La luna seguía alta, pálida y cruel en lo alto del cielo. Las sombras del Valle del Eco se alargaban como garras, y el eco del ritual aún vibraba en el corazón de Serena. No había regresado a sus aposentos. Se mantuvo en el templo superior, sola, envuelta en el silencio y en la creciente incertidumbre que le nublaba el juicio. Su respiración era contenida, como si el más mínimo suspiro pudiese romper la delgada línea entre la verdad y la traición.
Kael fue el primero en ascender. No hizo ruido. La roca ni siquiera crujía bajo sus botas. Estaba pálido, pero su mirada seguía siendo firme, decidida.
—Serena, no puedes creer eso...
Ella no se giró.
—No quiero creerlo.
El viento azotó su capa, haciendo que la tela danzara como fuego negro.
—Pero el eco... la piedra... y sus ojos, Kael. Sus ojos te señalaron.
Kael dio un paso hacia ella, pero se detuvo.
—No sé qué significa. Pero no soy un traidor. He derramado mi sangre por ti. He enfrentado a nuestros enemigos. Te he amado con toda mi alma.
Serena finalmente lo miró. Y en sus ojos, por un instante, Kael vio la antigua versión de ella: la joven que había confiado ciegamente, que había soñado con un mundo unido por la voluntad de su manada.
—Tu alma...—murmuró ella.—. Pero, ¿qué tal si hay algo que ha estado enterrado dentro de ti, algo que ni tú conoces?
Kael bajó la cabeza.
—Hay... fragmentos. Sueños que no me pertenecen. Voces, a veces. Pero siempre lo achaqué a la conexión con los fragmentos.
Serena cerró los ojos.
—No. Es más antiguo que eso.
Ella extendió la mano. Sus dedos trazaron un símbolo sobre el pecho de Kael, justo donde latía su corazón. Un resplandor rojo se encendió brevemente, y luego... una marca emergió. La espina negra, rodeada de una luna fracturada.
Kael cayó de rodillas, jadeando.
—¿Qué es eso?
—Una séptima marca. Oculta bajo capas de memoria sellada.
Serena retrocedió.
—Tú... fuiste elegido para ser recipiente. Desde antes de nacer.
Kael la miró, horrorizado.
—¿Recipiente de qué?
Una voz distinta habló desde su garganta.
—De la voluntad que duerme entre la sangre y la luna.
El mundo pareció detenerse. Serena invocó sus garras, por instinto. Pero Kael... o lo que hablaba a través de él, no atacó. Solo sonrió.
—Aetheryon no busca destruir. Busca renacer. El mundo que ustedes protegen es una carcasa rota. Somos la nueva era.
Serena rugió. La luna respondió con un rayo que cayó sobre el altar, separándolos. Kael fue lanzado hacia atrás, y al abrir los ojos, era él de nuevo.
—Serena...
Ella retrocedió, entre lágrimas.
—Necesito respuestas, Kael. No promesas.
A la mañana siguiente, el consejo se reunió sin la presencia de Serena. Fue Elandra quien tomó el mando provisional.
—La Reina Alfa medita en el Templo. Ha ordenado silencio absoluto hasta nueva orden.
Pero el silencio alimentó las dudas. Algunos exigieron la detención de Kael. Otros querían un nuevo ritual. Algunos, incluso, propusieron dividir el poder de los fragmentos antes de que uno solo, Serena, lo dominara por completo.
Mientras tanto, en las catacumbas del templo, Serena caminaba entre tumbas olvidadas. Necesitaba entender el origen de la marca. Allí, entre las criptas, encontró un texto escrito por su abuela, la primera Reina Alfa.
"El linaje de la Espina Negra fue una herramienta de los Antiguos. Solo uno de cada generación lleva la semilla. No por elección, sino por destino. Aquel que porta la marca no será siempre consciente de su papel... pero cuando el equilibro se rompa, despertará."
Serena cerró el libro con manos temblorosas.
Kael no era culpable. Era una víctima. Pero también... podía convertirse en la llave de la destrucción.
Al salir a la superficie, encontró a Hadrien esperándola.
—Ha comenzado.
—¿Qué cosa?
—La disolución del consejo. Tres clanes se han retirado. Dos exigen tu renuncia.
Serena alzó la mirada hacia el cielo encapotado.
—Entonces es el momento. De dejar de pedir permiso... y de comenzar a reinar.
Sus ojos brillaron como brasas. Y en la distancia, la luna roja comenzó a elevarse una vez más.