Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 59: La Ultima Llama

El eco del crujido bajo sus botas fue lo único que rompió el silencio. La atmósfera era densa, cargada de un calor invisible que no provenía del aire, sino del mismo tejido de la realidad. Sariah avanzó por el sendero quebrado de obsidiana, guiada por la energía latente de la Fractura Espiritual, que se expandía como una red invisible sobre las tierras agonizantes del mundo.

Detrás de ella, caminaban dos figuras. Una era Lioren, el sabio de los Pétalos Eternos, quien había sobrevivido a la disolución de su santuario siglos atrás. La otra, una joven misteriosa llamada Miren, que había aparecido durante el viaje a los Primeros Ecos, afirmando ser una descendiente de una antigua guardiana olvidada. Su sangre poseía una resonancia única con las líneas de poder, y aunque Sariah desconfiaba al principio, no podía ignorar cómo la presencia de Miren apaciguaba temporalmente los temblores del mundo.

—Aquí es —murmuró Lioren, señalando una abertura entre dos pilares tallados con inscripciones que relucían con la sangre de antiguos pactos—. El Umbral. Si cruzamos, no hay marcha atrás.

Sariah no respondió de inmediato. Sus ojos estaban clavados en las letras que bailaban con una energía primitiva. Eran las mismas que Serena había descubierto siglos atrás en las ruinas de Lysenthal, cuando aún se debatía entre amor y deber. Sariah extendió los dedos y, al tocar la piedra, una imagen irrumpió en su mente: su madre, Serena, con el rostro cubierto de lágrimas, deshaciendo con su sangre un sello sagrado para detener el primer colapso.

El peso de ese recuerdo la empujó hacia atrás por un instante.

—¿Estás lista? —preguntó Miren con voz baja, pero firme.

Sariah tragó el nudo que se le formó en la garganta y asintió.
—Nadie lo está. Pero si no lo hago… la llama terminará de apagarse.

Y con ese pensamiento, cruzaron el umbral.

Del otro lado, el mundo parecía suspendido en una eternidad flotante. Una llanura blanca se extendía hasta donde la vista no alcanzaba, sin cielo, sin suelo definido. Todo parecía vibrar con una frecuencia que penetraba el pecho. El lugar era conocido como El Corazón de la Fractura, y sólo podía accederse una vez que el portador del legado hubiese aceptado la totalidad de su linaje.

Aquí, la energía era pura. Cruda. Sin filtrar.

—¿Qué es esto…? —murmuró Miren, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estamos?

—El lugar donde convergen todos los pactos rotos —dijo Lioren con reverencia—. Aquí se sellaron las antiguas alianzas entre luz y sombra. Aquí se quebraron también.

Sariah no respondía. Estaba absorta en una sensación nueva: no de dolor, ni de vacío... sino de presencia. Miles de voces susurraban a la vez, como si las almas de antiguos guardianes, brujos, y portadores vivieran aún en ese espacio. Serena estaba allí también, y Sariah lo supo.

Cerró los ojos. El aire (si se podía llamar así) rozaba su piel con memorias. Escenas de su infancia, momentos con su madre, el legado que había renegado durante tanto tiempo. Finalmente, vio a Serena en su último día, cuando dejó su esencia fundida con la joya que portaba Sariah ahora, para preservar un último fragmento de luz.

—Tienes que liberarme —dijo una voz que reconoció como la de su madre.

Sariah abrió los ojos y vio una silueta de fuego. Serena, pero no con su rostro, sino como una entidad etérea, fragmentada entre fuego, cristal y sombra.

—¿Liberarte? —preguntó Sariah, apenas susurrando—. ¿De qué hablas?

—De la carga —dijo Serena—. Del pacto incompleto. Yo lo sellé con mi sangre, pero tú… tú debes sellarlo con tu decisión.

En ese instante, el suelo tembló, o al menos la percepción del suelo. Una grieta se abrió frente a ellos y, de su interior, emergió una figura rodeada de humo púrpura y sombras danzantes. Vireyla.

Vestía una túnica negra con reflejos escarlata y sus ojos eran como pozos de noche. Una corona flotante de fragmentos rotos giraba alrededor de su cabeza.

—Sariah —dijo con voz ronca y deliciosa, como una herida envuelta en terciopelo—. El momento ha llegado. ¿Has decidido ya qué tipo de diosa deseas ser?

Miren retrocedió, pero Sariah dio un paso al frente.

—No quiero ser una diosa. Quiero restaurar el equilibrio.

—¿Equilibrio? —Vireyla rió, un sonido que parecía desgarrar el aire—. El equilibrio fue una ilusión. Lo fue para Serena. Lo fue para ti. La única constante es el caos. Y yo… soy su heredera.

Lioren alzó la vara que portaba, pero Sariah alzó una mano.

—No. Esta es mi lucha.

El fuego alrededor de Serena se intensificó.
—Recuerda, hija mía. No estás sola. Pero solo tú puedes elegir qué tipo de legado dejarás atrás.

Vireyla lanzó un ataque sin previo aviso. Una lanza de energía negra desgarró el aire, pero Sariah la desvió instintivamente con un escudo de luz líquida. El impacto resonó en toda la dimensión.

Entonces, comenzó el enfrentamiento.

Las dos figuras se desplazaban con velocidad sobrenatural, lanzando hechizos antiguos, invocaciones perdidas en la historia, y maldiciones que hicieron retumbar el Corazón de la Fractura. Cada movimiento de Sariah era una mezcla de técnica aprendida y herencia innata. Cada ataque de Vireyla, una manifestación del caos contenido por siglos.

Miren y Lioren observaban desde lejos, incapaces de intervenir sin poner en peligro todo lo que quedaba estable. Sabían que ese combate definiría si la Fractura se cerraría… o se devoraría todo.

La lucha parecía interminable. Hasta que Sariah cayó de rodillas.

Vireyla se aproximó con una sonrisa torcida.

—Pobrecita. Querías ser fuerte sin pagar el precio. Como tu madre.

Sariah levantó la cabeza lentamente. Su cabello corto estaba chamuscado en las puntas, sus ojos verdes resplandecían.

—Estás equivocada.

Del centro de su pecho emergió una llama. No una común, sino la que Serena había dejado encerrada. La Última Llama.




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