Lazos de sangre : escuadrón 7

Lazos de sangre : escuadrón 7 - CAP 7

Capítulo 7

Forjando el Dolor

​La ausencia del Comandante Garra, Bastian, pesaba como plomo. Estaba en coma inducido, la toxina de Sasa detenía lentamente su proceso de curación. Tony había movilizado todos los recursos de Sofía y la Dra. Jessica para mantenerlo con vida.

​La carga de Tony se había duplicado. El alfa, con el pesar de Maira , trataba de controlar sus propios impulsos de ira y venganza, impulsos que casi le cuestan la vida de su mentor. Luka, su mejor amigo, se había convertido en su sombra y su apoyo de hacia notar.

​—Si atacas ahora, lo perderás todo, Tony —decía Luka, mientras pulía su espada—. Sergey quiere que pierdas el control.

​Tony respiraba hondo, recordando a Maira y el cuerpo inerte de Bastian. —Necesito desquitarme, Luka. Dejé a Bastian a merced de esos Valpuris por mi estupidez.

Encendió un cigarrillo para calmarse .

​—Desquítate entrenando. Desquítate planeando el proximo ataque—replicó Luka, su propia traición por Dimitry lo había hecho más frío, más enfocado—. La rabia te vuelve predecible. Lo sé.

​Tony asentía, y luego desviaba la conversación hacia Dimitry, ayudando a Luka a lidiar con el dolor. La lealtad entre ellos era el único muro que no se había resquebrajado.

​Lía, la hermana menor , había tomado la herida de Bastian y la perdida de Maira como su catalizador. Si antes entrenaba por rabia, ahora lo hacía por la disciplina que él le había enseñado. Su esgrima con las espadas cortas era más fluida, menos salvaje.

​Pasaba horas practicando en solitario. La imagen de Bastian gritando "¡Vive!" era su motor. Ella no solo quería vengar a Maira y Bastian, sino honrarlos convirtiéndose en una Lycan digna. Su rostro, antes lleno de inocencia juvenil, se había endurecido con una fría determinación.

​Darío y Sofía mantuvieron su relación en secreto. Sus encuentros se hicieron más frecuentes y más desesperados, la única certeza en un mundo de incertidumbre.

​Esa noche, se encontraron en el almacén de medicinas. La urgencia de la vida era palpable. Sus uniformes oscuros cayeron al suelo. El acto de amor no era solo consuelo; era una afirmación primitiva. Sofía se aferró al cuerpo musculoso de Darío, sintiendo su piel contra la suya, cada caricia era una súplica de permanencia. Darío la tomó con una necesidad tierna y fiera, susurrante. Sus labios se unieron en besos profundos, intentando absorber el miedo del otro. El clímax fue una liberación desesperada, un jadeo que borró por un instante el tiempo y espacio que solo sus placeres por ser uno los envolvia en esa lujuria comprometida.

​Tras la intimidad, yacían juntos, cuerpos entrelazados , calmados en glamour de sus pasiones.

​—¿Crees que tendremos un mañana, Darío? —preguntó Sofía, acariciando la cicatriz en su hombro.

​Darío la abrazó más fuerte. —Si me das un mañana, lo tomaré. Y si no hay un mañana... esta noche valió todas mis mañanas. Solo quiero que recuerdes esto.

​—Lo recuerdo —suspiró ella, apretándose contra él, ambos conscientes de que ese momento de paz robada era el bien más preciado. Un beso sello su palabra.

​Mientras la Legión de Tony se reconstruía, Sergey, en su mansión, ultimaba los detalles de su próximo movimiento contra el Lycan. A su lado estaba Milos, cobrando su jugosa recompensa por el ataque a Bastian.

​—Ya probaste la debilidad de Tony. Ahora, vamos por todos los demás perros —dijo Sergey, esbozando una sonrisa cruel.

​Milos asintió, su ambición de oro era su único credo. —Con la cantidad que prometiste, haré que parezca el próximo infierno, Sergey. Dime cuando iniciaremos esto.

​De repente, las alarmas de la mansión Valpuri estallaron. Las luces parpadearon.

​—¡Invasión! ¡Intrusos no identificados! —gritó un guardia.

​Sergey y Milos se miraron, desconcertados. No era Tony.

​En los monitores de seguridad, se vieron tres figuras principales irrumpiendo con una ferocidad inesperada, apoyadas por una serie de soldados humanos armados que actuaban como distracción. Los tres mercenarios principales se movían con una velocidad letal hacia el depósito de armas donde darían su golpe.

​Los Valpuris se vieron sorprendidos por la audacia de los humanos.

—¡¡humanos!!Parece que no entienden su posición— decía Sergey mientras sonreía.

Milos y Sergey corrieron hacia la sala de armas, intentando contener el asalto.

​El asalto culminó en el corazón del complejo. Los mercenarios se reagruparon brevemente alrededor del depósito. Uno de ellos, el hombre rubio con gafas rojas conocido como Killer, se acercó a una cámara de seguridad que aún funcionaba. Su rostro desquiciado y sonriente llenó la pantalla de Sergey.

​—¡Escúchenme bien, malditos chupasangres! —gritó Killer con una risa psicópata, levantando un detonador—. Killer vino por ustedes. ¡Corran, malditos chupa verga!

​Killer presionó el detonador.

​Una luz cegadora inundó la pantalla, seguida de una onda expansiva masiva. El depósito de armas explotó en una gran explosión que sacudió los cimientos de la mansión. Sergey fue lanzado contra la pared, y Milos cayó, la ambición de oro momentáneamente olvidada ante la devastación.

​El "Imperio" de Sergey había recibido un golpe inesperado y devastador, que además había sido transmitido con una humillación directa y grosera, garantizando el caos y la rabia entre los Valpuris.

​Fin del Capítulo 7.




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