Lealtad

Capítulo 44: Elisabeth

Era la primera vez que cogía el ascensor en la base. El dedo del guardia apuntaba el número de la planta menos dos, bajando desde la quinta planta. El silencio retumbó durante unos minutos mientras analizaba su traje, lo robusto que era y como milagrosamente había entrado en el uniforme. Inspeccioné su arma que colgaba de sus hombros mientras llevaba en un cinturón una porra, esposas y un taser. Antes de seguir con mi análisis el "tín" del ascensor dejaron abrir sus puertas, observando un pasillo con una iluminación pobre, recordándome a unas mazmorras.

Las paredes de hormigón me ponía la piel de gallina mientras lo único que se escuchaba eran las botas rechinar contra el hormigón.

¿Por qué estaba aquí? ¿Qué querían esta vez de mí?

Después de recorrer varios pasillos el guardia se paró en una puerta y al marcar el código, la luz verde nos permitió el acceso. La mirada del guardia me alentaba a entrar al abrir la puerta. Entré con temor preguntándome qué hacía allí y por qué tres hombres estaban sentados teniendo unos controles y unos botones en frente de ellos. Entonces lo que parecía ser un cristal con luz opaco dejó ver algo que me dejó inmóvil, mi sangré se heló, por un momento sentí perder el equilibrio al ver el rostro de mi padre.

—Padre. —Dije al sentir la falta de aire.

—Lo prometido es deuda. —Entonces las manos del superior Eric tocaron mis hombros sorprendiéndome.

Vi su cuerpo tumbado en una cama. Parecía llevar ropa nueva, una camiseta negra con pantalones a juego. La habitación no parecía tener ventanas, las paredes de hormigón daba la sensación de ser algo pequeño y el retrete a la vista con un lavabo y un espejo me dejaba ver que ya no contaba con ningún tipo de intimidad.

—Déjame hablar con él. —Dije volviéndome hacia el superior.

—No creo que sea lo correcto. Prometí que lo verías, no que podías hablar con él y ya has visto que está bien.

No me conformaría con esa respuesta, no me iría de allí sin hablar con él.

—Haré lo que quieras. —Dije en un arrebato dejándome de importar todo lo demás.

La mirada de Eric me caló en cuestión de segundos mirándome de arriba a bajo como un baboso y entonces se aclaró la garganta.

—Tienes cinco minutos.

Sonreí ampliamente dirigiéndome hacia la puerta mientras los tres hombres que monitorizaban le observaban por unos segundos.

—¿Es que debo repetirlo? —Se dirigió hacia ellos con mala gana.

La luz roja que había encima de la puerta dio luz verde, desbloqueando la puerta. Entré y la luz me cegó. Vi a mi padre levantarse de la cama y entonces me quedé bloqueada, las emociones golpearon mi pecho con fuerza sintiendo las lágrimas amenazando con salir. Corrí hacia los brazos de mi padre y después de lo que suponía una eternidad, volvíamos a reencontrarnos.

—¿De verdad eres tú? —Me abrazó con fuerza sintiendo una lágrima caer por mi mejilla. Había echado de menos su tacto.

—Soy yo, papá. —Susurré.

—¡Estás viva! —Asentí quitándome las lágrimas de mis mejillas.

—Tú también lo estás. —Ambos nos sonreímos.

—¿Estás bien, te hicieron algo? —Pregunté analizándole de pies a cabeza.

—Estoy bien, aunque viva día y noche sin saber qué hacen con mi hija. —Confesó agarrándome las manos.

Ambos nos sonreíamos hasta que sentí que su mano se abría para darme lo que parecía ser una nota, intenté fingir una sonrisa mientras observaba el cristal opaco, entonces sus manos me empujaron contra él dándome un abrazo.

—Sal de aquí Elisabeth. Guarda esto con tu vida. —Noté como sus palabras salían entre dientes mientras ocultaba su rostro en mi pelo.

—¿Papá, qué haces...? —Dije mientras sus brazos me abrazaban con fuerza quedándome inmóvil.

—Da igual si te amenazan con matarme, si tienes la posibilidad de huir ¡huye! —Mi cuerpo entró en shock sintiendo como sus brazos me apartaban de él para no levantar sospechas.

—Sabes que no te dejaré aquí. —Vi sus ojos llenos de tristeza.

—Pero debes hacerlo, si no moriremos los dos. —Dijo mirándome con firmeza mientras sus manos agarraban con fuerza las mías. —No permitiré que vivas en este infierno. —Negué con la cabeza.

—Puedo vivir aquí si sé que ambos estaremos bien. Vivos. —Le dije intentando contener las lágrimas.

—El tiempo ha acabado. —Me sobresalté al escuchar a un hombre por los altavoces.

Negué con la cabeza, no me iba a ir de allí.

—Elisabeth tienes que salir. —Escuché la voz del superior Eric.

—¡No me marcharé sin él! —Amenacé antes de sentir los dedos de mi padre agarrarse con fuerza a mi barbilla.

—Haz lo que te diga y no levantes sospechas, vete de aquí. —Me ordenó. —Estaré bien.

Vi un guardia entrar a la habitación y mirar por última vez a mi padre. Las lágrimas invadieron mis ojos y entonces supe que lucharía por ambos, que no le dejaría morir aquí.

Corrí a sus brazos dándole un último abrazo, agarrándome con fuerza a él. No me quería separar, necesitaba más tiempo, decirle que le había echado de menos y también lo duro que había sido estos meses sin él, sintiéndome perdida y sola.

Inhalé su olor antes de que la fuerza de aquel guardia me separase de mi padre, arrancándome de su cuerpo, volviéndome a sentir sola y vacía.

—¡Dejadme un poco más! ¡Necesito más tiempo! ¡Por favor! —Rogué intentando zafarme de los brazos del guardia.

Entonces la luz verde se volvió roja mientras las manos del guardia me soltaban con brusquedad tirándome hacia el superior Eric que me miraba con enfado.

—Déjame más tiempo con él. —Le rogué.

Volví a observar a mi padre que apoyaba una mano en el cristal partiéndome en dos al no poder hacer nada. Sentí la impotencia y la ira yacer mientras me intentaba zafar de las manos del guardia que con brusquedad me dirigía hacia la salida.

—Llevadla a mi despacho. —Ordenó el superior Eric dándose la vuelta.

—¡Déjame más tiempo con él! ¡Dejadme...! —Grité mientras la fuerza que ejercía el guardia sobre mí me obligaba a salir de esa habitación sin poder hacer nada.



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En el texto hay: traicion, amor, juego

Editado: 20.07.2025

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