Aren sintió el rechazo de su sangre hace dos años. Las miradas inucousas y comentarios ofensivos fueron su pan de cada día hasta que tomó la decisión de marcharse del lugar donde no se sentía bienvenido. Muy en el fondo comprendió el motivo del desprecio de su familia, pero también lo aborreció.
Tomó algo de dinero y no volvió más, hasta ahora.
Esa tarde se encontraba trasladando sus pertenencias a un camión, su retiro de la propiedad se concluía ese día. Volvería al lugar donde creció.
Sus pensamientos se dirigieron a los últimos recuerdos de la estancia, con ciencia cierta sabía que no lo recibirían con los brazos abiertos. El rencor en los corazones de los que una vez llamó familia están marcados como brasas en la piel.
El siseo constante del viento chocando con el llamador de ángeles que Paige le había regalado trajo paz a su interior, ese artilugio lo llevó a los momentos más felices de su vida, su creencia lo acompañó a pensar que los mismo ángeles percibían su angustia, por eso mandaban cánticos a sus oídos.
Sacudió el polvo de sus pantalones que el viejo y sucio camión le había provocado. Al huir de su casa se privó de los lujos que poseía y con el poco ahorro que tenía compró el destartalado Datsun 71 a un granjero que lo tenía en venta. Sus aspiraciones se recondujeron a conseguir un buen lugar para dormir y algún trabajo de tiempo completo para tener su mente ocupada. Se deshizo de cualquier medio de comunicación para que no lo intentaran rastrear e hizo borrón y cuenta nueva con su vida.
Un año después conoció a Paige una morena introvertida con una reluciente sonrisa, su inteligencia y habladurías le llamaron la atención. Sin duda una joya reluciente. Su relación se volvía mas fuerte con el tiempo, pero el recuerdo de su pasado cumplía como una traba que no los dejaba avanzar, los secretos lo estaban volviendo miserable.
Por eso, cuando esa carta llegó a sus manos no dudó ni un segundo para agarrar sus pocas pertenencias y -aún indeciso- arrastrar a su pareja a Moonshine, quien al enterarse del suceso se pegó a él tal garrapata al perro.
─Esa era la última─pronunció con una leve sonrisa recorriendo con la mirada su rostro constatando el estado de su novio, sabiendo lo afligido que se sentía tras la noticia.
─Creo que es mejor que te quedes─la cortó con seriedad.
Sabiendo como terminaron las cosas en su antigua casa no se perdonaría nunca que Paige sufriera en su estancia ahí, ni siquiera sabia si le abrirían las puertas a él.
─Ni hablar─protestó─. No pienso dejarte solo en esto─se acercó hasta estar frente al chico, sostuvo su rostro entre sus manos y con una leve sonrisa lo consoló─. Te amo como no tienes idea.
Él le devolvió la sonrisa, aún sintiéndose inseguro y con los nervios a flor de piel la besó, transmitiendo los sentimientos encontrados desde el día en que la conoció.
Su recorrido por las carreteras de Berfor fue muy tedioso, los nervios de Aren aumentaban con el pasar del tiempo. Cuando el GPS indicó que estaban por entrar a el frondoso estado de Springs, las hermosas imágenes del paisaje le hicieron olvidar el febril sentimiento que lo tenía inquieto. Cada vez estaban más cerca.
Al caer la noche tomaron la decisión de descansar, horas sentados en un vehículo entumeció sus traseros. Recobrarían las energías para luego seguir el camino antes del alba, según sus cuentas llegarían en la tarde. Solo esperaba que nada interfiriera con su cometido.
Estando en el motel frente a las cristalinas aguas de un lago a las costas del terreno y su cabeza reposando en la almohada, una diminuta lágrima recorrió su mejilla, deslizándose por su piel en un agobiante silencio, cargado de dolor.
Desde lo ocurrido en su casa, Aren no tuvo la oportunidad de desahogarse, guardó todos sus sentimientos en un cofre con llave en lo más profundo de su ser. Si no hubiese sido por esa carta que abrió ese cofre, nunca hubiera vuelto al lugar de su desgracia.
Rememoraba lo sucedido constantemente, sabiendo que el tiempo nunca borraría su pasado pero que lo empujaría lejos, o ese era el pensamiento del chico.
Con un arrebato de ira borró esa lágrima de su rostro y se levantó de la cama, caminó hacia una valija descuidada en el suelo, tomó la dichosa carta y se dirigió a la pequeña terraza del lugar.
Con un suspiro ahogado prosiguió a leer la fina letra que describía los sucesos actuales, en el papel corrían gotas de tinta que lo hacía deducir que el escritor había derramado lágrimas en el transcurso. Con un nudo en la garganta subió su mirada al cielo estrellado, susurrando a los dioses poemas de agonía. Apoyó la hoja arrugada sobre su pecho y sollozó.
—Padre—gimió. El recuerdo del gran hombre que lo engendró llegó a su mente, rememorando imágenes de su niñez.
***
Paige no podía evitar sentirse entusiasta por la aventura que estaba viviendo -a pesar que Aren estuviera pasando probablemente el peor momento de su vida- ella disfrutaba de los paisajes y la sensación de explorar otros lugares además de Berfor la extasiaba. Nunca había salido de su lugar natal, por eso la alegría, pero en su interior se reprimía al ver el estado de su acompañante.
El pensamiento de que conocería a la familia de su pareja la aterraba al mismo tiempo en que la entusiasmaba. Aren nunca había hablado de ellos, parecía que era un tema tabú. Eso le trajo muchas inseguridades a la chica creyendo que la confianza no era su fuerte y que la relación no iba a funcionar. Pensamientos que fueron desechos al charlar con su mejor amiga, Diana, ella alegaba que un trauma familiar podría ser el causante y de que le diera tiempo al chico. Aún así, cuando encontró a Aren desconcertado en el suelo de ese departamento y él le confesó el motivo, no pudo evitar sentirse aliviada de que él compartiera sus dolores con ella.
Habian pisado tierra Moonshine hace unas horas y el recorrido cada vez se le hacia mas familiar al chico, y eso lo inquietaba. Las altas montañas eran la principal atracción del Estado. Los pueblerinos caminaban por las calles; humildes y llamativos por su forma de vestir daban un aire relajados con sus pantalones anchos y atavíos sueltos.
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Editado: 04.09.2020