El mundo aún vibraba con el eco del regreso de Sariah. Las tierras de Lumenor temblaban cada vez que ella hablaba, y las bibliotecas se abrían ante su presencia como si reconocieran una llave olvidada. Pero en los márgenes de esa nueva era de luz, algo oscuro despertaba. No en el plano del velo, ni en las profundidades del pasado... sino en el presente mismo.
A cientos de leguas de la capital, en una fortaleza enterrada bajo tierra negra y raíces espinosas, una figura observaba un antiguo espejo. No mostraba reflejos. Mostraba futuros. Y todos terminaban igual: con la figura de Sariah brillando como una estrella que nadie podía apagar.
La mujer frunció el ceño.
—Tantas versiones… tantos intentos fallidos —murmuró—. Pero aún no me han visto venir.
Se giró. Tenía cabello plateado trenzado en espirales. Su piel era como mármol azulino, y sus ojos, sin pupilas, parecían vacíos… pero todo lo veían. En su frente llevaba una marca prohibida: un ojo invertido rodeado de tres lunas negras. Ese era el símbolo de las Antiguas Nacidas, una orden extinta desde la caída de Serena, compuesta por brujas que nunca aceptaron el fin del primer linaje.
—¿El eco eligió a otra? —preguntó, con burla—. Qué tonto. Siempre elige esperanza… cuando pudo haber elegido conocimiento.
Su nombre era Virelya Vaarn, y aunque el mundo la había olvidado, ella jamás había dejado de existir. Fue desterrada en la Era del Silencio por manipular memorias ajenas, por provocar guerras entre clanes mediante espejismos, y por intentar robar el fragmento del eco original de las cámaras de Serena. Falló. Pero no desapareció. Se enterró.
Y ahora, tres siglos después, despertaba con una claridad monstruosa.
Virelya se movía entre las cámaras ocultas de su fortaleza, acompañada por sus seguidores. No eran humanos. Eran “sombras pensantes”, criaturas tejidas con la misma sustancia del velo, entrenadas para adoptar formas humanas durante breves lapsos. Servían, espiaban, mentían. Y uno de ellos ahora se arrodillaba ante ella.
—Mi reina… la grieta ha sido abierta. Sariah ha regresado. El eco… retrocede.
—No retrocede —corrigió Virelya con suavidad—. Se ha adaptado. Y como todo lo que se adapta… evoluciona.
Abrió un cofre forjado en sangre endurecida. Dentro, un fragmento negro palpitaba. No era uno de los tres fragmentos originales que Serena reunió. Este era anterior. El fragmento oscuro, la parte del eco que incluso Serena no pudo sellar.
—Ella no sabe que su existencia depende de mi error. De lo que yo perdí… y jamás reclamé —dijo con voz baja.
El espejo volvió a activarse.
Esta vez, mostró a Sariah hablando ante una asamblea. Sus palabras eran poderosas, su aura magnética. Hablaba de equilibrio, de una nueva era, de alianzas entre clanes y sabiduría compartida. Hablaba de futuro.
Virelya apretó los puños.
—¿Y si nadie quisiera ese futuro? ¿Qué pasaría si los recuerdos pudieran ser reescritos?
Levantó una piedra de memoria, una gema roja que guardaba eventos pasados. En su interior se oían fragmentos de la historia de Serena, pero tergiversados: en ellos, Serena era la usurpadora, Kael, el verdadero portador del eco, y el sacrificio… una farsa para robar el poder de los clanes.
—Preparad la cámara de disonancia —ordenó a sus sombras—. Vamos a sembrar una nueva narrativa. Si el mundo cree otra historia… Sariah caerá sin que yo deba tocarla.
Mientras tanto, en Lumenor, Sariah tembló en mitad de la noche. No por miedo. Sino por alteración. Algo estaba manipulando los recuerdos colectivos. En las plazas, los bardos cantaban versiones confusas de la historia. Algunos juraban que Serena había traicionado a los clanes. Otros decían que el eco era un invento del consejo.
—Están cambiando la raíz —susurró, con el corazón acelerado—. Como si todo lo que fue... nunca hubiese sido.
Elandra, ahora anciana, fue llamada desde su retiro. Cuando vio los efectos en las crónicas del templo, palideció.
—Esto… esto es brujería de la peor clase. Magia de reescritura. Hace siglos que se prohibió.
Sariah cerró los ojos. Visualizó el eco… y por primera vez, vio una sombra externa que se infiltraba en él como un parásito.
—Ya no es solo el eco. Hay alguien más.
La escena final de ese día sucedió lejos de templos y bibliotecas.
Virelya caminó por un campo cubierto de polvo de estrellas. A su alrededor, se erguían pilares de cristal donde estaban atrapadas memorias robadas: la infancia de Kael, la primera transformación de Serena, el momento en que Sariah tocó el diario velado.
—Todo puede ser alterado… incluso el amor.
Y mientras sus sombras viajaban hacia Lumenor, llevando falsos pergaminos, manipulando sueños, y sembrando duda, Virelya dijo las palabras que marcarían la era por venir:
—El eco me rechazó una vez. Pero esta vez… se alimentará de mí. Y juntos, reescribiremos el destino.