La noche cayó sin advertencia.
El cielo se tornó de un gris profundo, salpicado de nubes arrastradas por un viento errático. En lo alto, la luna comenzaba a teñirse de rojo, un carmesí espeso que se expandía como tinta en el agua. Era la Luna de Sangre, y su presencia no solo anunciaba una unión… sino una prueba.
El Valle Rojo vibraba con la energía ancestral de miles de pasos que lo habían cruzado en siglos de pactos, traiciones y sacrificios. En el centro, un círculo de piedra había sido preparado: un altar natural, rodeado por antorchas altas que no ardían con fuego común, sino con llamas azules, alimentadas por esencia lunar.
Ambas manadas se habían reunido. Cientos de ojos brillaban desde las sombras, lobos en sus formas humanas o bestiales, observando con cautela y expectativa.
Serena vestía de blanco, pero no era un blanco puro, sino uno perlado, como la niebla antes de un amanecer sangriento. El vestido caía como agua desde sus hombros hasta los pies, ajustado al torso con una hebilla de plata en forma de luna creciente. Llevaba la corona, pero no como símbolo de poder, sino como escudo: un recordatorio de quién era. De lo que no estaba dispuesta a ceder.
Sus pasos eran silenciosos, pero cada movimiento hablaba de poder controlado.
Frente a ella, Kael esperaba. Vestía cuero oscuro con detalles rojos, una fusión entre armadura y ritual. Tenía el cabello suelto, ligeramente ondulado, y los ojos tan azules como el hielo bajo el sol. Cuando la vio llegar, bajó la cabeza brevemente, no en sumisión… sino en reconocimiento.
—¿Estás lista? —preguntó con voz grave.
—Estoy dispuesta —corrigió Serena.
Kael asintió. Había respeto en su mirada. Y algo más.
El anciano Delmir, un lobo sabio que había visto generaciones caer y levantarse, dio un paso al frente. Era neutral, elegido por ambas manadas para conducir la ceremonia. Su voz retumbó, profunda como una raíz.
—Esta noche, bajo la Luna de Sangre, la Reina Serena de Liria y el Alfa Kael de Thornclaw sellarán un pacto que marcará el destino de sus manadas… y quizás de todos los licántropos.
Un murmullo recorrió el círculo.
—Pero como toda unión verdadera —continuó el anciano—, no puede nacer solo del acuerdo o del miedo. Debe pasar por el juicio de la Luna.
Un silencio repentino cayó. Incluso el viento se detuvo.
—Coloquen sus manos sobre la piedra —ordenó Delmir.
En el centro del altar, una roca antigua se erguía como un corazón palpitante. Serena y Kael caminaron juntos, lado a lado, y posaron sus palmas desnudas sobre su superficie. Un zumbido se elevó desde la piedra. Pequeñas chispas rojas comenzaron a brotar alrededor de sus manos.
—¿Aceptan esta unión no solo como líderes, sino como almas vinculadas por sangre y destino?
—Sí —dijeron ambos, al unísono.
La piedra se iluminó.
Y luego… crujió.
Una grieta se abrió bajo sus dedos. Un susurro surgió de su interior. No era una voz humana. Era más antigua. Más hambrienta.
De pronto, el cielo rugió.
Un relámpago desgarró las nubes y un aullido resonó, fuerte, salvaje, pero no de ningún lobo presente.
Delmir se tambaleó.
—¡Aléjense!
La tierra se quebró bajo el altar y de las sombras emergió una figura: una criatura parcialmente licántropa, pero distorsionada, con huesos torcidos, ojos negros y garras alargadas. Era un espectro de odio.
—Un espíritu del antiguo linaje —murmuró Lyra desde la multitud—. Un Guardián rechazado…
El espíritu alzó su rostro al cielo y gritó, una mezcla de rabia y dolor. Las llamas de las antorchas titilaron, algunas apagándose. El caos comenzó.
Lobos se transformaron por reflejo, por miedo. Algunos retrocedieron. Otros se lanzaron al ataque.
Kael empujó a Serena fuera del círculo justo cuando la criatura arremetió contra ellos.
—¡La piedra no nos acepta! —gritó Serena—. ¡Algo en nuestro vínculo está incompleto!
—¡Entonces complétalo! —bramó Kael, desviando el zarpazo con una onda de su brazo—. ¡Hazme confiar en ti como tú confías en ti misma!
Serena apretó los dientes. El espíritu no era un castigo: era una prueba. Su unión no podía estar basada solo en estrategia o necesidad. La Luna exigía verdad. Vínculo. Emoción.
—¡Kael! —gritó ella—. No te elegí solo como aliado… sino como igual. Como fuerza. Como sombra que entiende mi luz. ¡Estoy lista para sangrar contigo!
Kael se giró, y por un instante, en su mirada había fuego y agua. Sin decir una palabra, volvió a colocar su mano sobre la piedra. Serena lo imitó.
Y juntos, gritaron.
Un aullido doble se elevó al cielo, tan poderoso que el espíritu titubeó, se contrajo… y finalmente estalló en un millón de cenizas negras que fueron absorbidas por la piedra.
El altar brilló, esta vez con un fulgor dorado.
Delmir, temblando pero firme, levantó la voz:
—¡La Luna ha hablado! ¡El pacto está sellado… no por temor, sino por verdad!
La muchedumbre estalló en aullidos, algunos de júbilo, otros de incertidumbre. Pero lo que nadie podía negar era esto:
La unión había nacido en fuego.
Y eso era más poderoso que cualquier tratado de paz.
Más tarde, mientras el humo aún se disipaba, Kael se acercó a Serena. Le ofreció su brazo.
—Ahora sí confío en ti, Reina de Liria.
—Y yo en ti, Kael de la Tormenta.
Juntos, miraron la luna roja desaparecer lentamente.
El juicio había terminado.
Pero la guerra apenas comenzaba.