Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 46: El Susurro Bajo El Hielo

La advertencia de la niña no fue tomada a la ligera. No por Sariah. No después de todo lo que había presenciado en el Árbol del Tiempo. Desde aquella tarde, la biblioteca del templo —ahora convertida en un archivo vivo— se llenó de buscadores, sabios y guardianes revisando códices, mapas, y crónicas olvidadas.

La descripción del “animal con alas de hueso y un ojo de oro” resonaba con un mito sepultado hacía más de dos mil años: la Bestia del Umbral, un ente pre-lunar, anterior a la guerra entre luz y sombra. Su existencia no era confirmada, pero algunos registros hablaban de una criatura cuyo poder no residía en destruir… sino en recordar lo que debía permanecer enterrado.

—El olvido… —murmuró Sariah frente al consejo—. ¿Y si el olvido mismo tiene voluntad?

—Entonces no estamos luchando contra seres —respondió Elandra, ahora anciana pero aún lúcida—. Estamos luchando contra conceptos.

—Contra el instinto de las generaciones por encubrir su vergüenza —añadió un joven erudito del Clan del Silencio—. La historia como amenaza.

Sariah cerró el códice y se puso de pie.

—Entonces debemos ir donde nadie quiere mirar.

Una expedición fue organizada en secreto. No eran muchos: Sariah, dos veladores, una sabiomaga y el joven que había hablado en el consejo, Neryan, un cronista descendiente directo de los Custodios del Sur. Lo guiaba una extraña intuición, como si hubiese estado esperando toda su vida ese momento.

Su destino: las Ruinas de Zholdra, en los hielos perpetuos del norte.

Allí, siglos atrás, los antiguos habían sellado lo que llamaban “La Primera Memoria”. Un fragmento no de historia, sino de origen puro. Tan crudo y vasto que su lectura había provocado la locura de tres linajes.

El viaje fue brutal. Vientos como cuchillas, cielos donde la aurora parecía llorar. No había caminos, solo huellas antiguas de los que habían muerto intentando regresar. En la frontera del hielo, encontraron una estatua desgastada: una loba con ojos tallados en ámbar.

—Es Serena —susurró Sariah.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque está llorando.

Y lo estaba.

El hielo que cubría su rostro se derretía levemente, como si algo cálido palpitara en el interior de la montaña.

—Ya no vigila —añadió Sariah—. Está rogando que no entremos.

Pero entraron.

Las ruinas de Zholdra no estaban vacías. Las paredes estaban cubiertas por un lenguaje imposible, hecho de imágenes en movimiento. Cada vez que alguien lo miraba, recordaba algo que no vivió, pero que sentía profundamente como propio.

Neryan cayó de rodillas tras la primera visión.

—Fui un traidor —dijo, entre lágrimas—. Le entregué el fragmento a Virelya. Pero no… no soy yo…

—Estás viendo otra vida —dijo la sabiomaga—. Zholdra proyecta lo que olvidamos como especie.

Sariah caminó más allá de los corredores hasta llegar al centro: una cámara donde flotaba una esfera dorada, con vetas negras y grietas que brillaban como brasas.

Al acercarse, su pecho vibró.

—Es el corazón de la Bestia —dijo en voz baja—. No está dormida. Está esperando ser nombrada.

—¿Cómo podemos enfrentarnos a algo que existe para revivir todo lo que reprimimos? —preguntó uno de los veladores.

—Tal vez no debemos enfrentarlo —dijo Neryan, de pie, con voz distinta—. Tal vez debemos escucharlo.

Sus ojos brillaban.

Sariah comprendió que Zholdra lo había tocado.

—¿Qué escuchas?

—Su nombre —respondió él—. Es Izkhar. Y no quiere destruirnos. Quiere… mostrarnos lo que aún no ha pasado.

La esfera pulsó.

La cámara se llenó de imágenes.

Sariah vio un futuro posible: el templo ardiendo, los clanes dispersos, sus rostros envejecidos por el peso de decisiones cobardes. Kaelen, como una figura etérea, observando desde el borde de la existencia. Y más allá… un rostro nuevo.

Una mujer con ojos sin pupilas y una corona hecha de ceniza.

—¿Quién es? —preguntó.

—Izkhar la llama “la Portadora del Vacío”. Aún no existe… pero está creciendo en cada acto de negación. En cada verdad silenciada.

Sariah retrocedió.

—¿Podemos impedirla?

—Solo si elegimos el camino más difícil —dijo Neryan, ya completamente poseído por la visión—. El de contar todo, incluso lo que nos condena.

Al salir de Zholdra, no eran los mismos.

La montaña les había devuelto algo más que memorias. Les había entregado una visión: no de un enemigo, sino de una consecuencia. Una advertencia.

De vuelta en el templo, Sariah reunió al nuevo consejo.

—Se acabaron los secretos. A partir de hoy, cada recuerdo recuperado será registrado, expuesto y enseñado, incluso si es una vergüenza.

Uno de los sabios se puso de pie.

—¿Y si eso nos fragmenta?

—Entonces aprenderemos a vivir fragmentados —respondió ella—. Porque la mentira no une. Solo atrasa el colapso.

Y al salir al patio central, Sariah alzó el cristal dejado por Kaelen, que ahora palpitaba levemente.

—Tú me mostraste que recordar es resistir. Que ser humano es soportar el dolor de no poder rehacerlo todo. Pero aún así… caminar.

Esa noche, Sariah escribió en el libro viviente del templo:

“Que este mundo no busque salvadores perfectos.
Que no espere luz pura.
Que acepte la mezcla, la grieta, el temblor.
Porque sólo en lo roto, florece lo real.”

Y sin saberlo, acababa de fundar una nueva era.

Una que no sería recordada por sus héroes…

Sino por su valor para no olvidar.




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