Remus, volvió a ser él mismo con el olor a suciedad en las fosas nasales y el crujido de la arena en los dientes traseros. Las patas delanteras del lobo debieron haber cedido justo antes del final porque sus brazos estaban atrapados, retorcidos y palpitantes, entre su caja torácica y el suelo. Su memoria era borrosa: correr, aullar, revolcarse en la hierba con los demás. Pero ahora tenía un dolor espantoso en cada miembro. Trató de incorporarse sobre los codos, pero su vientre volvió a golpear el suelo con la primera de muchas convulsiones de dolor. Solo podía estar tendido, desnudo y manchado de tierra, inmóvil en el suelo. Poco a poco, se dio cuenta de lo frío que estaba el aire de la mañana.
Se quitó la tierra de la frente y logró desplomarse de costado. Parpadeando, vio un cielo gris y cuervos volando por encima. No podían ver a los setenta y ocho hombres lobo desparramados sobre la tierra debajo de ellos, pero aun así hacían sus gritos guturales, recordando a los buitres mientras sus sombras acariciaban el patio. Un suave coro de gemidos y maldiciones roncas comenzó a elevarse alrededor. Los demás se movían. Remus se sentó, despreciando la sensación de mal ajuste de su piel, la forma espasmódica en que sus articulaciones hacían clic. Sus dientes empezaron a castañetear y se envolvió los brazos con fuerza. Quería encontrar a Radolf entre la multitud de despertantes, y ver como estaba, pero debía ser cauteloso para no levantar sospechas; había visto ciertos rostros de hombres que reconoció de su antigua comunidad.
Un hombre frente a él se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, con la cabeza enterrada entre las manos. En algún lugar detrás de él, escuchó un llanto. Luego, cerca de su izquierda, escuchó una tos seca familiar.
—¿Cariad? — la voz de Remus era como el crujir de la grava cuando se volvió y le habló a un hombre cuyos gruesos rizos grises estaban cubiertos de barro—¿Cómo te estás sintiendo?
—Sí, sí, uhm... —dijo, tragando saliva. —Estoy bien. Sabes, creo que... todo se está volviendo más fácil... como dijeron que sería... ¿qué hay de ti?
Remus movió la boca en una casi sonrisa, pero su corazón estaba enfermo. Cariad le estaba mintiendo. Se veía incluso peor que el mes pasado: todos los ojos inyectados en sangre y las rodillas le chocaban incontrolablemente. Pero no podía resentirse con él por querer lo que prometía el campamento.
—Quizás un poco más fácil, sí —dijo y, sabiendo que incluso la peor mentira podría volverse más creíble con una pizca de verdad, agregó: —No extraño las heridas que solía infligirme cuando estaba solo.
La desesperada esperanza en su sonrisa era terrible. Remus supuso que tendría unos cincuenta años, pero sabía que solo había vivido seis meses después de la infección. A diferencia de su propia cicatriz, amplia y estirada desde el crecimiento de su cuerpo de niño a adulto, la marca en su antebrazo tenía las dimensiones exactas de la mandíbula de un hombre lobo. Una marca arrugada que hablaba de una vida recientemente destruida.
—Sí, es bueno que estemos todos juntos —dijo él, con la voz quebrada. —No tenemos que llorarnos a nosotros mismos. Estamos empezando a ... ¿cuál es la palabra que siempre usan?
—No puedo recordar —mintió Remus.
—Comunión. Eso es. Estamos empezando a estar en comunión con la otra mitad de nosotros mismos. Porque nos aceptamos, aceptamos a nuestro propio lobo y así él nos acepta —sonaba como un niño recitando una historia comprometida con la memoria —lo que nos hace más fuertes y hace que todo sea más fácil de soportar.
Lección uno: El dolor era una puerta de entrada, una purificación necesaria. Debía ser abrazado y sufrido con alegría porque los liberaba de la debilidad humana al glorioso estado de lobo. La transformación demostraba su superioridad y un verdadero hombre lobo nunca debería sentir pavor ante su llegada.
Remus todavía estaba tratando de encontrar las palabras adecuadas para describir tales nociones -tonterías peligrosas, cumplimiento de deseos engañosos, mierda de hipogrifo total- pero nada sondeaba las profundidades de su malicia, del poder manipulador que tenían sobre los desesperados. Pero necesitaba tener cuidado. Cada una de sus palabras, cada gramo de su subversión, tenía que ser racionado.
Haciendo una mueca se puso de pie y ayudó a Cariad a hacerlo también-la carne de sus brazos se arrugó con su toque, húmeda de sudor- y comenzó a hacer lo mismo con los demás que luchaban, murmurando palabras de aliento cuando podía. Cualquiera que no pudiera pararse era arrastrado. Los líderes del campamento de Greyback tenían una paciencia limitada para las debilidades, y siempre estaban mirando. Lenta, entrecortadamente, la multitud de hombres lobo se dirigió hacia el túnel. Algunos de ellos todavía estaban cohibidos, tratando de cubrirse con las manos. Los instintos de Remus le gritaban que hiciera lo mismo, pero rápidamente había aprendido a elegir sus batallas allí: si iba a llamar la atención no deseada, tenía que ser por una razón más valiosa que la aprensión. Así que caminó desnudo. Remus Lupin lo habría odiado. Pero ya no era Remus Lupin.
El túnel estaba hecho de hormigón y conducía a hileras de habitaciones estilo búnker. El aire bajo tierra era tan frío como la fresca mañana de octubre arriba, el suelo como hielo a los pies descalzos. El cumpleaños de Tonks había sido hace un par de días atrás y el recuerdo de esa noche juntos en el comedor de Grimmauld Place hace un año, compartiendo unas hebras de zanahoria con sabor a vinagreta de limón y cilantro… le había dolido el corazón.