El viento soplaba distinto en las tierras centrales. Era un murmullo persistente, como si alguien susurrara a través de las hojas secas. Sariah lo notó en cuanto cruzó el umbral del nuevo templo. Ya no era solo la Raíz del Tiempo lo que vibraba en su interior: ahora era la presencia de algo que no pertenecía a esta era. Algo que se movía en las grietas de la memoria, en los márgenes de lo nombrado.
Los escribas comenzaron a registrar extraños símbolos en sus sueños. Algunos despertaban con tinta en las manos, sin recordar haber escrito nada. Otros hablaban en idiomas que nadie reconocía. La esfera traída de Zholdra, custodiada en la cámara de cristal, palpitaba cada noche con más intensidad.
Y en un rincón del templo, una niña recién llegada al santuario escribió sobre las paredes de su celda:
“Yo la vi.
Ella no tiene rostro.
Pero todas nuestras sombras la reconocen.”
Sariah convocó una reunión de emergencia. El consejo se sentó en círculo, bajo la luz tenue de los faroles lunares. Elandra, ahora en silla de ruedas, fue la primera en hablar.
—La Portadora del Vacío ya camina entre nosotros. Quizá no en carne aún… pero ya ha sembrado dudas, quiebres. Hay clanes que niegan la historia revelada en Zholdra. Nos llaman manipuladores del relato.
—¿Y qué quieren hacer? —preguntó Neryan, quien desde su vínculo con Izkhar veía visiones más vívidas cada día.
—Quieren quemar el archivo. Reinstaurar los pactos de silencio. Regresar al velo.
Un murmullo de indignación recorrió la sala.
Sariah se puso de pie.
—Entonces ella ya está ganando. No con fuerza, sino con olvido selectivo. Con miedo a la vergüenza.
—Hay más —dijo Neryan con la voz entrecortada—. Anoche soñé con un campo de cadáveres. Todos teníamos los ojos vacíos. Y en el centro, ella recogía nuestras voces como si fueran flores marchitas.
Silencio.
Sariah respiró hondo.
—¿Sabes su nombre?
—No. Pero sé su símbolo. Lo vi grabado en el cielo de ese sueño.
Se inclinó sobre la mesa y, con el polvo de luna, dibujó una figura: un eclipse invertido con raíces saliendo del centro.
Sariah palideció.
Ese símbolo estaba escondido en los pasajes prohibidos del libro de Serena. El mismo que nunca había terminado de leer.
Esa noche, Sariah descendió sola a la Cripta del Primer Linaje. Allí reposaban los textos originales, escritos en piel y sangre. Con manos temblorosas, abrió el último capítulo del tomo de Serena: uno sellado mágicamente, que solo podía abrirse tras tres actos de renuncia.
Ya había cumplido los tres.
El texto se desplegó, revelando una carta escrita a mano. No a los clanes. No al mundo.
A su descendencia.
“Si lees esto, significa que el ciclo comenzó otra vez. No me arrepiento de haber amado, ni de haber guiado, ni de haber errado. Pero debes saber lo que nadie me permitió decir. El día en que gané la guerra, perdí algo más: una parte de mí, arrancada por el exceso de poder. Lo sellé, pensé que moriría. Pero el poder no muere. Se transforma.
Esa parte... no era enemiga. Era yo misma sin redención. Sin equilibrio.
Si despierta… no la odies.
Pero no la dejes ganar.”
Sariah cerró el libro lentamente.
La Portadora del Vacío no era una entidad externa.
Era una herencia.
La sombra de Serena.
El fragmento de poder que jamás fue purificado.
En los días siguientes, las señales se multiplicaron.
— Las aguas del Lago de la Medianoche comenzaron a reflejar el rostro de quienes ya habían muerto.
— Los sabios del sur encontraron un antiguo espejo que mostraba el pasado… pero solo aquello que nadie quería ver.
— Y desde las montañas del este, una figura cubierta de ceniza descendió arrastrando cadenas hechas de hueso. No hablaba. No comía. Pero donde pisaba, la tierra se agrietaba como si la memoria misma se rehusara a sostenerla.
Los clanes comenzaron a dividirse.
Algunos pedían acción inmediata.
Otros, retirada.
Y un tercer grupo —el más peligroso— empezaba a rendir culto a la Portadora, convencidos de que el olvido es una forma de salvación.
Sariah reunió al templo entero en la explanada.
—Este es el momento más peligroso de nuestra era. No porque la oscuridad crezca, sino porque estamos tentados a volvernos ciegos.
Ella no viene a destruirnos. Viene a ofrecernos algo peor: la tranquilidad de no saber.
Y eso… es una muerte lenta.
Abrió el libro de Serena.
—Yo no seré su carcelera. Pero tampoco seré su heraldo.
Sacó su daga ceremonial y cortó su palma.
—Si alguien quiere olvidar, puede hacerlo. Nadie será castigado. Pero si decides recordar, si decides sostener el peso de nuestras verdades, camina conmigo. Porque la única forma de vencer a la Portadora del Vacío… es mostrarle que aún amamos incluso nuestras cicatrices.
Uno a uno, los miembros del templo se acercaron.
Derramaron su sangre sobre la tierra.
Y sobre esa sangre, brotó un nuevo brote del Árbol del Tiempo.
Pequeño.
Frágil.
Pero vivo.
En una cueva al norte, bajo una noche sin luna, una mujer cubierta de ceniza abrió los ojos por primera vez.
No tenía rostro.
Pero sus dedos eran idénticos a los de Serena.
Y en su voz sin aliento, susurró:
—Ya casi estás lista, Sariah.