El viaje hacia la tundra de Velgrath no era solo una travesía por tierras gélidas; era un descenso hacia las partes ocultas del pasado, especialmente del pasado de Kael.
La visión que Serena recibió en Lysenar había sido clara: el segundo fragmento lunar yacía en las profundidades del Santuario de Niveas, oculto en la región donde se veneraba al Lobo Blanco, un espíritu ancestral que había marcado la historia de la manada de Kael siglos atrás.
Pero había un problema.
Velgrath no era territorio libre. Era un lugar de exilio, custodiado por un grupo radical de licántropos que se habían separado de todas las manadas existentes tras una purga sangrienta. Y Kael… había sido uno de ellos.
La nieve caía con fuerza cuando Serena y Kael cruzaron los glaciares de entrada. La temperatura era inhumana, pero su sangre de alfa los mantenía firmes. Serena caminaba con paso constante, el relicario con el primer fragmento latiendo contra su pecho como un segundo corazón.
—¿Quieres hablarme de este lugar? —preguntó ella, mientras Kael analizaba el terreno con la mirada.
—No —respondió él al principio, pero luego suspiró—. Fui desterrado de aquí por desobedecer la orden de sacrificar a un niño que tenía sangre humana. Las leyes antiguas eran crueles… y yo fui castigado por cuestionarlas.
Serena lo miró, con el viento levantando mechones de su cabello castaño claro.
—No sabía que tenías tanto coraje antes de ser alfa.
Kael frunció los labios, como si la idea de haber tenido miedo en el pasado aún le doliera.
—No era coraje. Era instinto. Algo en mí supo que la manada estaba equivocada.
Cuando llegaron al corazón de la tundra, se encontraron con lo inevitable: un círculo de licántropos los rodeó, todos cubiertos por capas de piel blanca, ojos como hielo, miradas vacías.
—Kael de Teryan. Has regresado al lugar donde tu sangre fue negada —gruñó uno de ellos. Era Eirik, el nuevo líder del Santuario. Su voz era grave y profunda, con un eco que se clavaba en los huesos.
—No vengo a rogar perdón. Vengo por lo que me pertenece por derecho —declaró Kael.
—El juicio del Lobo Blanco aún pesa sobre ti. Si quieres lo que buscas… deberás enfrentarlo. Solo así sabremos si eres digno.
Serena se adelantó, pero Kael levantó una mano.
—Lo enfrentaré solo.
Esa noche, fue guiado al centro del santuario: un antiguo templo tallado en hielo, con un espejo congelado en el suelo que reflejaba el cielo nocturno. Allí, bajo la luna, el juicio comenzó.
Kael se arrodilló en el centro. Del hielo emergió una figura gigantesca: el espíritu del Lobo Blanco, una criatura majestuosa, de pelaje brillante como la luna misma y ojos azules intensos.
—Kael, hijo de Asten, renegado por compasión. ¿Aún defiendes tus errores?
—No fueron errores —gruñó Kael, con la respiración agitada—. Fueron elecciones. Elegí la vida sobre la obediencia ciega.
El espíritu rugió, y el hielo tembló.
—Entonces muéstrame. Enfréntate a tus miedos.
Y el juicio comenzó.
Del hielo emergieron versiones pasadas de Kael: uno cuando era niño, siendo golpeado por los líderes por mostrar emociones; otro, el joven guerrero que había fallado en salvar a su hermana en una emboscada; y finalmente, Kael como alfa, sosteniendo el cuerpo de un lobo muerto, su primer traidor.
Los recuerdos lo golpeaban como garras invisibles. Cada imagen buscaba derribarlo. Pero en medio del caos, una voz resonó.
—No estás solo.
Serena.
Desde el límite del santuario, su voz se abrió paso entre la niebla espiritual. Su conexión con él, con el fragmento que llevaba, hizo eco en su alma. Kael se irguió. Aulló con fuerza. Su lobo interior respondió.
Y el Lobo Blanco detuvo la prueba.
—Tu alma ha sido marcada por fuego y sangre. Eres digno. Toma el fragmento… y protéjanlo bien.
El hielo del templo se rompió suavemente, y entre los cristales emergió un segundo fragmento lunar: este brillaba con un resplandor azul-plateado, frío como la tundra, pero inmensamente poderoso.
Kael lo tomó en sus manos. El pulso de energía atravesó su pecho, iluminando cada marca de su piel. Serena sintió el cambio de inmediato. El Kael que salió del santuario era más completo… más claro. Como si el juicio lo hubiera liberado.
Esa noche, acamparon a las afueras del santuario. Serena sostuvo ambos fragmentos sobre una piedra y los unió por un instante.
Una visión estalló en su mente.
Tres lunas.
Tres fragmentos.
Tres reinos caídos por orgullo, traición… y amor.
El tercero aún estaba oculto. No en la tierra… sino en el corazón de alguien vivo.
Serena despertó de golpe, con la garganta seca.
—¿Qué viste? —preguntó Kael.
Ella lo miró, con temor y certeza entrelazados.
—El último fragmento… está dentro de mí.
Y en la lejanía, entre las sombras del hielo, Lior los observaba desde la cima de un risco, sus ojos ahora completamente negros, la esencia de algo más antiguo habitando su cuerpo.
La guerra estaba más cerca de lo que creían.