El cielo estaba en silencio. Demasiado.
Serena lo supo antes de que los cuervos dejaran de volar. Antes de que la niebla cayera como una tela espesa sobre los árboles de Liria. Antes de que los ancestros susurraran a través de los fragmentos:
“Vienen.”
Kael entró en la cámara de la Reina con el rostro endurecido por la urgencia. El Consejo de Guerra estaba reunido, pero todos sabían que nada de lo anterior se compararía con lo que se avecinaba.
—El Cónclave ha cruzado los límites. Hay símbolos de disolución colgados en los árboles. Uno en cada punto cardinal. Saben que aquí reside el corazón del poder.
Serena se puso de pie, su túnica aún manchada con cenizas del último ritual.
—¿Han enviado mensajeros?
Kael negó.
—No. Ni palabras. Solo señales. Esta es una advertencia disfrazada de desafío.
—No vendrán a parlamentar —dijo ella con frialdad—. Vendrán a destruirme.
Esa misma noche, en el corazón del bosque de los ecos, las runas sagradas comenzaron a resquebrajarse.
Los druidas de Liria no podían detenerlo. El poder que manaba de los símbolos de disolución interfería con la antigua magia defensiva. Era como si la tierra misma rechazara a Serena.
—Los fragmentos te están consumiendo —advirtió la anciana Verna, una de las guardianas del linaje—. Cada día son menos parte de ti… y más una extensión de la luna.
—¿Y qué soy yo, si no su elegida?
—Eres Serena —susurró Verna—. No dejes que te conviertan solo en un símbolo.
Pero Serena ya sentía el cambio.
Las voces eran más frecuentes. Las emociones más intensas. Y en su piel, en sus huesos, una energía incontrolable que palpitaba como un segundo corazón.
A la mañana siguiente, cuando el alba rompió el horizonte, ellos llegaron.
Cinco figuras cubiertas por capas de cristal oscuro atravesaron los límites del bosque sin ser detenidas por las barreras mágicas. Los árboles se apartaban a su paso. El aire ardía donde caminaban.
—Cónclave del Cuarto Ciclo —anunció la figura central—. Venimos a ejecutar el Juicio del Alba.
Kael quiso acercarse, pero Serena lo detuvo.
—Esto es entre ellos y yo.
En el círculo del juicio, frente a la mirada atónita de su pueblo, Serena se encontró con los cinco. No se presentaron por nombre. No lo necesitaban. Cada uno representaba una parte del Equilibrio:
• El Filo del Silencio (justicia)
• La Llama Dormida (castigo)
• La Mano Rota (pérdida)
• El Cuervo Estático (muerte)
• Y el Vacío Sonriente (engaño)
—Has roto el ciclo —dijeron a una sola voz—. Has unido los fragmentos. Has reclamado un poder que debió permanecer disperso.
—Has desafiado la balanza del mundo.
—Por eso, serás juzgada.
Serena no retrocedió.
—¿Por quién? Por ustedes, que se esconden detrás de máscaras y leyes antiguas mientras el mundo sangra sin un guía verdadero?
La figura de la Llama Dormida dio un paso adelante. El suelo se agrietó bajo sus pies.
—Esto no es castigo. Es corrección.
Entonces, sin aviso, atacaron.
El primer golpe no fue físico. Fue mental.
Serena cayó de rodillas, gritando. Los fragmentos brillaban violentamente en su pecho y muñecas. En su mente, vio todos los recuerdos de las reinas anteriores… y sus muertes. Una tras otra. Aplastadas por el peso del poder.
Ella gritó, pero no por dolor físico.
Gritó porque la duda la atravesó.
—¿Y si tienen razón?
Las imágenes la envolvieron: un mundo en ruinas, Kael muerto, Liria en llamas… todo por su ambición.
Pero entonces, algo surgió desde lo más profundo.
La voz de su madre.
Una memoria que creía perdida.
Un susurro en medio del caos:
—“El poder no te hace monstruo. El miedo a usarlo sí.”
Serena se incorporó.
Abrió los ojos. Y ya no eran verdes.
Eran plata líquida. Luna pura.
Los cinco miembros del Cónclave intentaron retroceder, pero ya era tarde.
Con un gesto, Serena invocó los tres fragmentos. No como armas, sino como símbolos. La sangre, la luna y el vínculo eterno.
El cielo se partió.
Una columna de luz descendió. No fuego. No castigo. Verdad.
Y uno por uno, los cinco fueron arrodillados. No por magia. Por revelación.
En sus mentes, Serena mostró el futuro que habían negado. Un mundo unido bajo una reina fuerte… pero compasiva. No por imposición, sino por elección.
Cuando el juicio terminó, cuatro de ellos se levantaron y desaparecieron, sin decir palabra.
Solo el Vacío Sonriente permaneció. Con una sonrisa suave, casi… humana.
—El ciclo se rompe… pero el tejido se recompone. Ten cuidado, Reina Serena. Algunos no querrán que ese futuro se cumpla.
Luego se desvaneció en la niebla.
Esa noche, sola en la torre más alta, Serena contempló el valle. En su cuerpo, el poder aún vibraba. Sus manos temblaban.
Kael llegó en silencio.
—¿Estás bien?
—No sé si aún soy yo, Kael. Cada vez me siento menos Serena… y más luna.
Kael la miró con ternura.
—Tal vez no debas elegir. Tal vez Serena sea la única capaz de ser ambas.
Ella sonrió. Por primera vez en días.
Pero en el horizonte… una sombra distinta crecía.
Porque aunque el Cónclave se había retirado… otro enemigo ya se preparaba para la guerra final.
Y este no buscaba justicia.
Solo sangre.