Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 39: Entre Velos y Recuerdos Perdidos

El crujido del mundo se sintió como un lamento antiguo. Cuando Sariah atravesó la grieta, no cayó ni flotó: fue absorbida. Cada célula de su cuerpo sintió la distorsión del plano entre realidades. El aire allí no era aire; era memoria, era residuo, era esencia.

No existía un suelo fijo ni un cielo constante. Todo parecía moverse con la lógica de los sueños: una torre en el horizonte podía desvanecerse al parpadear, un río fluir en espiral ascendente, los árboles respirar y cantar nombres olvidados. Y todo estaba cubierto por una neblina dorada y púrpura, como si el mundo estuviera siempre en el instante justo antes del amanecer… o del fin.

¿Dónde comienza este lugar? —preguntó Sariah en voz baja.

Una voz le respondió sin sonido:

Aquí no hay comienzos. Solo reflejos.

Giró bruscamente. Nadie. Sin embargo, en el lago a sus pies, su reflejo ya no era suyo. Lo que veía era a Serena, aunque no como la conocía en las crónicas. Esta Serena era más joven, sin corona, sin capa, solo con los ojos llenos de asombro... y terror.

Tú eres mi sombra… —susurró la figura del lago.

Sariah retrocedió un paso, y el lago se transformó en tierra quebrada. Del suelo emergieron raíces negras como obsidiana, enrollándose como serpientes. El plano no obedecía al tiempo ni al espacio, pero sí al pensamiento, a la emoción.

Y Sariah sentía miedo.

Caminó durante horas, o lo que creyó eran horas. En el plano del velo, no había forma de saber si el sol existía o si el tiempo se medía. Solo sabía que avanzaba, guiada por una pulsación interior. Una vibración que no venía del cuerpo, sino del alma.

En el horizonte, distinguió una figura.

Una mujer sentada sobre una roca flotante en medio del vacío. Su cabello era largo y oscuro como tinta líquida, su vestido parecía hecho de trozos de cielo nocturno, y sus ojos… sus ojos eran dos lunas superpuestas: una blanca y otra roja.

—Serena —murmuró Sariah.

La figura levantó la cabeza. No había expresión en su rostro. Solo una mirada hueca, llena de siglos de contención. Como si cada pensamiento estuviera atrapado detrás de una muralla invisible.

¿Me recuerdas? —preguntó Sariah.

Silencio.

No vine a salvarte. Vine a entender.

Entonces la figura habló.

La voz… sigue llamando. Pensé que si me sacrificaba, el eco moriría. Pero el eco se aferró a mí. Me convertí en su nido…

Sariah dio un paso adelante.

—¿El eco? ¿El enemigo?

Serena parpadeó lentamente.

No era un enemigo. Era una idea. Una conciencia sin forma, sin tiempo. El primer pensamiento del universo. Antes de que los dioses tuvieran nombre, ya existía el deseo de permanecer. Y el eco… es el residuo de ese deseo.
Y me eligió a mí como recipiente, no por poder… sino por quebranto.

Sariah sintió una punzada en el pecho. Todo lo que había aprendido hasta ahora —el sacrificio heroico, la reina eterna, la prisión sellada— era solo una capa. La verdad era más cruda. Serena había sido elegida no porque fuera invencible, sino porque era vulnerable en el momento preciso.

¿Y ahora? —preguntó Sariah—. ¿Aún habitas ese deseo?

Ya no distingo dónde termina mi voluntad y dónde comienza la suya… —respondió Serena, bajando la mirada.

Sariah se acercó.

He sentido la misma voz. Me llama también. Me quiere como te quiso a ti.

Serena levantó la cabeza, alarmada.

Entonces debes huir.

Pero ya era tarde. El plano comenzó a convulsionarse. El cielo se desgarró con una grieta negra, y de ella descendió una figura sin forma concreta, hecha de sombras líquidas, como si fuera una estatua cubierta por un manto ondulante. De su cuerpo emanaban susurros en mil lenguas. Y todos decían lo mismo:

Quédate.

Sariah se puso delante de Serena.

No somos vasijas. No somos ecos. Somos voluntad.

La sombra se detuvo. Del interior surgió un rostro… no uno físico, sino emocional. Una proyección de lo que Serena más temía. El rostro de Kael… pero distorsionado, dolido, con ojos vacíos.

Serena cayó de rodillas.

No… no tú…

Sariah entendió en ese instante. La entidad no vencía con violencia, sino con dolor. Usaba los recuerdos, las culpas, los vacíos. Quería dominar la voluntad, no destruirla.

Tú no eres Kael —declaró Sariah, levantando una mano—. Eres solo el eco de un error.

La sombra se agitó, cambiando de forma: ahora era la madre de Sariah, luego un anciano que suplicaba perdón, luego un lobo herido. Cada imagen era una herida en su memoria.

Pero Sariah no retrocedió.

Si soy la herencia del eco, entonces también soy su final.

Del centro de su pecho, el símbolo de la Sangre y la Luna se encendió. Un sello olvidado, uno que ni Serena había podido manifestar. Era el sello del despertar consciente, no impuesto, sino elegido.

Y con su voluntad, Sariah creó una llama blanca. No quemaba, no hería. Pero sí iluminaba. Y ante la luz, el eco se contrajo.

Volveré… —susurró.

Y desapareció.

Serena y Sariah quedaron solas. El plano empezó a reconfigurarse. Ya no parecía un lugar de prisión, sino de tránsito.

Serena rompió su silencio.

No debes cargar con lo que yo no pude contener. El precio es demasiado alto.

Sariah se acercó y le tomó la mano.

No quiero contenerlo. Quiero comprenderlo. Tal vez, si dejamos de pelearlo como un enemigo, podamos enseñarle lo que significa ser humano.

Serena esbozó una sonrisa tenue, la primera en siglos.

Tú… tú tienes esperanza. Aún después de todo.

No esperanza —respondió Sariah—. Elección.

Cuando regresó, Sariah emergió del portal con los ojos completamente blancos, como si hubiera visto el universo desnudo. El mundo de los vivos había cambiado. Los cielos eran más claros. Las sombras, más tenues.




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