Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 24: La Reina Del Abismo

La noche había dejado de ser noche.

Sobre Liria, la luna se tornaba roja cada vez más temprano, como si el cielo no pudiera contenerla. Bajo su fulgor carmesí, los árboles se retorcían ligeramente en sus raíces, las sombras adquirían espesor y los susurros eran más que viento. Era como si el mundo respirara junto a un corazón enfermo.

Serena no dormía. Desde hacía tres días, no cerraba los ojos por más de unos minutos. Cada vez que lo hacía, veía lo mismo: un espejo. Su reflejo... y detrás, una figura oscura con su misma forma, pero sin alma en los ojos. Aetheryon no solo la buscaba: la estaba moldeando desde dentro.

Había comenzado a sangrar por las uñas.

—Es el alma la que se parte primero —le había dicho Elandra, con voz rota—. El cuerpo lo sigue después.

En el consejo de guerra, reunido por última vez en el Bastión del Norte, los líderes de las manadas estaban al límite de la desesperación. Las últimas ciudades independientes habían caído, no por fuerza militar, sino por una pérdida de sentido. Aetheryon no necesitaba matar para destruir: bastaba con susurrar certezas imposibles, mostrar verdades antiguas, volver loco al espíritu antes que al cuerpo.

—Liria está sola —dijo Kael con dureza, ante el mapa de alianzas que ya era solo cenizas—. Ni siquiera los hechiceros del Bastión de Runas nos responden. Hay rumores de deserción en nuestras propias filas.

—El fragmento en Serena la está consumiendo —añadió Hadrien, sombrío—. Y si ella cae, caemos todos.

Las palabras flotaron como un disparo.

Serena, que había escuchado en silencio, se puso de pie.

—No he llegado hasta aquí para ser salvada por quienes me temen.

Los ojos se volvieron hacia ella. Su figura, más delgada, pero también más imponente, parecía emanar una energía densa. Su cabello castaño claro caía como ríos de cobre bajo la corona, pero era su mirada verde —ahora salpicada de rojo en los bordes del iris— la que hacía que nadie se atreviera a interrumpirla.

—Aetheryon no me ha vencido. Pero cada día que pasa, entiendo más por qué fue sellado. Él no es un enemigo. Es una memoria primigenia. Una emoción encarnada: la voluntad de crear sin límites.

—¿Y qué haces tú entonces, Serena? —intervino Mirena—. ¿Eres su eco? ¿O su antítesis?

—Eso es lo que debemos averiguar.

Elandra había encontrado un antiguo ritual. Uno que no buscaba sellar a Aetheryon, sino conversar con él. No con el cuerpo que lo contenía… sino con su esencia. Solo podía realizarse en la Cámara del Umbral, una grieta dimensional donde el velo entre mundos era delgado. Un lugar tan antiguo que ni los mapas lo marcaban. Pero Serena lo conocía.

Había soñado con él desde niña.

El viaje tomó tres días. Al llegar, el paisaje era irreal: un claro donde el cielo parecía mirar hacia abajo, donde los árboles murmuraban nombres que nadie decía en voz alta. Allí, Serena se tendió en el centro de un círculo de marcas. Elandra, Kael y un pequeño grupo de protectores formaron el perímetro. Las runas se encendieron como fuego líquido.

Y entonces… él habló.

Has venido, hija del linaje maldito.

Serena estaba en un lugar que no era un lugar. Una extensión de vacío con puntos de luz, como fragmentos de alma flotando. Y frente a ella, una figura alta, envuelta en sombras cambiantes. Aetheryon no tenía rostro fijo, pero sí voz. Una voz que era todas las voces.

—¿Qué eres realmente? —preguntó Serena.

Fui el primero. Antes del pacto. Antes del nombre. Cuando los seres no temían desear sin forma. Los licántropos son mis descendientes… fragmentados. Creaciones cobardes.

—¿Y yo?

Eres la herencia de la fractura. Una portadora de voluntad. Si me unes a ti… seremos eternos. Si me rechazas, ambos moriremos.

—No te uniré. No para destruir este mundo.

Aetheryon rió. Una risa que desgarraba.

No deseo destrucción. Deseo nacimiento. Pero no en este plano... sino a través del tuyo.

Y entonces lo mostró: un futuro. Uno donde el cielo estaba poblado por lunas múltiples, donde los lobos caminaban como dioses, y Serena, coronada de fuego, reinaba sola.

Ese es tu destino si me aceptas. Gloria sin fin. Pero nadie contigo.

—Prefiero morir entre mi gente… que reinar sobre las cenizas de la humanidad.

Serena despertó en el claro con un grito. La tierra temblaba. Kael la sujetó, Elandra sangraba por la nariz, y los árboles ardían sin fuego.

—¿Lo viste? —preguntó Kael.

—Lo sentí.

—¿Qué hará ahora?

Serena se incorporó. El suelo seguía temblando.

—Vendrá a buscarme. Cree que soy la puerta. Pero no sabe que también puedo ser el candado.

Esa misma noche, un rayo rojo partió el cielo. Aetheryon descendía sobre el continente, no con cuerpos… sino con ecos. Aquellos que dudaban, ahora soñaban con él. Aquellos que lo veían… se ofrecían.

Los clanes se dividían.

El velo se quebraba.

Y Serena, con los tres fragmentos latiendo en su cuerpo, se alzaba como lo que nunca quiso ser: el centro del fin… o del nuevo comienzo.




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