Tras la pérdida brutal de Maira, el ancla de su corazón, Tony se sumergió en una tristeza tan profunda que resultaba aterradora. El lamento, reservado y silencioso, se convirtió en una ira hirviente que exigía liberarse. Consumido por esta furia, Tony se transformó en Lycan, su cuerpo explotó en la noche. Ascendió a la cima del edificio más alto y liberó un aullido desgarrador, una nota de pura pena y rabia que hizo eco por la ciudad. Los Lycans abajo solo podían lamentarse en silencio, compartiendo el dolor de su alfa.
Lía se sentía destrozada. Se culpaba de que Maira hubiera muerto por su culpa, por su imprudencia. El Comandante Garra se acercó a ella, tomándola suavemente de la cabeza para reconfortarla.
—Esta noche pudo haber pasado cualquier cosa, pequeña. No seas tan dura contigo, Lía —dijo Garra con una voz apagada por el luto.
—Tiene razón, Comandante —secundó Darío, apoyando a su líder.
En ese instante, Tony cayó desde el cielo, regresando a su forma humana, pero con una presencia imponente y una seriedad marcada en su rostro. Se acercó a Lía. Luka, su mano derecha y mejor amigo, actuó de inmediato, interponiéndose para detener a Tony.
—Esto no traerá a Maira de nuevo. Debes controlarte, Tony... te necesitamos, necesitamos a nuestro alfa —dijo Luka, su voz baja y urgente, mirando el dolor en los ojos de su amigo.
—Sergey sabe que estamos vulnerables y pensará atacar nuevamente. Por eso, debes reaccionar —añadió Luka, buscando desesperadamente reconfortar a Tony.
Tony solo miró por un momento a Lía, con la furia apenas contenida, y luego se desvió, siguiendo un camino solitario mientras hablaba con una voz gélida.
—Hoy será la última vez que dejo morir a uno de los nuestros. Llévense a Maira.
Sin mirar a nadie más, Tony se marchó caminando.
Nadie se atrevió a decir nada. Los Lycans se limitaron a empacar y a llevarse con solemnidad el cuerpo de Maira.
Un silencio pesado invadió el momento. Entre la angustia, los Lycans sentían una ira reprimida y esperaban órdenes de venganza.
Luka quiso ir tras su amigo, pero Garra lo detuvo con una mano firme.
—Hay momentos en la vida, joven Luka, que necesitamos estar solos y desfogar toda esa ira en el corazón —dijo Garra con voz serena y sabia.
Darío se acercó a Luka, tomándolo del hombro. —Debemos respetar su decisión.
Mientras el dolor consumía a los Lycans, Ivanov, herido pero vivo, llegaba a la base Valpuri para dar su informe a Sergey.
Sergey no era conocido por su tolerancia, pero sabía que el Lycan al que se enfrentaban era poderoso. Los guardias atendieron a Ivanov de inmediato, pero él se resistió, obsesionado con llegar a Sergey.
—¡SERGEY! ¡Esos malditos perros... se volvieron a juntar! ¡Mataron a Mateo! —gritó Ivanov, jadeando de rabia y cansancio.
—Interesante —dijo Sergey, una sonrisa cruel asomando en sus labios—. El Escuadrón Siete se volvió a juntar. Ja, ja, ja... Bueno, Ivanov, creo que llegó la hora de la verdadera guerra.
—Ve a que te atiendan, Ivanov. Debemos prepararnos —dijo Sergey, observando a su lugarteniente.
—¡Sergey! ¡Debemos vengar a Mateo! —exigió Ivanov con furia.
—Tranquilízate, Ivanov. Esto solo pasó porque Mateo no sabía a quién se enfrentaba. Y creo que es hora de llamar a un viejo amigo —dijo Sergey con una misteriosa sonrisa.
Unas horas más tarde, Sergey esperaba en la misma base Valpuri. Estaba sentado, con una sonrisa pícara, anticipando la llegada de alguien importante. Pasos firmes y un aura de fuerza que imponía respeto se aproximaron. Un momento después, el hombre se detuvo en el umbral de la puerta, su sola presencia era una declaración de poder.
Sergey se emocionó al verlo. Sabía del poder inmenso que tenía Dimitry, un exsoldado que había sido convertido en Valpuri y desarrolló un dote poderoso para el instinto asesino. Su aura maligna destilaba una sed de sangre casi palpable.
—Bienvenido, Dimitry —dijo Sergey, emocionado—. ¿No deseas un poco de vodka? ¿O algo de hospitalidad, Dimitry?
—Vodka —dijo Dimitry con voz grave y sin emoción.
—Sí, claro. Te mandé a llamar porque se volvieron a reunir: el Escuadrón Siete —dijo Sergey, sirviendo un trago para Dimitry.
En ese momento, una ráfaga de aire frío se expandió por la sala, emanada del aura de Dimitry. Su rostro se transformó, mostrando una sonrisa psicópata que hizo temblar el ambiente.
—Por fin decidió aparecer mi hermanito —dijo Dimitry, sacando la lengua en un gesto de sed de sangre, mientras el color de sus ojos cambiaba a un rojo carmesí letal.
—Veo que te entusiasma su regreso —dijo Sergey, animado por la reacción, devolviéndole la sonrisa.
—Tal vez ya sea hora lo vayas a visitar, Dimitry —sugirió Sergey.
—No necesito dinero para esto. Lo haré sin pago —dijo Dimitry, poniéndose de pie. Su rostro volvió a la seriedad fría que lo caracterizaba, pero sus ojos prometían masacre.
Mientras cruzaba la puerta, un recuerdo fugaz asaltó la mente de Dimitry. Una imagen vívida de su vida pasada, la raíz de su odio inextinguible hacia los Lycans.
**— Recuerdo —**
Estaban en el apogeo de una guerra, un caos indiscriminado. Dimitry y Luka eran soldados, ambos aún humanos, pero unidos por un vínculo más fuerte que la fraternidad. Luka, el más ligero y rápido, siempre cubría la espalda de Dimitry, el tanque de asalto. Se movían entre los escombros de la ciudad devastada, riendo a pesar de la muerte que los rodeaba.
—¡Dime, Luka! ¿Quién dijo que los humanos éramos solo carne de cañón? —gritó Dimitry, recargando su arma mientras abatía a dos Valpuris.
—¡Mientras estemos juntos, Dimitry, ni los Lycans ni los chupasangre nos tocarán! —respondió Luka, su voz eufórica. Su amistad era su única armadura en ese infierno.
Su viejo comandante se acercó para felicitarlos por contener una línea de ataque crítica.