Supe que había tomado la decisión correcta al sacar a Elisabeth de allí cuando la tenía sostenida en mis brazos.
Agarrada a mi sudadera la subí hasta nuestra habitación mientras las miradas nos perseguían por los pasillos.
Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, todos mis sentimientos hacia ella habían quedado expuestos de manera inesperada y ahora todos sabrían que estaba enamorado de ella.
Llegamos a la habitación y me senté con ella en la cama.
Aparté un mechón de su rostro para poder verla, seguía preocupado por cómo estaba.
—Elisabeth, mírame. —Dije al dirigir mi dedo hacia su barbilla con suavidad. Su rostro de dolor lleno de lágrimas me hacía replantearme una y otra vez en volver allí y acabar con la vida de aquel cabrón. —Por favor... dime algo o le mataré. —Dije al no soportar escuchar sus sollozos.
—Leo... por favor, no te vayas. —Agaché la cabeza al escucharla, la rabia aumentaba a medida que su voz quebrada se esforzaba en emitir las palabras.
—Te prometo que le mataré, le cortaré las manos para que no pueda volver a ponerte una mano encima. —Mis manos la abrazaron intentando que sea con suavidad a pesar de la rabia que sentía.
—¿Cómo... supiste que estaba allí? —Miré sus ojos miel brillosos perdiéndome por un momento en ellos sintiendo mi corazón pausarse un momento.
—Te prometí que estaría allí en donde me necesites y que nadie te haría daño, no mientras esté vivo. —Acaricié su rostro sintiendo por primera vez un dolor punzante en el pecho. Si debía protegerla solo para no sentir este dolor, lo haría hasta el día de mi muerte.
Entonces aquel dolor punzante se intensificó cuando Elisabeth rompió en llanto en mis brazos, era desgarrador. Por primera vez sentía miedo, no entendía cómo era posible sentir esto por una persona, no sabía cómo arrebatar todo el dolor que ella podría sentir con tal de que esté bien.
—Me has salvado la vida. —Su voz se volvió a quebrar pudiendo apenas escucharla.
Entonces quise que la personalidad pacífica de Juan me poseyera para poder consolarla debidamente pero no fue el caso. La rabia inundó todo mi cuerpo, egoístamente quería que parase porque el sentimiento que provocaba en mí me daba miedo, pero la contraparte quería que llorara en mi hombro hasta que se sintiese aliviada, hasta que estuviese bien.
La agarré poniéndola encima de mi cuerpo para que me mirase de frente, miré su rostro quebrado y cerré los ojos, dejando mi parte más sincera salir a la luz.
Dirigí mis manos a su rostro, borrando cualquier tipo de rastro de lágrimas que cayese y entonces sostuve su cara en mis manos.
—Mientras esté vivo, te prometo... que te salvaré la vida las veces que hagan falta.
Aquellas palabras salieron tan de adentro que hasta me atrevía a decir que salieron... del corazón.
Entonces su cuerpo se abalanzó sobre el mío, sintiendo cómo me abrazaba con fuerza. Las lágrimas que empezaron a caer de sus ojos acababan bajando por mi cuello y mi sudadera.
Decidiendo en ese mismo instante que no la soltaría, no hasta que ella quisiese.
Cuando su cuerpo se separó del mío miré sus labios por unos segundos y de la única forma en la que se me ocurrió demostrarle todo lo que sentía era dirigir mis labios lentamente a los suyos, besándola.
Siendo suave, cálido y... con amor.
—Te quiero Elisabeth. —Mis manos se dirigieron hasta su nuca acariciándola.
—¿Hasta la muerte? —Esbocé inconscientemente una sonrisa.
—Incluso en la muerte.
Sus labios fueron los que esta vez me besaron sintiendo mi piel erizarse, jamás me habían besado con esta suavidad, esta calidez que calaba cada parte de mi cuerpo siendo capaz de convertirme en una nueva persona.
Antes de seguir recibí un mensaje de Juan que decía que nos esperarían para contar el plan a los demás.
—¿Qué ocurre? —Entonces suspiré, no quería que este momento se terminase.
—Juan... ha descubierto cosas de la base y nos espera para contárselo a los demás. —Vi su rostro cambiar, viéndola fruncir el ceño.
—Cuando me llevaron a ver a mi padre y me dejaron verle, él me abrazó con fuerza, dándome... dándome una nota. —Metió la mano en el bolsillo delantero de su vaquero y entonces sacó lo que parecía ser una nota.
Al abrirlo su rostro se mostraba confundido.
—Coordenadas. —Dijo al cabo de unos segundos.
—¿Cómo...?
—Él me dijo que debía salir de aquí por lo que fuese.
Las alarmas se disparataron de inmediato al acordarme de Claudia.
—Esto no lo sabes pero Claudia se ha dado a la fuga. El superior Eric me ha enseñado unas imágenes de ella, del último lugar al que ella había ido era a nuestra habitación. Juan cree que puede hacer parte del bando de Ryan y que podría ayudarnos a salir de aquí. —Ambos nos levantamos.
—¿Crees que puede haberte dejado algo? —La miré por unos segundos.
—No lo creo, lo sé. —Dije comenzando a mirar la habitación. —Será mejor que encontremos lo que nos ha dejado antes de que se nos adelanten.
Ambos asentimos.
Comenzamos a buscar por toda la habitación buscando lo que fuese que Claudia habría dejado.
Una cosa que admiraba de ella era su gran ingenio, sin duda lo que tenía de despiadada lo tenía de inteligente, por eso siempre me había gustado estar merodeado de ella. Analizar la forma en la que funcionaba su cerebro, lo rápido que lograba maquinar las cosas sin un ápice de escrúpulo me sorprendía y de cierto modo, siempre me había gustado.
Ahora estaba en el centro de la habitación con los ojos cerrados mientras Beth buscaba cualquier sitio o pistas que podrían llevarnos hacía lo que había dejado. Podía visualizar a Claudia caminando por la habitación, algo alterada, con las emociones a flor de piel y sobretodo con las ansias de abandonar esto y marcharse.
—¿Dónde lo habrás puesto...? —Dije para mí mismo, intentando visualizarla.