Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 55: La Huella De Los Primeros

El viento que azotaba las ruinas cantaba una melodía antigua, como si cada piedra recordara el momento exacto en que la tierra se rompió en mil fragmentos espirituales. Sariah descendía por el sendero cubierto de hiedra seca y raíces encrespadas, con su mochila roja al hombro y los dedos aferrados a su báculo de energía, como si fuera su único vínculo con la realidad.

La biblioteca del Bastión Carmesí había sido clara: Los Primeros Ecos eran más que un lugar; eran un recuerdo viviente, una grieta en el tejido del tiempo donde se conservaban los vestigios del equilibrio anterior a la Fractura. Y ahora que la Portadora se alzaba con una fuerza que corrompía incluso la luz, Sariah tenía que descender hasta lo más profundo del alma del mundo para encontrar respuestas.

El acceso era casi imposible. Solo los herederos del linaje original podían traspasar la barrera espiritual que protegía la entrada. Sariah, con la sangre de Serena y los ojos verdes idénticos, era quizás la última capaz de hacerlo.

—Aquí es —susurró, deteniéndose frente a un altar derruido cubierto de runas flotantes. Al tocar una de ellas, la piedra se iluminó, y un zumbido profundo le envolvió el pecho.

Entonces lo sintió.

Un tirón en su interior. Como si alguien la estuviera mirando desde el otro lado del tiempo.

Y sin previo aviso, la tierra se abrió bajo sus pies.

Despertó envuelta en una luz líquida que parecía flotar en el aire. No había gravedad, no había suelo firme. Solo un vacío cálido que vibraba con recuerdos.

—¿Dónde… estoy? —preguntó, pero su voz no sonó como antes. Sonó más joven, más frágil.

Delante de ella, una figura se materializó: Serena.

No la Serena glorificada en leyendas. No la general de batallas imposibles. Esta Serena era más humana: el cabello suelto, la mirada melancólica, la piel marcada por cicatrices que nunca aparecían en los retratos oficiales.

—Sariah —dijo con una sonrisa que dolía—. Has llegado muy lejos.

Sariah no pudo moverse. Su corazón latía con fuerza, pero sus piernas no respondían.

—¿Eres… real?

—Soy un eco. El primero. El más intacto. Este lugar conserva momentos en su forma más pura. Y tú has venido a enfrentar el tuyo.

Un resplandor surgió detrás de Serena. De repente, el entorno cambió, y ambas estaban de pie en un campo de batalla: cuerpos por doquier, el cielo roto por relámpagos negros, y el sonido de un rugido que no pertenecía a ningún ser conocido.

Sariah reconoció el evento. Era la Caída del Valle Carmesí, el día en que Serena selló el portal de los dioses menores, sacrificando una parte de su alma.

—¿Por qué me estás mostrando esto?

—Porque llevas mis cicatrices… y mis errores.

Serena alzó el brazo y señaló el cielo, donde una grieta brillaba con luz púrpura. De ella descendía una figura que no era completamente humana. La Portadora, en su forma original, cuando aún no se había corrompido por completo.

—Fui yo quien la dejó escapar —confesó Serena con una voz trémula—. No tuve el valor de destruirla cuando era posible. La compasión fue mi mayor debilidad… y ahora tú pagas el precio.

El rostro de Sariah se endureció.

—¿Y esperas que repita tu error?

—No —respondió Serena con firmeza—. Espero que seas mejor que yo.

La escena cambió una vez más.

Ahora estaban en lo que parecía un antiguo santuario. Piedras flotantes, agua suspendida en el aire como lágrimas congeladas, y en el centro, una llama blanca, palpitando suavemente.

—Este es el Corazón de los Primeros Ecos —explicó Serena—. Aquí yace el conocimiento que sellamos, lo que los ancestros temían revelar. Aquí entenderás por qué la Fractura fue necesaria… y lo que te costará repararla.

Sariah caminó hacia la llama. Cada paso le parecía más pesado, como si se arrastrara a través de la historia misma.

Cuando tocó el fuego, no sintió dolor. Sintió memorias.

Miles de años comprimidos en segundos. Vio los Consejos Originarios debatiendo si destruir a la primera Portadora. Vio a Kael sellando la grieta con su propia sangre. Vio a Serena llorando frente al altar donde dejó parte de su espíritu para alimentar los sellos. Vio los rostros olvidados de los traidores, de aquellos que ahora renacían bajo nuevos nombres.

Y por último, vio una imagen de sí misma, sola, con el mundo roto bajo sus pies.

Cuando la visión terminó, Sariah cayó de rodillas.

—No puedo… no puedo con todo esto.

—Sí puedes —respondió Serena, ya desvaneciéndose como niebla bajo el sol—. Porque tú no lucharás sola.

Y entonces, del eco del silencio, surgieron otros rostros.

Los herederos de los antiguos clanes, espíritus no muertos, fragmentos de alma de aquellos que ofrecieron su existencia para sellar la oscuridad. Uno a uno se inclinaron frente a Sariah. Uno a uno pronunciaron su nombre como un juramento.

—Tú eres la última de la sangre clara —dijeron al unísono—. La que ha visto el principio y podrá cerrar el ciclo.

Sariah despertó con un jadeo. Estaba otra vez en el altar, pero algo había cambiado. Su piel brillaba levemente, y su báculo rojo ardía con un fuego blanco en la punta. El símbolo de Serena estaba grabado ahora en su hombro, como una marca de linaje y condena.

—Ahora lo entiendo… —murmuró, mientras se levantaba con dificultad—. No se trata solo de detener a la Portadora… sino de cerrar el eco que la mantiene viva.

El aire estaba quieto.

Pero entonces, una figura encapuchada emergió del bosque.

—Te estaba esperando —dijo una voz femenina, profunda, suave, como una serpiente envuelta en terciopelo.

Sariah levantó su báculo. La figura se quitó la capucha.

Era Vireyla.

—Así que encontraste el camino —dijo, sonriendo—. Me preguntaba cuánto tardarías en tocar la llama.




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