Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 62: Herencia Infinita

La tierra seguía temblando. Bajo los pies de Sariah, las grietas invisibles que recorrían el mundo parecían latir al mismo ritmo que su corazón. El viento ululaba con un tono más antiguo, casi ancestral. Era como si el propio mundo recordara. Recordara lo que fue, lo que perdió, y lo que estaba por renacer… o destruirse.

Ella caminaba sola, pero ya no era la misma de antes. Las sombras de Serena, de Vireyla, de los que había perdido, aún la seguían como ecos. Había cruzado los Primeros Ecos, había tocado el corazón fracturado de la magia, y ahora… ahora el destino la empujaba hacia el fin. O tal vez el principio.

El cielo tenía un matiz violáceo, extraño. Las constelaciones parecían moverse, y no por ilusión. El firmamento estaba reaccionando. Porque lo que se había roto —la Fractura Espiritual— no solo era un fenómeno mágico: era un desgarro en el tejido mismo de lo posible. Un último hilo del equilibrio pendía sobre el abismo.

Sariah lo sabía. Y también sabía que no podía repararlo sola.

A lo lejos, en las ruinas del antiguo santuario de Narthiel, los monolitos comenzaban a encenderse por primera vez en siglos. Cada uno marcaba un punto en el mapa donde el Vínculo Original entre el mundo físico y el espiritual se había manifestado. Y ahora que se debilitaba… los enemigos estaban al acecho.

—¿Estás segura de esto? —preguntó una voz rasposa detrás de ella.

Era Talen, el cartógrafo de almas. Un aliado que jamás creyó encontrar, mucho menos confiar. Su rostro curtido por los años y la magia corrupta parecía más un recuerdo que un ser vivo.

—No —respondió Sariah con honestidad—. Pero no nos queda tiempo para dudas.

Talen asintió. Le ofreció una esfera de obsidiana grabada con runas viejas. Su interior palpitaba con un rojo profundo.

—El Núcleo sigue latente. Si vas a hacer esto… tendrás que invocar algo que nadie ha tocado desde Serena. Ni siquiera Vireyla se atrevió a entrar tan profundo en el Ciclo.

Sariah tomó la esfera. Su peso era inmenso, no por su masa, sino por lo que representaba.

—Ella me dejó algo más que memorias —susurró—. Me dejó la verdad. Y la verdad es fuego, Talen. Quemará todo lo que toque. Incluyéndome.

Talen no respondió. Simplemente se giró, y desapareció en el polvo que bailaba sobre las ruinas.

La noche cayó con una violencia que parecía antinatural. No hubo ocaso. No hubo aviso. De pronto, el cielo se tornó negro y las estrellas desaparecieron. Como si alguien hubiera cerrado un telón cósmico.

Sariah avanzó por un sendero que solo ella podía ver. Era el Vestigio, el último de los caminos sagrados. Cada paso la acercaba más a la Cámara del Último Vínculo, un lugar que solo se abría para aquellos marcados por la paradoja: quienes portaban creación y destrucción al mismo tiempo.

Las voces comenzaron a llegarle como susurros. Primero fue Serena, como si aún viviera dentro de su sangre:

“No se trata de que salves al mundo. Se trata de que decidas qué mundo debe vivir.”

Luego escuchó a Vireyla, no como enemiga, sino como advertencia:

“La verdad sin control no libera. Consume.”

Y por último, una voz nueva. Una que no era humana. Ni siquiera viva. Una voz nacida del eco de todos los que habían muerto cuando el Ciclo fue quebrado:

“Tu alma ya no es tuya, Sariah. Es de todos nosotros.”

Ella cayó de rodillas. La esfera de obsidiana se rompió. Pero no se hizo pedazos. Se abrió.

Del interior brotó un fragmento de luz y sombra a la vez. Un núcleo. El Corazón del Eco. Serena lo había sellado en la guerra ancestral para evitar que alguien lo usara. Porque si se utilizaba, el mundo se reescribiría. O se borraría para siempre.

Sariah lloró.

Pero no de miedo.

Lloró porque entendió lo que Serena había hecho. Lo que había perdido. Y lo que ahora ella, como heredera de un legado que nunca pidió, debía decidir.

El Corazón del Eco comenzó a girar. A su alrededor, los recuerdos del mundo se abrieron como visiones suspendidas:

—La traición de los guardianes de luz.
—El pacto secreto entre la familia de Serena y los emisarios del Vacío.
—La creación de Vireyla a partir de la ambición del linaje corrupto.
—La fractura espiritual que no fue un accidente… sino un castigo.

Sariah los vio todos. Y entonces, una última visión: un niño. De ojos dorados. Caminando entre dos mundos, tocando con sus manos el tejido invisible que separaba la magia del olvido.

Ese niño… aún no existía.

—¿Qué es esto? —susurró.

—Un eco del futuro —respondió una voz a su lado.

Era Elyan, el último vigía del Ciclo. Había desaparecido hacía años. Muchos lo daban por muerto. Pero ahora estaba allí. Más espíritu que carne.

—Ese niño nacerá si decides mantener el Ciclo. Será el primero de una nueva estirpe. Pero si eliges la ruptura… será como si jamás hubiera existido.

—¿Y si elijo algo distinto? —preguntó Sariah, temblando.

Elyan la miró con una tristeza milenaria.

—Entonces crearás un camino que ni los ecos pueden anticipar.

Sariah cerró los ojos.

Dejó que el Corazón del Eco la invadiera. Sintió cada fibra de su ser deshacerse y rehacerse. En ese momento, comprendió por qué Serena la eligió, aunque nunca lo dijo.

Ella no era la heredera porque era fuerte.

Lo era porque sabía qué significaba perder. Amar. Dudar. Fallar.

Y aún así, elegir.

El mundo comenzó a responder.

Las raíces de los árboles antiguos se movieron. Los lagos comenzaron a reflejar más de un cielo. Las ciudades dormidas despertaron con magia salvaje. Y en los rincones más oscuros, las criaturas olvidadas por la historia susurraron el nombre de Sariah.

Porque ella no había restaurado el Ciclo.

Tampoco lo destruyó.

Lo reescribió.

En las ruinas del mundo viejo, nuevas estructuras se alzaban. Pero no eran construcciones de piedra o metal. Eran símbolos. Maneras de ver. Redes de memoria y propósito.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.