Lazos de sangre : escuadrón 7

Lazos de sangre : escuadrón 7 - CAP 11


Capítulo 11.​Pactos de Sangre: Parte 1

​El Comandante Garra, Bastian, había despertado. La inyección de Sasa, el "regalo envenenado" de Milos, no había sido un antídoto completo, sino un potente estabilizador que detuvo la necrosis y permitió a la fuerte curación Lycan de Bastian hacer el resto. Su cuerpo estaba marcado por el veneno y la lucha, pero su voluntad estaba intacta. El francés, con la barba ahora recortada y los ojos militares ardiendo con renovado vigor, había tomado inmediatamente su lugar como el maestro de armas de la Legión.

​Su enfoque era doble: Lía y Rock.

​El entrenamiento se llevaba a cabo en el patio secundario, lejos de las miradas, bajo la luz de potentes focos que simulaban el combate nocturno. Lía, con sus espadas cortas, se movía como una sombra. Bastian la empujaba hasta el límite de la velocidad, recordándole que la disciplina era más importante que la ira.

​—¡Más rápido, Lía! ¡La impulsividad mató a Maira! ¡No honrarás a tu amiga ni a tu hermano si peleas con el corazón y no con la mente! —rugía Bastian, golpeando su guardia. Lía respondía con una ráfaga de cortes, su rostro juvenil contraído por el esfuerzo, su esgrima perfeccionándose en cada movimiento. Su objetivo ya no era solo la venganza, sino la excelencia.

​Luego venía Rock. Su entrenamiento era una tortura psicológica. Bastian lo obligaba a transformar sus brazos y piernas, luego a revertir el cambio, una y otra vez.

​—¡El músculo no es poder, Rock! ¡El control es poder! —gritaba Bastian, lanzándole pesas de acero—. ¡Siente el fuego, pero no te quemes!

​Rock, con la complexión colosal y la piel casi rompiéndose bajo la tensión, luchaba contra la bestia interna. El aire alrededor de él vibraba con su esfuerzo. En un momento de fatiga extrema, la transformación de Rock se descontroló. Sus ojos se volvieron salvajes, y soltó un rugido que hizo vibrar el suelo, sus garras Lycans extendiéndose completamente. Lanzó un golpe al azar que pulverizó una columna de hormigón.

​Bastian, sin inmutarse, se colocó directamente frente al Rock descontrolado. No atacó. Solo le gritó: —¡Mírame, hijo! ¡Tú tienes el control! ¡No eres un animal! ¡Eres Rock! ¡Un cazador! ¡Dominio!

​La voz de Bastian era el ancla de Rock. Rock gruñó, la furia de la transformación luchando contra la conciencia. Finalmente, con un esfuerzo mental sobrehumano, las garras se retrajeron. El sudor le caía a chorros. Había luchado contra la pérdida de control y había ganado, aunque por poco.

​Bastian asintió con un gesto de aprobación. —El enemigo no es Sergey, Rock. Es el miedo de perderte a ti mismo. Ahora, ve a descansar. Mañana, repetimos.

​Tony se había aislado en la sala de mando, el humo de su cigarrillo en espiral hacia el techo. Estaba revisando planos de ataque y rutas de escape cuando su mente fue invadida por un sonido. No era un ruido, sino un pensamiento; una resonancia profunda y antigua que solo los Lycans antiguos podian hacer esa telepatia.

​Era la llamada de los 7 Caballeros de las Sombras. Tony era uno de ellos, la última línea de defensa Lycan en el mundo, una hermandad cuyos orígenes se perdían en la noche de los tiempos.

​La voz mental era colectiva, pero una en particular, profunda y llena de autoridad histórica, se destacó: Kan, el primer Lycan, el "Padre de la Especie".

​***(Diálogo Telepático)***

Voz Colectiva (Pensamiento de los Caballeros): Tony. La sangre clama. Sentimos la sombra de los Valpuris, el despertar de la Ira.

Tony (Pensamiento, frío y seco): No es su problema. Esta es mi guerra. Lo tengo bajo control.

Kan (Voz de la Antigüedad, resonando en el cráneo de Tony): El control es una ilusión, joven. Sergey ha roto el equilibrio. El despertar de Portos es una blasfemia que exige el Pacto de Sangre. Dinos dónde. Iremos.

Tony (Más agresivo, aferrándose a su dolor): No. Si vienen, la guerra se globalizará. Necesito mantener esto contenido. No arrastraré a la Hermandad a mi baño de sangre. Es una lucha personal.

Voz Femenina (Clara, penetrante): ¡Tony! ¡Escúchame, imbécil! (La voz tenía una familiaridad profunda, una conexión que Tony no podía ignorar). Si te pasa algo, si mueres por tu arrogancia solitaria, no te lo perdonaré. A veces eres demasiado terco, Tony. Déjanos ayudarte. No eres un mártir.

Tony (Apretando los puños, la cólera contenida): Maira está muerta. Mi Legión me necesita. No necesito niñeras. Y necesito esta venganza más de lo que necesito la paz. Manténganse al margen. Esta es la última vez que lo digo.

​La resonancia desapareció, dejando a Tony solo con el eco de la advertencia y el peso del aislamiento. Los Caballeros lo dejarían solo... por ahora. Pero Tony sabía que si las cosas salían mal, la intervención sería inevitable. Se encendió otro cigarrillo, la nicotina era un pequeño contrapeso a la presión del mundo Lycan.

​Mientras Tony lidiaba con el peso de la Hermandad, Luka se enfrentaba a él en un cruce de espadas de entrenamiento. Era una danza brutal que ponía a prueba la destreza recién adquirida de Luka.

​—¡Concentración, Luka! —gritó Tony, su sable Lycan golpeando el de Luka con una fuerza que lo hizo tambalear.

​Pero Luka estaba distraído. Cada vez que Tony lo atacaba, Luka parpadeaba, y en el rostro de Tony se superponía por un instante la imagen de Sasa: sus ojos oscuros y penetrantes en el suelo de la fundición, su transformación a medias, la chispa de conexión que había sentido.

​—¡Maldita sea, Luka! —gruñó Tony, dándole un golpe en el abdomen que lo dejó sin aliento—. ¡Estás lento! ¿Qué demonios te pasa?

​—Nada, Tony. Solo... ajustando mi ojo —mintió Luka, limpiándose el sudor, la imagen de Sasa grabada en su mente. Era un conflicto imposible: la traición de Dimitry lo había enfurecido, pero la extraña conexión con Sasa lo estaba rompiendo. La guerra de repente se sentía personal, íntima, prohibida.




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