Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 26: La Ultima Llamada

a madrugada se sentía distinta.

Kael dormía aún, su cuerpo cálido junto al de Serena, pero ella ya estaba despierta. Había amanecido con el eco de un nuevo temblor en el pecho, uno que no tenía origen físico, sino espiritual.

Aetheryon se movía.

Se levantó con cuidado, cubriéndose con la capa negra que aún olía a ceniza y a su piel. El aire en la torre parecía más denso, como si el tiempo mismo empezara a plegarse. Bajó los escalones de piedra en silencio, guiada no por mapas ni profecías, sino por la certeza de que algo se había roto.

En la sala del consejo, la tensión era un hilo afilado.

—Las columnas del sur han caído —anunció Hadrien—. Los clanes de la Cuenca Negra se han rendido sin pelear. Dicen que Aetheryon no les ofreció muerte, sino revelación.

—¿Y los hijos de Drenmar? —preguntó Elandra, con las manos temblorosas.

—Traicionaron el pacto. Entregaron los sellos a cambio de inmunidad.

Un rugido recorrió la sala. Serena entró en ese momento, vestida como reina: túnica de batalla, brazales lunares y la corona trenzada con fuego lunar. El silencio fue inmediato. Su sola presencia reclamaba obediencia.

—No los culpen —dijo, alzando la voz—. La oscuridad se alimenta del miedo. Y hay demasiado miedo entre nosotros.

—¿Qué haremos? —preguntó Mirena, con un hilo de desesperación en la voz—. ¿Esperar a que él venga?

—No —respondió Serena—. Iremos nosotros.

Un murmullo de incredulidad llenó la sala.

—¿Ir... dónde?

—A las Ruinas del Primer Aullido. El lugar donde comenzó la historia de los licántropos. Donde Aetheryon cayó la primera vez. Allí, donde la tierra aún recuerda.

—Serena, es una locura. No hay rutas seguras, no hay tropas suficientes —objetó Kael, que acababa de entrar—. Es una misión suicida.

Ella lo miró. Sus ojos ya no pedían permiso, ni siquiera apoyo. Eran ojos de reina decidida a escribir su último capítulo con sangre si era necesario.

—Entonces moriremos de pie, no en nuestras camas esperando el fin.

El viaje se organizó en apenas dos días.

Solo marcharían los más leales, los que aún creían. Kael, Elandra, Hadrien, Mirena, algunos guardianes del Bastión Lunar y los últimos caminantes de sombras del clan Riven.

Mientras los preparativos se desarrollaban, Serena pasaba las noches en trance, intentando contener el creciente poder que los fragmentos liberaban. Cada vez era más difícil mantenerse lúcida. Aetheryon no hablaba ya como una voz externa: era un susurro que le temblaba bajo la piel.

—Tú no puedes contenerme —le dijo una noche, en su mente—. Soy la llama bajo el hielo. La furia que tus antepasados sellaron. Pero tú... tú me reconoces. Porque en el fondo, eres como yo.

—No —respondió Serena, frente al espejo—. Yo soy más que tu origen. Soy más que el linaje de sombras.

—¿Y qué eres, entonces?

—Soy lo que tú no puedes entender. Soy voluntad. Soy elección.

Cuando el convoy partió, las tierras se abrían como tumbas antiguas. Cada paso era una sentencia. A los márgenes del camino, aldeas enteras habían sido abandonadas. El aire olía a magia rota. Y a lo lejos, en el horizonte, una luz roja se alzaba como una corona invertida.

Serena montaba en silencio, al frente. A su lado, Kael. No hablaban, pero se sabían. Habían cruzado un umbral del que no se regresa: el del amor que sabe que no hay promesas para el mañana.

La última noche antes de llegar a las Ruinas, acamparon en un valle donde los árboles tenían forma de lanzas.

Elandra se acercó a Serena con un cuenco humeante. Un antiguo brebaje para templar el alma.

—¿Tienes miedo? —le preguntó.

—Sí —respondió ella sin dudar.

—Eso es bueno. Solo los tontos enfrentan a un dios sin miedo.

—¿Tú crees que es un dios?

Elandra la observó. Su rostro estaba envejecido por el poder. Por las pérdidas.

—No sé si es un dios. Pero sé que tú eres su límite. O su redención.

Esa noche, Serena soñó con el pasado. Vio a su padre frente a una figura sellada en una caverna de huesos. Vio las manos temblorosas de su madre cuando la colocó bajo la luna por primera vez. Y vio algo más: un círculo de brujos, pactando con la sombra para engendrar a alguien que pudiera cargarla sin sucumbir.

Ella no fue un accidente. Fue un sacrificio planeado.

Y el amanecer la encontró de pie.




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