La noche cayó como una profecía cumplida.
El cielo, antes tapizado de estrellas, se volvió un velo opaco teñido de rojo. La Luna Roja se alzó, inmensa, como un ojo antiguo observando el mundo con juicio implacable. En las tierras de Liria, todos los lobos sintieron el cambio. La magia vibró en la sangre de los licántropos como un tambor de guerra.
Serena, vestida con la túnica ceremonial blanca con bordados lunares, emergió del santuario central del Palacio de Piedra. La corona de la Reina Lunar resplandecía débilmente, como si anticipara lo que estaba por suceder.
Kael la esperaba a las puertas del santuario, su rostro endurecido por la tensión, pero sus ojos solo se suavizaban cuando la miraban a ella.
—¿Estás lista? —preguntó él.
—No —admitió Serena—. Pero eso no cambia lo que debo hacer.
La Sala del Consejo estaba llena de alfas y embajadores de clanes que antes no se habrían sentado juntos ni siquiera para evitar una guerra. Ahora, sin embargo, todos miraban a Serena con una mezcla de temor, respeto y duda.
Ilka se mantuvo de pie a su derecha. Kael, firme a su izquierda. Serena alzó la voz, su tono claro como el cristal:
—Hoy es la noche que las profecías anunciaron. Pero no moriré para cumplirlas. Esta vez, la Reina no será sacrificada. Esta vez, elegimos vivir.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos alfas, como Thoren del Norte, asintieron lentamente. Otros, como Irys de los Valles, no ocultaron su desacuerdo.
—Y si el precio de vivir es la deshonra de nuestros ancestros —replicó Irys—, ¿también lo aceptas?
—Acepto que la sangre derramada nunca trajo paz —respondió Serena—. Solo cadenas. Y esta luna no será otra forja.
En ese instante, un cuervo negro atravesó una de las ventanas rotas y cayó al suelo, agonizante. De su pecho brotó un símbolo ardiente: el emblema del Círculo de la Noche.
—Ya están aquí —dijo Ilka, desenvainando su daga lunar.
La batalla no comenzó con un grito, sino con un rugido ancestral. Desde el bosque que rodeaba Liria, cientos de lobos oscuros surgieron como sombras vivientes, comandados por figuras encapuchadas que exudaban magia negra.
Lior lideraba el ataque, montado sobre una criatura formada de huesos y fuego.
—¡Serena de Liria! —gritó desde la colina—. ¡Devuelve lo que no te pertenece! ¡La sangre debe cerrar el ciclo!
Serena salió al balcón principal del palacio, su voz amplificada por la magia:
—Tu ciclo murió con Selene. Yo soy el nuevo comienzo.
Y con esas palabras, el cielo se rasgó.
El poder de los fragmentos, activado por la luna, se manifestó en Serena como una ola de luz. Sus ojos brillaron, su cuerpo se rodeó de energía plateada. A su alrededor, los lobos de Liria comenzaron a transformarse, no solo en bestias, sino en guerreros imbuidos de magia lunar.
Kael fue el primero en lanzarse al combate. Su forma de lobo, enorme y cubierta de llamas blancas, chocó contra las filas enemigas con furia silenciosa. Serena descendió al campo de batalla, desatando una fuerza que hacía temblar el suelo.
Pero no era invencible.
Los miembros del Círculo de la Noche habían esperado esta noche durante generaciones. Usaban magia de sombras, invocaban espíritus ancestrales y bebían sangre encantada que les otorgaba fuerza temporal.
Ilka cayó herida protegiendo a un niño. Thoren fue rodeado y apenas logró sobrevivir. Cada victoria de Serena parecía despertar una nueva amenaza.
Y entonces ocurrió.
Lior rompió el círculo defensivo y apareció frente a ella.
—Tú no eres Reina —gruñó—. Eres una impostora. ¡Una débil!
—No soy débil —respondió Serena—. Solo no temo cambiar las reglas.
Desataron su poder al mismo tiempo.
El choque fue tan intenso que una onda expansiva barrió el bosque. Lior usó magia de muerte; Serena, magia de vida. La luna vibró sobre ellos. Por un instante, el tiempo se detuvo.
Serena gritó y extendió las manos. Los fragmentos respondieron. Su cuerpo se alzó del suelo, flotando. Un nuevo símbolo apareció en su frente: el círculo completo de la Luna.
—¡Selene! —gritó Lior, reconociendo el símbolo—. ¡No!
La luz envolvió el campo. Los enemigos cayeron inconscientes. Las llamas oscuras se apagaron.
Y Lior desapareció en la sombra.
Horas después, la batalla terminó. La luna aún estaba roja, pero su resplandor ya no daba miedo.
Kael caminó hacia Serena, cubierto de sangre y barro. La encontró arrodillada junto al cuerpo de uno de los caídos: un joven lobo de los clanes de montaña que se había unido a su causa.
—¿Ganamos? —preguntó Kael.
Serena asintió, pero su mirada estaba perdida.
—Ganamos esta noche. Pero la guerra apenas comienza. El Círculo no está derrotado. Y el poder que llevamos dentro… apenas ha despertado.
Kael la ayudó a levantarse.
—No estás sola. Ni ahora, ni nunca.
Y mientras la Luna Roja se desvanecía lentamente, Serena supo que el futuro no sería fácil.
Pero sería suyo.