Lazos de sangre : escuadrón 7

Lazos de sangre : escuadrón 7 - CAP 2

Capítulo 2.​Lazos

​Tras la pérdida brutal de Maira, el ancla de su corazón, Tony se sumergió en una tristeza tan profunda que resultaba aterradora. El lamento, reservado y silencioso, se convirtió en una ira hirviente que exigía liberarse. Consumido por esta furia, Tony se transformó en Lycan, su cuerpo explotó en la noche. Ascendió a la cima del edificio más alto y liberó un aullido desgarrador, una nota de pura pena y rabia que hizo eco por la ciudad. Los Lycans abajo solo podían lamentarse en silencio, compartiendo el dolor de su alfa.

​Lía se sentía destrozada. Se culpaba de que Maira hubiera muerto por su culpa, por su imprudencia. El Comandante Garra se acercó a ella, tomándola suavemente de la cabeza para reconfortarla.

​—Esta noche pudo haber pasado cualquier cosa, pequeña. No seas tan dura contigo, Lía —dijo Garra con una voz apagada por el luto.

​—Tiene razón, Comandante —secundó Darío, apoyando a su líder.

​En ese instante, Tony cayó desde el cielo, regresando a su forma humana, pero con una presencia imponente y una seriedad marcada en su rostro. Se acercó a Lía. Luka, su mano derecha y mejor amigo, actuó de inmediato, interponiéndose para detener a Tony.

​—Esto no traerá a Maira de nuevo. Debes controlarte, Tony... te necesitamos, necesitamos a nuestro alfa —dijo Luka, su voz baja y urgente, mirando el dolor en los ojos de su amigo.

​—Sergey sabe que estamos vulnerables y pensará atacar nuevamente. Por eso, debes reaccionar —añadió Luka, buscando desesperadamente reconfortar a Tony.

​Tony solo miró por un momento a Lía, con la furia apenas contenida, y luego se desvió, siguiendo un camino solitario mientras hablaba con una voz gélida.

​—Hoy será la última vez que dejo morir a uno de los nuestros. Llévense a Maira.

​Sin mirar a nadie más, Tony se marchó caminando.

​Nadie se atrevió a decir nada. Los Lycans se limitaron a empacar y a llevarse con solemnidad el cuerpo de Maira.

​Un silencio pesado invadió el momento. Entre la angustia, los Lycans sentían una ira reprimida y esperaban órdenes de venganza.

Luka quiso ir tras su amigo, pero Garra lo detuvo con una mano firme.

​—Hay momentos en la vida, joven Luka, que necesitamos estar solos y desfogar toda esa ira en el corazón —dijo Garra con voz serena y sabia.

​Darío se acercó a Luka, tomándolo del hombro. —Debemos respetar su decisión.

​Mientras el dolor consumía a los Lycans, Ivanov, herido pero vivo, llegaba a la base Valpuri para dar su informe a Sergey.

​Sergey no era conocido por su tolerancia, pero sabía que el Lycan al que se enfrentaban era poderoso. Los guardias atendieron a Ivanov de inmediato, pero él se resistió, obsesionado con llegar a Sergey.

​—¡SERGEY! ¡Esos malditos perros... se volvieron a juntar! ¡Mataron a Mateo! —gritó Ivanov, jadeando de rabia y cansancio.

​—Interesante —dijo Sergey, una sonrisa cruel asomando en sus labios—. El Escuadrón Siete se volvió a juntar. Ja, ja, ja... Bueno, Ivanov, creo que llegó la hora de la verdadera guerra.

​—Ve a que te atiendan, Ivanov. Debemos prepararnos —dijo Sergey, observando a su lugarteniente.

​—¡Sergey! ¡Debemos vengar a Mateo! —exigió Ivanov con furia.

​—Tranquilízate, Ivanov. Esto solo pasó porque Mateo no sabía a quién se enfrentaba. Y creo que es hora de llamar a un viejo amigo —dijo Sergey con una misteriosa sonrisa.

​Unas horas más tarde, Sergey esperaba en la misma base Valpuri. Estaba sentado, con una sonrisa pícara, anticipando la llegada de alguien importante. Pasos firmes y un aura de fuerza que imponía respeto se aproximaron. Un momento después, el hombre se detuvo en el umbral de la puerta, su sola presencia era una declaración de poder.

​Sergey se emocionó al verlo. Sabía del poder inmenso que tenía Dimitry, un exsoldado que había sido convertido en Valpuri y desarrolló un dote poderoso para el instinto asesino. Su aura maligna destilaba una sed de sangre casi palpable.

​—Bienvenido, Dimitry —dijo Sergey, emocionado—. ¿No deseas un poco de vodka? ¿O algo de hospitalidad, Dimitry?

​—Vodka —dijo Dimitry con voz grave y sin emoción.

​—Sí, claro. Te mandé a llamar porque se volvieron a reunir: el Escuadrón Siete —dijo Sergey, sirviendo un trago para Dimitry.

​En ese momento, una ráfaga de aire frío se expandió por la sala, emanada del aura de Dimitry. Su rostro se transformó, mostrando una sonrisa psicópata que hizo temblar el ambiente.

​—Por fin decidió aparecer mi hermanito —dijo Dimitry, sacando la lengua en un gesto de sed de sangre, mientras el color de sus ojos cambiaba a un rojo carmesí letal.

​—Veo que te entusiasma su regreso —dijo Sergey, animado por la reacción, devolviéndole la sonrisa.

​—Tal vez ya sea hora lo vayas a visitar, Dimitry —sugirió Sergey.

​—No necesito dinero para esto. Lo haré sin pago —dijo Dimitry, poniéndose de pie. Su rostro volvió a la seriedad fría que lo caracterizaba, pero sus ojos prometían masacre.

​Mientras cruzaba la puerta, un recuerdo fugaz asaltó la mente de Dimitry. Una imagen vívida de su vida pasada, la raíz de su odio inextinguible hacia los Lycans.

​**— Recuerdo —**

​Estaban en el apogeo de una guerra, un caos indiscriminado. Dimitry y Luka eran soldados, ambos aún humanos, pero unidos por un vínculo más fuerte que la fraternidad. Luka, el más ligero y rápido, siempre cubría la espalda de Dimitry, el tanque de asalto. Se movían entre los escombros de la ciudad devastada, riendo a pesar de la muerte que los rodeaba.

​—¡Dime, Luka! ¿Quién dijo que los humanos éramos solo carne de cañón? —gritó Dimitry, recargando su arma mientras abatía a dos Valpuris.

​—¡Mientras estemos juntos, Dimitry, ni los Lycans ni los chupasangre nos tocarán! —respondió Luka, su voz eufórica. Su amistad era su única armadura en ese infierno.

​Su viejo comandante se acercó para felicitarlos por contener una línea de ataque crítica.




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