El regreso a Liria no fue celebrado.
No hubo coros ni estandartes ondeando en lo alto de las torres. Ni siquiera los lobos del bosque salieron a recibirlos. El aire que rodeaba la fortaleza era espeso y enrarecido, y los soldados en las murallas no ocultaban sus miradas nerviosas.
Desde el Monte de las Voces, algo había cambiado.
Serena lo sintió en cuanto cruzaron las puertas del castillo: los susurros se apagaban cuando ella entraba, los ojos se deslizaban rápido hacia el suelo, y entre los nobles se percibía un aroma antiguo y peligroso: el miedo disfrazado de cortesía.
Elandra fue la primera en hablar con crudeza.
—El Consejo ha estado reunido en tu ausencia. Hay voces que dudan de tu legitimidad ahora que has revelado tu linaje paterno.
—¿Y quién se atreve a cuestionar a su Reina Alfa? —gruñó Kael, con los ojos entrecerrados.
—No lo hacen abiertamente. Pero murmuran que el Eclipse pudo haber corrompido tu sangre desde antes de nacer. Dicen que lo que viviste en el Monte fue una iniciación. Que tal vez… te ha cambiado.
Serena convocó a una reunión de emergencia con los alfas aliados. La sala de piedra estaba cargada de tensión. En torno a la mesa ovalada, solo se escuchaban las respiraciones contenidas y el chasquido de la leña ardiendo.
—Hablen ahora —ordenó ella con firmeza—. Miren mis ojos. ¿Ven traición en ellos?
Un alfa de la frontera del Este, Hadrien, se levantó. Alto, de cabello rojizo y mirada astuta.
—No es traición lo que tememos, Reina. Es el poder desatado. Hemos oído lo que ocurrió en el Umbral. Espíritus convocados. Magia ancestral reactivada. Y el nombre de tu padre… eso despierta heridas.
—Mi padre fue un creador de errores —dijo Serena—. Y yo he nacido para enmendarlos.
Otra voz, más suave, se alzó. Era Mirena, Alfa del Bosque de Luto.
—Entonces demuéstralo. Permítenos ver tus fragmentos. Deja que el círculo de sabios verifique que tu poder no ha sido contaminado.
Kael se irguió, indignado.
—¡Jamás permitiré que la examinen como si fuera un objeto!
—Kael, basta —lo contuvo Serena.
La Reina los observó con dureza.
—No me negaré. Pero esta prueba se hará bajo mis términos. Si el Círculo quiere ver mis fragmentos, entonces yo también quiero ver los juramentos mágicos de cada uno de ustedes. Veremos quién oculta qué.
Hadrien desvió la mirada. Otros se removieron incómodos.
Esa noche, mientras el castillo dormía, Verna fue atacada.
La encontraron herida en uno de los pasillos, con un cuchillo ceremonial enterrado en el muslo y runas de silencio grabadas en la piel.
—No pude ver quién fue —susurró, dolorida—. Pero tenían magia de ocultamiento… magia del Eclipse.
El mensaje era claro: alguien dentro de Liria trabajaba con el enemigo.
Elandra se movilizó de inmediato. Se establecieron turnos de vigilancia. Kael reforzó la seguridad en las cámaras reales. Serena apenas durmió.
Las cartas llegaron al amanecer.
Mensajes cifrados, dejados en puertas, corredores y hasta bajo su almohada.
“El linaje del Eclipse corrompe.”
“La Reina no es lo que parece.”
“Liria caerá desde adentro.”
En el consejo de guerra de ese día, Serena rompió el protocolo.
Entró sin guardias, sin Kael, sin capa ceremonial. Solo su presencia.
—¿Quién me teme tanto como para atacar a una mujer anciana en la oscuridad? ¿Quién de ustedes se atreve a llamarse aliado mientras deja entrar el veneno del Eclipse?
El silencio se extendió, pero esta vez no fue de respeto. Fue de temor culpable.
Hadrien habló al fin.
—Hay quienes creen que si el Eclipse regresa, es por tu culpa. Que tu sangre los ha llamado.
—¿Y qué propones? ¿Que abdique? ¿Que me encierre? ¿Que me quite la vida por algo que no elegí?
Mirena bajó la cabeza. Otros no respondieron.
—No. Propongo que lideres la guerra tú misma —dijo Hadrien con una media sonrisa—. Si de verdad eres nuestra Reina, entonces enfréntalos. Lidera el primer ataque. Mata a sus generales. Y entonces… te seguiremos sin dudar.
Serena lo miró.
Y sonrió.
—He esperado que me desafiaran. Pero me han subestimado. Porque no soy la niña que creció en estas salas. Soy la Reina de Liria. Hija de dos lunas. Y yo traeré la guerra al Eclipse antes de que ellos la traigan a nosotros.
Esa noche, Serena subió a la torre más alta. Allí, bajo la luna creciente, su cuerpo brilló con el resplandor de los fragmentos.
Kael la encontró allí, sola.
—¿Estás bien?
—No —respondió—. Pero estoy lista. Hay una traición entre nosotros, Kael. Lo siento en los muros, en las miradas. Lo único que podemos hacer… es adelantarnos a ellos.
Kael se acercó y la abrazó.
—Entonces será guerra.
—Sí. Pero no como ellos creen. No seré su mártir. Seré su tormenta.
Y en lo alto del castillo, por primera vez en siglos, la luna pareció aullar junto con la Reina.