El día siguiente a la unión de los fragmentos, Serena despertó gritando.
Su cuerpo se arqueó sobre el lecho de pieles. Sudorosa, temblorosa, con los ojos desorbitados, no reconocía su entorno ni a quienes la rodeaban. Kael trató de sujetarla, pero un pulso de energía lo arrojó contra la pared. Ilka acudió corriendo, invocando un sello protector, mientras las brasas de la chimenea se avivaban como si la propia luna ardiera en su interior.
—¡No la toquen! —gritó Ilka—. La luna está dentro de ella… y está desangrándola desde dentro.
Los fragmentos no solo eran llaves. Eran parte de un ciclo antiguo, una promesa sellada con sangre celestial. Y ahora que estaban unidos, su poder no podía simplemente existir sin reclamar un recipiente… sin exigir una reina dispuesta a sacrificarlo todo.
erena pasó tres días entre delirios.
En sus sueños, caminaba por un desierto sin luna, donde las estrellas murmuraban en lenguas muertas y los lobos la seguían con ojos de oro y colmillos rojos. Veía a su madre encadenada, a su hermano cubierto de ceniza, y al Kael del futuro… con una corona de espinas y el pecho abierto.
Veía al mundo dividido. Una mitad adorándola como deidad. La otra llamándola aberración.
Y en medio, escuchaba una voz aguda, constante:
“¿Vale la pena salvar un mundo que se alimenta de tus entrañas?”
Cuando finalmente despertó, había nieve en su cabello.
—¿Dónde estoy…? —musitó, con la voz ronca.
Kael estaba junto a ella, más pálido que nunca. Le tomó la mano con reverencia, como si fuera de cristal.
—En la Torre de las Cenizas. Ilka y yo te trajimos cuando los temblores empezaron.
—¿Hubo temblores?
—Sí. En todo el norte. Y no solo eso…
La miró a los ojos, con algo más que preocupación.
—Los clanes han empezado a dividirse. Algunos quieren que renuncies al poder. Otros te proclaman semidiosa. Y el Consejo del Alba… te ha declarado amenaza lunar.
Afuera, el mundo ardía bajo el miedo.
Los fragmentos unidos habían desatado una oleada mágica que afectaba la naturaleza, los sueños y los ciclos de transformación de todos los licántropos. Algunos se transformaban a media noche sin control. Otros tenían visiones apocalípticas. La Luna Roja apareció por segunda vez en el cielo, incluso fuera de su ciclo.
Los Clan Ferox, aliados hasta entonces, rompieron su juramento y sellaron sus fronteras.
El Clan de los Cuervos, neutral por siglos, se movilizó hacia las fronteras norteñas, enviando mensajes con plumas negras: advertencias veladas.
En la capital de los humanos, comenzaron los rumores. “La Reina Loba se ha convertido en un mito viviente”, decían. “Una diosa salvaje que camina entre mortales”.
El Consejo del Alba —una coalición secreta de clanes antiguos y sentinelas lunares— se reunió en un templo oculto. Allí, los ancianos debatieron con furia:
—¡Serena ha profanado el equilibrio!
—¡Ella solo ha cumplido la profecía!
—¡Pero a qué precio! ¡Los fragmentos unidos deben ser destruidos, no empuñados!
Uno de los ancianos, Vareth del Lomo Plateado, alzó la voz:
—Yo la entrené de niña. Vi su fuego. Su bondad. Pero también… su ambición. Si no la detenemos, no habrá luna que nos guíe. Solo fuego.
La votación fue unánime. El Decreto de Eclipse fue activado por primera vez en tres siglos:
Serena de Liria será destituida como Reina Alfa. Deberá entregar los fragmentos a la Guardia de la Medianoche. Si se niega, será considerada enemiga de la luna.
Kael leyó el decreto con el rostro endurecido.
—Esto es una declaración de guerra.
—No —dijo Serena, de pie a pesar de sus heridas—. Es una declaración de miedo.
Había cambiado. Más pálida. Más alta incluso. Su energía parecía tangible, envolviendo el aire a su alrededor. Ya no solo era reina… era algo más.
Pero Serena también estaba rota.
No dormía más de una hora sin sufrir visiones. No podía mirar la luna sin sentir que algo dentro de ella tiraba hacia el cielo. A veces, su voz se distorsionaba. Y en los espejos… sus ojos ya no eran del todo verdes.
Ilka la enfrentó con lágrimas en los ojos.
—Si sigues así, perderás tu alma.
—¿Y si perderla es el precio para salvarnos?
—¿Y si ese precio nos condena?
En medio del caos, Serena convocó una asamblea con los clanes aún leales. Allí, por primera vez, habló como lo que era: no solo reina, sino símbolo.
—No pedí ser portadora del poder lunar. No deseé ser el nexo de una profecía escrita antes de nacer. Pero aquí estoy. Y aunque mi cuerpo tiemble, y mi alma se desgarre… no cederé ante el miedo.
—Podría huir. Podría entregar los fragmentos y esconderme como una loba herida. Pero no lo haré. Porque esto no es solo un destino. Es una elección. Y elijo proteger a los míos. Aunque me odien. Aunque me persigan. Aunque me maten.
Kael la miró desde las sombras, sintiendo que su amor por ella era también una condena dulce. Porque ya no podía salvarla. Solo podía estar allí… cuando todo cayera.
Esa misma noche, en una montaña lejana, Lior sonrió al ver la luna mancharse de negro.
—La grieta se ha abierto. La Reina cae… y con ella, el mundo se partirá.