapar. ¿Escapar? No. Yo me iría por la puerta grande. En sus narices. Ya era mayor de edad. Nadie me lo podría prohibir. Nadie. Al diablo si me iba sin ningún dólar. Las joyas de mi madre me permitirían empezar una nueva vida lejos de aquí. Si mi padre quería esperar hasta mis veintitrés años para arrojarme fuera, pues genial para él. Ya no tendría que esperar más. Yo me iría. Esta misma tarde si era posible.
De pronto mi mirada cayó en esa mujer. Diablo. Esa mujer era el diablo. Cualquier otra persona habría dicho un lo siento o un disculpa, pero esta mujer. No había ninguna pizca de remordimiento en el rostro. Después de todo mi padre encontró alguien tan despreciable como él.
#2757 en Novela contemporánea
#14650 en Otros
#2198 en Humor
muertes dolorosas e injustas, amor incondicional secretos pasado dolor, mentiras secretos sufrimientos
Editado: 14.03.2024