Lazos de sangre : escuadrón 7

Lazos de sangre : escuadrón 7 - CAP 3

​Capítulo 3.​Lazos

​Luka y Darío se encontraban en un ala de la base Lycan, la tensión entre ellos palpable, no por desacuerdo, sino por la frustración de la inacción.

​—Luka, debemos aprovechar el momento —insistió Darío, golpeando la mesa con el puño. Sus ojos brillaban con la sed de matar Valpuris—. Sé que hay un grupo de ellos en la zona sur, están vulnerables.

​Luka suspiró, frotándose la sien. La pérdida de Maira había afectado más que al líder; había desestabilizado a la legión. —Tenemos que esperar a que Tony recupere la cordura. Desde que perdimos a Maira, no es el mismo... Su sed de venganza no lo deja pensar con claridad, solo hay dolor.

​—Lo sé, Luka, pero debemos ser fuertes —respondió Darío, posando una mano comprensiva en el hombro de su amigo—. Maira no hubiera querido que estuviéramos paralizados por ella. Debemos honrar su sacrificio atacando.

​Mientras la élite Lycan debatía, en la enfermería de la base, un grupo de mercenarios humanos rescatados se sentía frustrado y acorralado. Su concepto del mundo era simple: todos contra todos, sin importar la raza. Por ello, la desconfianza hacia los Lycans era absoluta, temiendo ser ejecutados en cuanto dejaran de ser útiles.

​El Comandante Garra apareció junto a Sofía para revisar a los heridos. La mayoría de los humanos estaban a la defensiva, esperando el momento de la traición.

​—Deberían calmarse. Solo recibirán atención y medicina —dijo Garra, su voz grave pero calmada.

​—¡No te creo! ¡Ustedes son como ellos! ¡Son monstruos! —gritó uno de los humanos, su rostro pálido por el miedo.

​Un mercenario, más calmado y observador, intervino. —Si fueran a matarnos, no hubieran arriesgado todo ese equipo para traernos. Dejémonos de tonterías.

​Sofía, exhausta y con el luto a cuestas, se dirigió al grupo: —No estamos aquí para matarlos. Solo para ayudar.

​Cuando llegó el turno de atender al mercenario calmado, este comenzó a observar a su alrededor, evaluando los recursos de la base Lycan y tratando de descifrar sus objetivos. Sofía lo notó y continuó curando su herida, hablando con una voz teñida de frustración.

​—La guerra no tiene sentido. Somos todos contra todos, sí, pero nadie ve que no todos son iguales. Algunos solo peleamos por sobrevivir —dijo Sofía con un suspiro pesado, cansada de tener que justificarse.

​—¿Y ustedes por qué pelean? —preguntó el mercenario, su tono lleno de escepticismo.

​—¿Tú qué crees? Mira a tu alrededor. Ayudamos a los refugiados sin importar su raza —respondió Sofía, directa y sin rodeos.

​—Entiendo. Soy Rock, por cierto —dijo el mercenario.

​—Sofía —respondió ella, mirándolo fijamente.

​—¿Creen que podrán ganar esto? —preguntó Rock.

​—Ustedes también matan humanos —señaló Rock, volviendo a su enojo inicial.

​—Sí, porque también nos atacan. Y en cuanto a la alimentación, usamos animales de cautiverio. No somos las bestias que te han pintado —respondió Sofía, su propia ira encendiéndose ante la acusación.

​Rock suspiró, notando la honestidad en el cansancio de la curandera. —Entiendo. Lo siento si los ofendí.

​—Listo. Y no te preocupes —dijo Sofía, terminando de vendarlo. Se levantó y se marchó.

​Garra, que había observado la interacción desde lejos, siguió a Sofía, pero no sin antes dejar un aviso a Rock. —Deberías ser más observador, muchacho.

​—Oh, mierda —murmuró Rock en voz baja, avergonzado.

​Tras ver que los Lycans de esa base actuaban diferente a otros que había conocido, Rock entendió que buscaban mantener una especie de paz caótica. Rock era un mercenario endurecido, pero su verdadero motor era una necesidad. Él había luchado contra Lycans y Valpuris innumerables veces para proteger a su hija, Isabela, una adolescente tímida con un talento prodigioso para las computadoras.

​Se habían separado debido a un ataque masivo de los Valpuris, y ella se encontraba en un refugio especial, lejos y vulnerable.

​Rock quería ir por ella, pero sabía que en esta guerra sin fin, la debilidad humana era una sentencia de muerte. Estaba cansado de sentirse frágil, de depender de las balas y las armaduras. Su desesperación como padre superaba cualquier credo o repulsión racial. No le importaba si eso implicaba dejar de ser humano, si solo podía convertirse en algo más fuerte para proteger a su niña.

​Sin pensarlo más, Rock tomó una decisión radical: buscaría al líder Lycan.

​Rock salió de la enfermería y se dirigió al área principal. Encontró al Comandante Garra y a Luka. Ambos se veían serios y distraídos, concentrados en un mapa holográfico.

​—Comandantes —llamó Rock, acercándose con cautela—. Necesito hablar con su líder, Tony.

​Garra lo miró con escepticismo. —El alfa no está recibiendo a nadie. Está lidiando con una pérdida. ¿Qué quiere un mercenario humano de nuestro líder?

​—Venganza, la misma que la de ustedes, y fuerza —dijo Rock con firmeza. Dirigió su mirada a Luka—. Vi cómo actuaron. No son como el resto. Su gente arriesgó todo por un grupo de Lycans y humanos. Vi la verdad en los ojos de Sofía. Ustedes no quieren guerra, buscan la tregua.

​Luka se enderezó, sorprendido por la perspicacia del mercenario. —Nuestro alfa siempre ha creído que la única manera de sobrevivir es si las razas dejan de matarse entre ellas. No queremos un imperio; queremos un refugio. Pero el precio de esa tregua es la guerra constante.

​—Por eso estoy aquí. No quiero una tregua. Quiero ser parte de su fuerza —declaró Rock—. Quiero convertirme en Lycan. Sé que ustedes controlan sus transformaciones. Necesito ese poder para encontrar y proteger a mi hija. Si me convierto, les juro lealtad y mi conocimiento mercenario. Puedo ser el puente entre su legión y los humanos que aún luchan.

​Garra bufó. —Convertir a un humano no es como dar un apretón de manos. Es un riesgo y es una decisión que solo Tony puede tomar. Además, la mayoría de los Lycans no confía en los humanos.




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