Lazos Inquebrantables

CAPÍTULO V: El infierno con un nombre más bonito

Tonks, durmió ligeramente, como siempre lo hacía en esos días; sólo una fina membrana que separaba sus pesadillas de su imaginación despierta.  Tan pronto como sintió la cosa en su dormitorio, se puso en pie como un cohete, su pelo de ratón alborotado, golpeando su muñeca en la mesita de noche mientras tomaba su varita.

Una cabra.  Tonks parpadeó.  ¿Por qué hay una cabra?

—Sótano.  Cabeza de Cerdo —dijo con la voz ronca de Aberforth Dumbledore—.  Ahora.  Tenemos una situación.

Segundos más tarde, estaba pasando por encima de los adoquines, sujetándose la túnica con fuerza sobre el pecho para mantener a raya un bamboleo sin sujetador.  El sol aún no había salido y la escarcha le picaba los tobillos desnudos.  Se precipitó por el estrecho callejón que conducía a la entrada trasera de Cabeza de Cerdo y levantó los cuernos de metal rizados de su enorme pestillo.  En el interior, flotaba en el aire el dulce y empalagoso olor de cuarenta años de cerveza marrón, el humo de pipa especiado y un sinnúmero de clientes habituales en escabeche.  Uno de esos habituales roncaba en la barra, sus mejillas onduladas enviaban copos de aserrín volando.  Tonks apuntó una ligera patada a su taburete medio podrido, pero el hombre no se movió.  Ella lo dejó en paz, pero lanzó un encantamiento imperturbable a la puerta del sótano.

En las entrañas del pub, Aberforth estaba arrodillado junto a un hombre tendido sobre una masa de heno.  Una cabra estaba tratando de morder la ropa andrajosa del extraño, una sudadera con capucha negra y un chándal gris, pero Tonks la apartó con una palma suave hasta su barbilla y también se tiró al suelo.  La muñeca del hombre terminó en una masa estriada de cicatrices: el corazón de Tonks comenzó a acelerarse.

—Hombre lobo —murmuró Aberforth. —Nuestro hombre de adentro lo dejó, pero se fue antes de que yo pudiera empezar a hacer preguntas.  Algo anda mal con él.  Tienes el entrenamiento, ¿qué piensas?

Tonks, recorrió el conjunto de encantamientos curativos que le habían enseñado: para shock, hemorragia, conmoción cerebral, hemorragia interna y su varita emitió remolinos de luz blanca.  Pero no hubo mejoría: el hombre todavía estaba demasiado débil para moverse, todavía encogiéndose de dolor. 

—Mierda —susurró Tonks.

El hombre se estremeció, pero no habló.  Miró la varita de Tonks con cautela.

—Está bien —Tonks, lo dejó.  —Estás a salvo aquí.  ¿Me puedes decir tu nombre?

El hombre tragó y emitió algunos sonidos húmedos y susurrantes antes de que Tonks pudiera captarlo.

—Radolf —repitió Tonks. —¿Eres el amigo de Remus?

Radolf, en ese instante fijó sus ojos directamente en el rostro de Tonks y entonces la reconoció, la mujer que había visto en el corazón de Remus.

—¿Puedes decirnos qué te pasó? —preguntó Tonks.

Radolf sonrió levemente.

—Estaba huyendo... ellos... el espía ... Alban, me encontró antes que ellos... Remus me trajo aquí.

Alban.  Ese nombre no significaba nada y de alguna manera todo a la vez.  El anhelo se apoderó de ella, pero se obligó a concentrarse en su inesperado paciente.  En la parpadeante luz naranja, Tonks vio pupilas dilatadas, restos de vómito púrpura oscuro alrededor de la boca y las redes de venas capilares manchadas debajo de la piel deshidratada.  Ella articuló “veneno” a Aberforth y luego lanzó una mirada a la cabra más cercana; su vientre blanco y esponjoso...

—¡Ni siquiera lo pienses! —Aberforth gruñó, siguiendo su mirada.

La cabra se alejó resbalando con los cascos nerviosos, como si supiera lo que estaba pensando.  El propietario se levantó y hurgó en un armario, haciendo que un par de botellas polvorientas se estrellaran contra el suelo antes de sacar una piedra lisa de mármol.

—Esto pertenecía a Clement —dijo con brusquedad, mientras lo dejaba en la mano que esperaba de Tonks. —Más de veinte cuando murió.  Una buena bestia.

—Saludos, Clement.

Tonks, echó la cabeza de Radolf hacia atrás y bajó la piedra, ensanchando su garganta temporalmente para ayudar.  Radolf, se atragantó y sus dientes fallaron por poco en apretar los dedos de Tonks que se retiraban.  Su torso se agitó una vez más, luego se recostó y se acurrucó de costado, con la cara vuelta al suelo.

—¿Cómo te sientes ahora?

Pero Radolf se limitó a murmurar, el heno se le pegaba a la frente, que le brotaba un sudor fresco.  Aberforth, frunció el ceño con severidad.  Algo no estaba bien.

—Me hubiera gus-tado conocerte en o-otras circunstancias —Radolf jadeó de repente.

—¿Qué? —preguntó Tonks con el ceño fruncido.

—Se qui-en eres— hizo una mueca y se agarró la ropa.

—¿Dónde duele? —Tonks, preguntó con urgencia. —Dime.

Pero Radolf se estaba desvaneciendo.  Siempre que Tonks lanzaba alivio del dolor, la agonía solo parecía extenderse a otros lugares.

—Me han... matado... a mí ...

—Nadie te ha matado.  Vas a estar bien, lo prometo —pero Tonks se inclinó hacia Aberforth y agregó en un susurro urgente —el veneno se ha ido, pero no el daño.  He oído que el veneno está ligado a una maldición, pero nunca lo he visto.  Esto está más allá de mí, él necesita un Sanador profesional.




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