El guardia me llevó a la fuerza hasta la oficina del superior Eric mientras él caminaba sereno hasta allí, sintiendo las miradas y los murmullos comenzar a expandirse a medida que subíamos hacia la planta donde estaba la oficina. Al entrar, el superior Eric fue el primero en entrar y entonces pasó algo que me puso los pelos de punta.
—Si alguien pregunta por mí, diles que estoy ocupado. —La mirada que intercambió con el guardia que me había escoltado parecía decir mucho más que eso.
Me senté en uno de los dos asientos que habían en frente de su escritorio, atrás de mí estaba la chimenea encendida, apenas las luces estaban encendidas solo había una lámpara que estaba de pie detrás del escritorio alumbrando el espacio, por los gigantes ventanales se alcanzaba ver los inmensos muros y las montañas que se perdían en la oscuridad. Dejé mis manos sobre mis muslos mientras mi mirada seguía al superior que con su mano tocó el respaldo de mi silla, luego siguió el borde de la mesa de madera hasta llegar a su escritorio y sentarse. Entrelazó ambas manos sobre la mesa mientras su mirada se clavaba en mi rostro.
—Superior Eric solo necesito más tiempo con mi padre, le ruego volver allí abajo. —Le volví a rogar al pensar en el poco tiempo que tuve con mi padre.
—He hecho mucho más de lo que podría hacer, así que limítate a agradecérmelo. —Dijo con poca importancia como si su único propósito era obtener algo a cambio.
—¿Cómo podría agradecértelo? Los superiores lo tenéis todo. —Le reclamé en un tono serio.
—Antes de que me lo puedas agradecer necesito hacerte unas preguntas. —Arqueé las cejas sorprendida.
—¿A mí?
—Sí a ti, Elisabeth. —Dijo aclarándose la garganta.
—¿Qué es lo que quiere saber?
—Solo quería saber qué es lo que te mantiene tan... ocupada. —Su mirada fue directa a mi cuello analizándolo. —Aunque podría imaginármelo si quisiera. —Se relamió los labios mientras analizaba mi cuello hacia abajo llegando a mis pechos.
—No sé a lo que se refiere. —Le respondí empezando a sentirme incómoda.
—¿Ah no? —Me preguntó. —Porque yo diría que las marcas que tienes en tu cuello podrían explicarlo todo. —Me llevé la mano al cuello y entonces recordé la noche con Leo. Maldecí por dentro. —Supongo que cuando uno va de misión aprovecha las oportunidades ¿verdad? —Volvió a decir intentando parecer simpático. —Aunque claro... en el contrato indica expresamente que no puede tener ni un tipo de relación contigo.
—Detente. —Dije queriendo que parase.
—Por no hablar que a tu padre no le gustaría saber que su hija se acuesta con uno de los nuestros después de todo lo que estáis pasando. —Tragué saliva, aquellas palabras saliendo de su boca me hizo estremecer. —No estés tan sorprendida, pude adivinarlo solo por como te miraba en aquel combate y también sabía que aquel muchacho iba a conseguir acostarse contigo solo con la prohibición que se le impuso en aquel contrato. —Quería que se callase, necesitaba que se callase.
—Superior Eric. —Dije en un tono serio.
—¿Qué es lo que nos pasará a los hombres para que nos vuelva tan locos las cosas prohibidas? —Siguió sin hacerme caso. —Las deseamos tanto que una vez que se quitan la ropa nos dejan de interesar al instante. —Me provocó manteniendo la sonrisa retadora.
—¡Superior Eric! —Alcé la voz al sentir sus ojos analizarme como si fuese un premio.
—¡Oh vamos Elisabeth! No pretendas hacerte la digna conmigo, ya nos conocemos lo suficiente... ¿no crees? —Vi su lengua pasarse lentamente por su labio causándome repugnancia.
—No quiero seguir hablando de este tema superior Eric, si me disculpa. —Me puse en pie y en ese mismo instante él hizo lo mismo.
—Siéntate. —Me ordenó.
Me quedé de piedra sin saber qué hacer, tenía un nudo en la garganta, tenía demasiado miedo. Ver su cuerpo grande rodear la mesa para acercarse a mí me hacía querer salir corriendo, era abrumador, invasivo.
—Debo ir a cenar. —Intenté excusarme al tenerlo en frente, pero su mano se apoyó en mi hombro.
—Elisabeth no creo que tengas hambre, siéntate. —Su mano me obligó a volver a sentarme en el otro asiento que había mientras él se sentaba en el mío. —¿Sabes? hace media hora tu noviecito estuvo sentado en el mismo lugar que yo. —No sabía que intentaba insinuar con eso.
—Leo y yo no somos nada. —Afirmé. Arqueó las cejas sorprendido.
—¡Oh! Es verdad, Leo nunca ha tenido novias, solo fulanas. —Su mano se quedó apoyada sobre el brazo de la silla, estaba rodeada. —Dime Elisabeth... ¿eres una fulana? —Esa pregunta me decía que no me llevaría a ningún lugar bueno cualquier cosa que le respondiese. Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho, el miedo golpeaba mi garganta y mis ojos amenazaban con dejar caer unas lágrimas. Miré detrás de él viendo los gigantes ventanales y en una esquina había una cámara que estaba oculta, por un momento me tranquilicé hasta que me di cuenta de que no estaba encendida.
—No creo que este sea un tema de conversación entre un superior y una alumna. —Levantó las manos a la defensiva como si el tema no fuera con él. Mi cuerpo se sobresaltó al cabo de unos segundos cuando ambas manos se aferraron a los dos brazos de la silla girándola hacia él con fuerza, situándome en frente de él sin escapatoria. Solo quería irme de allí.
—Bueno, entonces hablemos de lo buena que eres siendo una criminal. —Volvió a dedicarme una sonrisa falsa mientras acercaba un poco más su cuerpo hacia el mío, apoyé la espalda en el respaldo de la silla para intentar mantener las distancias. —No sabes lo impresionados que nos tienes a los superiores con tus habilidades, en fin... después de aquel increíble combate cualquiera diría que llevas años entrenando.
—Aquel combate no fue justo, Claudia no hubiera perdido si alguien no me hubiese tirado aquella cuchilla para apuñalarla. —Me miró sorprendido por mi confesión.
—Seguro que no fue la cuchilla Elisabeth, eres buena en esto. —Una mano fue directa a una de mis manos que estaban encima de mis muslos, al apartarla por instinto su mano quedó encima de mi pierna que apretó el muslo con delicadeza. Quería que alguien atravesara la puerta y que me rescatara de aquello.