La noche cayó como una losa de obsidiana sobre el Valle del Eco. A pesar de la calma superficial, cada roca y cada hoja parecía contener un susurro. Serena lo sentía en la piel: el mundo estaba conteniendo el aliento. Desde su transformación, su percepción se había expandido. No solo veía a través de las sombras, sino que escuchaba los pensamientos incompletos, los secretos que palpitaban en el corazón de quienes la rodeaban.
Desde lo alto de la torre de vigilancia, observaba las fogatas que ardían en los campamentos de los clanes. Alianzas frágiles, como papel bajo la lluvia. Sabía que algunos alfas no la apoyarían. No por miedo, sino por orgullo. Otros ya conspiraban en silencio, empujados por manos invisibles.
Kael se acercó en silencio, con la mirada dura. A su lado, Hadrien traía un informe urgente.
—Interceptamos un mensaje —dijo, dejando el pergamino sobre la mesa de piedra—. Fue sellado con el símbolo de la Espina Negra.
Serena lo reconoció al instante. La Espina Negra era una orden secreta, extinta desde la Guerra del Velo. O eso habían creído.
—¿Qué dice?
Kael abrió el rollo. La tinta era sangre seca. Apenas cinco palabras:
"La jauría se alimenta dentro."
Serena sintió un escalofrío. Era una señal antigua. Significaba que el traidor no solo estaba cerca... estaba en su círculo más íntimo.
Reunió al consejo esa misma noche. Elandra, Kael, Hadrien, y tres nuevos emisarios de los clanes menores. Todos se sentaron en el Círculo de Raíces, donde el suelo tenía la capacidad de reflejar la verdad a través de las hojas caídas. Cada palabra mentirosa marchitaba el follaje. Cada intención pura lo reverdecía.
—Recibimos evidencia de infiltración —dijo Serena sin rodeos—. Y no de parte de enemigos exteriores. Alguien entre nosotros ha ayudado a Aetheryon.
Las miradas se crisparon. Algunos fingieron sorpresa. Otros simplemente bajaron la mirada.
Elandra fue la primera en hablar.
—Eso explicaría las grietas en los sellos. Alguien sabía cómo debilitarlos.
—Y cómo manipular la reunión de los fragmentos —agregó Kael, mirando al emisario del Clan Oscuro, un hombre llamado Vyron.
Vyron no se inmutó.
—Mis manos han estado visibles desde el inicio. No me escondo entre las sombras.
Serena lo analizó. No mentía... pero tampoco decía toda la verdad.
Fue entonces cuando una hoja cayó del árbol central, y al tocar el suelo, se volvió gris.
El traidor estaba presente.
Esa noche, Serena se encerró en la cripta de los espejos lunares, un lugar reservado para los líderes que buscaban respuestas en las memorias de los antiguos. Allí, podía proyectar los recuerdos vinculados a su sangre.
Desnuda ante el altar, cubriéndose solo con las runas de su linaje, tocó el espejo central.
Una escena brotó del cristal: su padre, más joven, firmando un pacto con un hombre encapuchado. No podía ver el rostro, pero sí la marca en su mano: una espina negra rodeada de fuego.
—Tú abriste la puerta… —susurró ella.
El linaje que su padre había ocultado no solo era un legado de contención. Era también una deuda. Un acuerdo sellado en desesperación, cuando Aetheryon amenazaba con destruir todo.
Y ese acuerdo... había dejado una grieta.
Serena volvió a convocar al consejo, pero esta vez en secreto, solo a los tres en quienes confiaba plenamente: Kael, Elandra y Hadrien.
—No podemos esperar más. El traidor podría actuar en cualquier momento.
—Entonces hazlo como en los viejos tiempos —dijo Elandra con tono sombrío—. Invítalo a revelar su naturaleza.
—¿Con un ritual de verdad? —preguntó Kael—. Algunos morirán si mienten bajo su efecto.
Serena asintió.
—Ya no podemos permitirnos sutilezas.
El ritual fue preparado con rapidez. El Valle del Eco se tornó rojo con las antorchas ceremoniales. Cada líder colocó una gota de su sangre sobre la piedra del Juramento. Serena fue la última.
Cuando la piedra absorbó su esencia, un aura negra emergió. El ritual había comenzado.
Uno por uno, los presentes fueron llamados a hablar. Sus palabras eran selladas por el eco del valle. Cuando llegó el turno de Vyron, su voz se quebró.
—No ayudé a Aetheryon. No rompí los sellos.
La piedra no reaccionó.
Luego, hablaron otros dos. Nada sucedió.
Pero al llegar a la emisaria del Clan del Alba, una mujer llamada Liora, algo se quebró.
Ella abrió los labios, pero antes de emitir palabra, cayó al suelo. De su boca brotó sombra.
Kael se lanzó de inmediato. Hadrien invocó cadenas de plata.
Serena se acercó a ella con lentitud.
—¿Tú lo liberaste?
Liora, ya con los ojos ennegrecidos, sonrió.
—No. Solo abrí la puerta para quien siempre estuvo dentro.
—¿Quién?
Liora volvió la mirada hacia el círculo... y la fijó en Kael.
Un suspiro recorrió la reunión. Serena se congeló.
—No —susurró—. Eso no es posible.
Kael retrocedió un paso, confundido.
—Serena, yo no…
Pero antes de que pudiera continuar, la piedra del Juramento comenzó a agrietarse.
Serena lo miró fijamente. En sus ojos brilló una verdad ancestral.
—Tu sangre lleva una segunda marca.
Kael pareció no entender. Pero dentro de él, algo se removió. Algo enterrado. Algo que jamás quiso recordar.
Esa noche, Serena se encerró sola en la cima del templo, con el corazón desgarrado.
—Kael, mi compañero, mi escudo... ¿qué ocultas de mí?
La luna roja la observaba desde el cielo, en absoluto silencio.
La guerra por venir no sería solo contra Aetheryon o los clanes enemigos.
Sería contra las mentiras que dormían en su propio corazón.