El aire se volvía más denso cuanto más avanzaban. Sariah sentía cómo la magia vibraba bajo sus pies, como si cada paso sobre la antigua senda resonara en los huesos de la tierra. El grupo se encontraba al borde del Bosque de Lythien, donde el primer portal a los Ecos Primordiales debía abrirse, según los antiguos mapas que Serena había dejado protegidos con su propio sello de sangre.
Kael caminaba detrás de ella, siempre en silencio, atento. Aunque habían hablado poco desde su última confrontación con los heraldos de Vireyla, ella sentía su lealtad, incluso sin palabras. La presencia de Kael era un ancla, una de las pocas certezas que le quedaban.
—¿Estás lista? —preguntó él, al ver cómo Sariah se detenía frente al círculo de piedras que marcaba el umbral.
—No —respondió, sin volverse—. Pero tengo que estarlo.
Al pronunciar esas palabras, el cielo pareció estremecerse. Las nubes formaron un espiral sobre ellos, y un destello de luz carmesí emergió de las piedras. El portal se abría, no con violencia, sino con una especie de nostalgia... como si los Ecos supieran que alguien digno finalmente se acercaba.
Cruzaron el umbral en silencio. Al otro lado, el paisaje era un eco distorsionado del mundo real. Árboles antiguos con cortezas de cristal se alzaban sobre un suelo cubierto por una bruma azulada. No había sol, ni luna, pero una luz etérea lo bañaba todo.
—¿Qué es este lugar? —susurró Sariah.
—Estás caminando sobre los recuerdos de los que dieron forma a la magia —respondió una voz femenina.
Ambos se giraron. Frente a ellos estaba una figura femenina, vestida con ropajes blancos que flotaban como si el viento no les afectara. Su rostro era joven, pero sus ojos... sus ojos habían visto mil vidas. Era una eco-guardiana, un vestigio consciente del pasado.
—Soy Lysara —se presentó con una leve reverencia—. Custodio este fragmento de los Ecos. He estado esperando por ti, hija de la herencia roja.
Sariah sintió un estremecimiento. No era la primera vez que alguien usaba ese título. Pero que viniera de un ente que no pertenecía al plano material... eso cambiaba todo.
—Buscamos respuestas —dijo Kael—. La fractura... los desequilibrios... todo apunta aquí.
—Y aquí las encontrarán —respondió Lysara—. Pero primero, deben ver lo que se rompió.
Lysara los condujo a través de un sendero oculto entre los árboles. A cada paso, la realidad parecía desdoblarse. Fragmentos del pasado flotaban a su alrededor: escenas borrosas de antiguas batallas, pactos sellados con fuego, lágrimas derramadas por guardianes olvidados.
—Estas memorias no pueden tocarlos —explicó Lysara—, pero pueden herir si no están preparados.
Sariah observó una escena en particular. Era Serena, de pie frente a un consejo de seres espirituales. Su rostro estaba marcado por la desesperación.
—“Si la portadora despierta antes de tiempo, todo se fracturará”, decía uno de ellos.
La visión cambió abruptamente. Ahora Serena luchaba sola contra una figura encapuchada. Era Vireyla, más joven, pero igual de implacable. Sariah sintió un nudo en el estómago.
—Ella sabía... —murmuró.
—Tu madre vivió con la carga del conocimiento, Sariah —dijo Lysara—. Protegió este lugar, aunque sabía que no podría hacerlo por siempre.
Más adelante, llegaron a una cámara circular. En su centro había un obelisco flotante, cubierto por símbolos arcanos que brillaban con un tono violáceo. Lysara se detuvo.
—Este es el Corazón del Primer Eco. Aquí se almacenan los recuerdos del nacimiento de la magia.
Sariah se acercó, extendiendo una mano. Al tocar el obelisco, una ola de energía la envolvió y cayó de rodillas. En un instante, fue transportada a una visión tan vívida que apenas podía respirar.
Se encontraba en un mundo antes del tiempo. No había humanidad, solo caos. Y del caos surgieron tres voluntades: Creación, Equilibrio, y Devastación. Estas fuerzas se enfrentaron durante eones, hasta que finalmente decidieron dividirse el mundo... creando la primera forma de magia.
—La fractura no comenzó con Vireyla —dijo una voz dentro de su mente—. Comenzó cuando el Equilibrio fue silenciado.
La visión terminó, dejándola jadeante. Kael la sostuvo antes de que cayera.
—Vireyla no es la raíz, es el síntoma —dijo ella—. Algo más se rompió. Algo más antiguo.
Esa noche acamparon junto a un lago de agua luminosa. Lysara no necesitaba dormir, pero los observaba con melancolía. Sariah, agotada, miró al cielo sin estrellas y pensó en Serena.
—¿Crees que ella sabía todo esto? —preguntó Kael, sentado junto a ella.
—Sí —respondió—. Y aun así decidió quedarse en el mundo real. Porque sabía que mi viaje era este.
Kael guardó silencio. Luego, le entregó algo: un fragmento de espejo envuelto en tela negra.
—Lo encontré entre las ruinas del templo del Equilibrio. Es un vestigio del Espejo de Origen.
Sariah lo observó con cautela. El fragmento vibraba con poder.
—¿Qué ves? —preguntó Kael.
Ella se miró... y vio a Serena, de espaldas, observando el mismo lago donde estaban ahora. Pero no estaba sola. A su lado, una figura encapuchada la acompañaba. Sariah sintió escalofríos. La figura tenía los ojos de Kael.
—¿Qué significa esto? —preguntó, girándose hacia él.
Kael no respondió. Algo en su mirada se quebró.
—No todos los secretos de tu madre han sido revelados aún —susurró.
Al día siguiente, Lysara los condujo al segundo portal. Pero antes de partir, entregó a Sariah una esfera de cristal que contenía una llama oscilante.
—Este es el Eco Silente. Solo puede usarse una vez, pero mostrará el recuerdo más importante para tu viaje.
Sariah la guardó, sabiendo que el momento llegaría.
Mientras cruzaban el segundo portal, la realidad volvió a retorcerse. Pero esta vez, al otro lado no encontraron calma... sino una ciudad destruida. Torres caídas, tierra agrietada, y un cielo teñido de gris.