Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 15: Cacería de una Reina

Las estrellas parecían sangrar esa noche.
Desde la Torre de las Cenizas, Serena observaba el firmamento con una calma engañosa. La luna, antes su aliada, ahora era un testigo frío de su desmoronamiento. Cada noche, el poder de los fragmentos aumentaba dentro de ella, haciendo que sus sentidos se agudizaran y su piel brillara brevemente con destellos plateados. Pero también la desgarraban. No por fuera, sino por dentro, donde su humanidad comenzaba a ceder.
A veces, escuchaba voces que no eran suyas. A veces, veía el pasado de otros al rozarlos.
Y a veces, quería gritar.

La reunión secreta entre los clanes leales fue abruptamente interrumpida esa noche.
Un mensajero llegó cubierto de ceniza, con el pecho abierto por garras profundas. Cayó de rodillas ante Kael y escupió sangre.
—El Consejo del Alba… ha enviado a la Guardia de la Medianoche. Tres escuadrones. Van hacia Liria. Vienen por ella.
Kael sintió una ráfaga de furia recorrerle el cuerpo. Se giró hacia Serena, esperando verla derrumbada, pero no encontró miedo en su rostro.
Solo determinación.
—Entonces el tiempo ha terminado —dijo ella—. Si vienen a por mí… que me encuentren de pie.

La Guardia de la Medianoche no era cualquier amenaza. Elegidos entre los clanes más antiguos, sus miembros habían nacido durante eclipses lunares y entrenado desde la infancia para servir como brazo ejecutor del Consejo. Nunca dudaban. Nunca hablaban más de lo necesario.
Y su misión era clara: quitarle los fragmentos a Serena, viva o muerta.

Mientras los ejércitos marchaban, las tensiones crecían incluso entre los leales a Serena.
—Nos enfrentamos a un poder antiguo —decía Rhian, la Alfa del Clan del Este—. Esto no es solo política, es herejía para algunos.
—¡No podemos permitir que destruyan a nuestra reina! —rugió Kael—. Si cruzan nuestras tierras, será guerra.
—Y si no hacemos nada —intervino Ilka—, la magia que ella contiene podría romper el velo entre los mundos. Todos perderemos. Incluso ella.
Serena los escuchaba sin intervenir. Sabía lo que pensaban. Que estaba cambiando. Que el poder la dominaba. Y aunque no lo dijeran en voz alta, algunos comenzaban a temerle tanto como a sus enemigos.
En la intimidad de su habitación, frente a un espejo agrietado, Serena se enfrentó a la verdad.
Ya no era solo Serena de Liria.
Era la heredera de la luna. El receptáculo de la voluntad ancestral. Y si no encontraba una forma de controlar ese poder… el poder la controlaría a ella.

En un intento desesperado por entender lo que habitaba dentro de ella, Serena acudió a Ilka y exigió que la llevara al Santuario del Eco.
—Allí descansan las memorias de las primeras reinas lunares —explicó Ilka—. Pero el precio por abrir sus puertas es la verdad… incluso si destruye.
—Lo acepto —dijo Serena—. No quiero gobernar si no sé en qué me estoy convirtiendo.
Juntas partieron al amanecer, cruzando bosques envueltos en neblina, hasta llegar a un claro donde una cascada caía sobre un lago de aguas oscuras. El Santuario estaba oculto bajo la superficie. Una entrada de piedra grabada con antiguas inscripciones se abrió al contacto de Serena con el agua.
Dentro, los susurros comenzaron de inmediato.
“Nosotras también fuimos como tú.”
“También creímos poder resistirlo.”
“Pero el poder no se comparte, hija de la luna. Se paga con todo lo que eres.”
Serena cayó de rodillas cuando los recuerdos de las reinas pasadas la invadieron. Mujeres consumidas. Reinos perdidos. Hijas que mataron madres. Lobas solas entre ruinas.
Y una imagen final: el futuro, si seguía sin control. Un mundo ardiente. Kael entre los muertos. Ella, sobre un trono de huesos.
—¡No! —gritó—. ¡Yo no seré eso!
Pero la luna no respondía.

De regreso en la torre, Kael se preparaba para lo peor.
El ejército del Consejo se acercaba. En los senderos del sur ya se veían estandartes oscuros. La cacería estaba en marcha. Y aunque Kael confiaba en la fuerza de Serena, temía que el próximo combate no fuera físico… sino contra sí misma.

Esa noche, Serena regresó del santuario. Sus ojos parecían más antiguos. Su andar, más lento. Pero en su voz había fuego:
—He visto lo que puedo ser. Lo que temen. Lo que quieren destruir.
—¿Y lo que tú quieres? —le preguntó Kael.
Ella lo miró. Le tocó el rostro con la dulzura de una loba protegiendo a su compañero.
—Yo quiero decidir. No quiero que la luna elija por mí. No quiero ser solo un arma. Quiero ser la reina… pero también la mujer que ama este mundo.
—Entonces pelearemos por eso —dijo Kael.
Y por primera vez en días, ambos sintieron esperanza.
Aunque el rugido de la guerra ya se escuchaba en la distancia.




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