Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 53: El Espejo Del Linaje

El amanecer aún no había roto el horizonte cuando Sariah se encontró sola en el corazón del templo ancestral. El lugar donde yacían las memorias más antiguas de su linaje: el Salón de los Fragmentos. Las antorchas altas, que nunca se apagaban, lanzaban sombras que danzaban como espectros silenciosos sobre las paredes cubiertas de inscripciones.

Era un espacio reservado para los portadores, aquellos que custodiaban las verdades rotas de la Reina Serena. Y ahora, más que nunca, Sariah necesitaba comprender lo que realmente significaba ser su descendiente. No solo por su sangre, sino por la carga que comenzaba a aplastarle el alma.

El salón estaba vacío, salvo por los tres pedestales que antes sostuvieron los fragmentos espirituales. Ahora vacíos, parecía que la historia misma contenía el aliento, esperando que ella hablara primero.

Se acercó a una de las paredes y posó los dedos sobre un panel de piedra. Sus yemas reconocieron las runas antiguas y activaron el mecanismo secreto. Un compartimento se abrió con un leve sonido seco. Dentro, envuelto en seda roja, descansaba un espejo oscuro.

No era un objeto común.

Era el Espejo del Linaje, un artefacto creado por Serena para enfrentar la verdad sin velos. No reflejaba la apariencia externa, sino la esencia. Lo que una persona era en lo más profundo.

Sariah lo sostuvo con ambas manos y caminó hacia el centro del salón. Se sentó sobre la piedra circular, respiró profundamente… y miró.

En lugar de su propio reflejo, el espejo mostró una joven Serena: cabello suelto, rostro esperanzado, con una sonrisa que no había sido corrompida aún por la política ni la guerra. Estaba sentada bajo un árbol, hablando con una mujer de cabello blanco.

—¿Y si fallo? —preguntaba Serena—. ¿Y si no soy lo que mi linaje espera?

—Entonces habrás sido tú misma —respondió la mujer—. Y eso vale más que cualquier profecía.

Sariah sintió un nudo en la garganta. Nunca antes había visto a su antepasada con tanta fragilidad. La imagen cambió repentinamente.

Serena, ya adulta, estaba vestida con una túnica de plata y escarlata. Se arrodillaba mientras el Consejo de Clanes la nombraba Reina Alfa de las Tierras Unificadas. Pero mientras todos aplaudían, su rostro no mostraba alegría.

—¿Qué veo? —murmuró Sariah.

La voz del espejo respondió como un eco:

—Ves la mujer que lideró por amor… pero que fue abandonada por quienes temían su luz.

La imagen tembló. Ahora Serena se encontraba sola en una sala oscura. Sostenía un fragmento rojo en su mano, llorando.

—Esto fue el principio del final —dijo Sariah, y su pecho ardió con una comprensión dolorosa.

El espejo mostró entonces algo que Sariah no esperaba: su propia niñez. Una pequeña niña de cabello corto, ojos verdes y curiosos, corriendo por los pasillos de un templo menor. Su madre —una sacerdotisa de la orden de los testigos— la observaba desde lejos, sonriendo.

—¿Quién era ella realmente? —preguntó la niña.

—Una reina. Una guerrera. Pero también una mujer rota —respondía su madre—. Lo importante no es ser como Serena. Lo importante es entenderla.

Sariah se arrodilló sobre la piedra. El peso de las visiones la había debilitado más que cualquier combate físico.

—¿Entonces eso soy? —susurró—. ¿Una continuación de los errores de una leyenda?

El espejo no respondió.

Pero alguien más sí.

La temperatura en el salón descendió. Un viento antiguo sopló por las grietas. Y entonces, de la sombra más profunda, emergió una figura: Serena.

No como en la visión anterior. Esta Serena estaba completa. Pero no viva. Su cuerpo era de niebla y luz tenue, sus ojos dos orbes de memorias intactas.

—No eres mi error —dijo la espectral—. Eres mi redención.

Sariah no se levantó. No podía. Estaba desbordada.

—¿Por qué no hablaste antes?

—Porque solo ahora estás lista para escuchar lo que ni siquiera yo acepté mientras vivía.

La figura se sentó frente a ella. Entre las dos, el espejo aún flotaba.

—¿Qué soy entonces?

—La heredera del juicio. No del poder, no de la rabia… sino de la elección. Tú eliges qué legado llevar. Puedes soltar el mío… o transformarlo.

Sariah rompió en llanto.

—Yo no quiero ser un símbolo. No quiero ser fuerte todo el tiempo.

Serena extendió la mano y le acarició la mejilla, aunque era solo bruma.

—Entonces sé humana. Sé imperfecta. Y desde ahí… lidera.

Horas después, Sariah emergió del Salón. La luz ya bañaba los riscos.

Tharos la esperaba, sentado en una roca, tallando una pieza de madera. Cuando la vio, guardó el cuchillo y se puso de pie.

—¿Lo viste todo?

Sariah asintió.

—Y más de lo que quería.

—¿Aún deseas seguir adelante?

—Ahora más que nunca —respondió ella—. Pero no como la réplica de Serena. Como algo nuevo.

Tharos la miró con un respeto profundo.

—Entonces los Primeros Ecos te abrirán sus puertas. Porque ya no los buscas por legado… sino por verdad.

Esa noche, Sariah se encerró sola en su cámara y escribió en un diario. No era un reporte ni un documento ritual. Era una carta.

“A la Serena que fuiste, y a la Serena que vivió en mí… hoy te libero. Te agradezco. Te perdono. Y ahora te dejo atrás, no con rabia, sino con amor. Que tu sombra sea semilla. Que tu recuerdo no me encadene, sino que me impulse.”

Firmó la carta y la colocó en el altar del Salón de los Fragmentos. El espejo se desvaneció.

La última prueba había comenzado.

Y Sariah estaba lista.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.