Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 61: Ruptura

La noche era espesa y muda. Un silencio anómalo cubría las tierras que alguna vez habían resonado con cantos y hechizos. Ahora, cada rincón del continente parecía aguardar, conteniendo el aliento. Los ecos espirituales —aquellos fragmentos de voces antiguas que vivían en las raíces del mundo— estaban desvaneciéndose. Era la señal más clara de que la fractura espiritual ya no era una grieta: se había convertido en abismo.

Sariah caminaba sola entre las ruinas de Erialeth, la ciudad flotante que había caído dos siglos antes. Sus botas levantaban polvo ancestral mientras su capa roja ondeaba como una llama encendida por los recuerdos. Era aquí donde, según los registros antiguos, Serena había enfrentado su más dura prueba: el sacrificio que selló la primera ruptura y salvó al mundo de la corrupción total.

Ahora, ese mismo mundo colapsaba lentamente desde dentro.

—¿Lo sientes? —susurró una voz detrás de ella.

Sariah giró con rapidez. Del bosque surgió una figura alta, con un rostro parcialmente oculto por una capucha de cuero. Era Maeve, la herborista de sangre mixta que había sido desterrada décadas atrás por practicar una rama prohibida de magia simbiótica. No se veían desde hacía más de una década, pero no era una sorpresa encontrarla aquí. Maeve siempre aparecía cuando el mundo comenzaba a morir.

—El pulso está más débil —continuó la mujer, bajando la capucha—. El mundo ya no canta. ¿Qué vas a hacer, Sariah?

Sariah apretó el puño.

—No puedo sellarlo otra vez. Ni siquiera Serena hubiera podido. La energía ya no responde a los cánticos de equilibrio.

Maeve se acercó y tocó el suelo. Su mano tembló.

—Porque la fuente fue corrompida desde dentro. Y tú lo sabes.

Sariah sabía a qué se refería: Vireyla. No solo una portadora corrupta, sino la primera en modificar el tejido espiritual con su presencia. Vireyla había convertido los ecos en armas. Había logrado lo que los enemigos de Serena jamás soñaron: reescribir el legado.

—Si ella logró manipular los ecos… ¿por qué yo no? —murmuró Sariah.

Maeve la miró, sus ojos violetas llenos de una comprensión que iba más allá de la lógica.

—Porque tú aún los escuchas. Aún te importa lo que dicen.

Los preparativos para el enfrentamiento final comenzaron esa misma noche. En la biblioteca subterránea del Valle Rojo, Sariah reunió a los últimos tres guardianes espirituales: Thalen, descendiente de la tribu de las lunas de obsidiana; Irien, un historiador que hablaba con los árboles muertos; y Yara, una guerrera que había perdido su voz, pero comunicaba con energía vital.

—Vireyla espera que la ataquemos de frente —dijo Thalen, examinando el mapa astral sobre la mesa—. Tiene el corazón espiritual en su poder. Si morimos, morirá con nosotras. Pero eso es lo que quiere.

—Ella quiere romper el ciclo —añadió Irien—. No solo el de Serena. El de todos los portadores. Quiere liberar a los futuros de cualquier conexión con el pasado.

Sariah permanecía en silencio. Dentro de ella, la voz de Serena era un susurro, como un eco contenido en el aire antes de un relámpago.

—¿Y si lo necesita? —dijo finalmente—. ¿Y si lo que intenta hacer es… reconstruir algo nuevo?

Yara negó con la cabeza, señalando el mural donde se veía la fractura propagándose como raíces negras por el mundo. Nadie reconstruye quemando todo. Nadie.

La batalla comenzó antes del amanecer. Los cielos se tornaron grises, luego rojo sangre. Desde el núcleo del Bosque Nulo, Vireyla liberó su ejército de fragmentos: criaturas nacidas de recuerdos rotos, memorias que ya no pertenecían a nadie. Avanzaban sin alma, sin conciencia, buscando devorar cualquier conexión emocional con el pasado.

Sariah lideró la defensa desde el primer frente, canalizando un hechizo de amplificación. Su voz no era tan poderosa como la de Serena, pero sus intenciones estaban claras: proteger los últimos lazos que unían al mundo a su esencia.

La batalla se prolongó durante horas. Thalen fue herido gravemente, pero logró mantener el canal abierto entre los portales. Yara, usando su energía vital, salvó a un grupo de niños espirituales antes de desvanecerse. Irien murió susurrando un canto antiguo que mantuvo viva la barrera por unos minutos más.

Al final del día, solo Sariah se mantenía de pie frente al corazón espiritual, ahora ennegrecido.

Y allí estaba ella.

Vireyla.

Joven, hermosa, con ojos del color del dolor contenido.

—Tarde o temprano alguien debía terminar con este ciclo —dijo la villana—. Cada portador solo ha postergado la destrucción. Yo solo… estoy permitiendo que el mundo se vuelva a escribir.

—No puedes matar los ecos —respondió Sariah—. Puedes callarlos por un tiempo, pero nunca los eliminarás.

Vireyla sonrió. Extendió la mano hacia el corazón espiritual, que empezó a latir con un pulso distorsionado.

—¿Y qué hay si los reemplazo? ¿Si el nuevo eco… soy yo?

Sariah lanzó el último hechizo de convergencia. No buscaba destruir a Vireyla, sino crear una disonancia tan fuerte que sus recuerdos colapsaran sobre sí mismos. Lo logró por un segundo. Solo un segundo. Fue suficiente para que la verdadera esencia del mundo se revelara ante ella.

Y allí, en ese instante suspendido fuera del tiempo, Sariah vio a Serena. No como una aparición. No como una guía. Serena era el eco más fuerte de todos. No había muerto. No del todo.

—¿Te arrepientes? —preguntó Sariah.

—No —respondió Serena—. Pero si pudiera hacerlo distinto, elegiría no hacerlo sola.

La visión se desvaneció.

Vireyla cayó, pero no murió. Fue sellada dentro del núcleo, junto al corazón espiritual. Sariah usó su propio cuerpo como contenedor. Un sacrificio incompleto, pero necesario. La grieta se detuvo. El equilibrio, aunque frágil, fue restaurado.




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