Grandes ojeras adornan mi cara. Añoraba cuando dormía en paz, cuando las sombras no tenían un significado escalofriante. Ahora solo me conformaba con tomar pequeñas siestas durante el día, donde el sol alumbraba cada rincón de la casa, donde no me pudieran atemorizar.
Mamá tampoco se veía muy bien. Ella solía ser una mujer alegre, con su resplandeciente cabello color trigo, ahora tiene un triste color pajizo, su esbelta figura adoptó fragilidad, ya que no se alimenta bien.
Desde hace un tiempo, yo soy la encargada de la casa, me encargo de buscar agua en el arroyo más cercano, también había solventado con las pocas monedas que había dejado papá, solo compraba lo necesario en el mercado.
Me entristecía el silencio de mi madre, sé que es duro para nosotras, pero es más duro tratar de salir adelante sola. Mi tía Mika nos visita en el transcurso de la semana. Intercambiaba algunas palabras con ella, pero no me sentía con el valor de decirle lo de las sombras, ella lo podría malinterpretar y pensar que estoy loca.
Sé que mis tíos piensan lo mismo de mamá. Un día que vinieron a nuestra casa, escuché a la tía lucinda decir que mamá podría sufrir lo que padecía mi abuela, una extraña enfermedad donde la persona imaginaba cosas y se quedaba inmóvil por un lapso de tiempo.
Debo admitir que pensé lo mismo. He conocido a otras viudas sufrir las pérdidas de sus esposos, pero solo pasaban unos días hasta que volvían a la normalidad. No entiendo porque mi madre no lo ha hecho todavía.
Pasé toda la tarde ordenando la casa, últimamente se ha llenado mucho de polvo. Mi madre se encuentra tendida sobre las pieles de su cama, su mirada es infinita, mirando hacia la nada. Algo que me preocupa es que pronto se avecina el invierno. El encargado de cazar y sustentar los alimentos era papá. No tengo ni idea que haremos. No nos queda dinero, y mucho menos quiero molestar a mis tíos.
Al final cuando me desocupo, me encuentro exhausta, la falta de sueño debilita mi cuerpo. Mi última tarea del día seria buscar agua, luego trataría de dormir antes que se haga de noche.
Guardo un pequeño cuchillo dentro de mi bota, y tomo un balde de madera. Me tengo que apresurar si quiero dormir algo. El arroyo no queda muy lejos, pero si a una buena distancia. Mis padres construyeron nuestra pequeña choza cerca de la línea del bosque, quedando nuestra casa retirada del pueblo, era una ventaja, ya que papá conseguía leña y la vendía.
El aire frío se adentra por mi capa. El invierno cada día está más cerca. Algunas ramas crujen al pisarlas, la soledad de este bosque ya es habitual para mí. El agua del arroyo esta helada, junto mis manos para beber un poco. Un movimiento cerca de unos árboles hacen que me ponga alerta, ramitas crujen. Saco el pequeño cuchillo. Papá me aconsejó que siempre este alerta, que estos bosques son engañosos.
El mismo movimiento se vuelve a repetir un poco más lejos de donde estoy. Solté un suspiro cuando observe de qué se trataba, era un pequeño cervatillo herido. El cervatillo cojeaba y poseía una herida en su costado, sangre emanaba de él, no veía a ningún cazador cerca, sin duda era una buena caza. No lo pensé dos veces y comencé a seguirlo, si tenía suerte lo mataría y su carne nos sustentaría a mi madre y a mí por unos días.
El animal caminaba con sus últimas fuerzas, yo sostenía el cuchillo con firmeza. Necesitaba cazarlo de una vez, pronto oscurecería. El cervatillo aceleró el paso, teniendo la suerte de rebasar mi paso gracias a su trote, no lo podía dejar ir, su carne nos hacía falta, apresure mi ritmo, hasta que el comenzó a correr, no me podía quedar atrás, le seguía el ritmo con mi persecución.
Mi pierna se enganchó en una rama, rodé y caí.
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La oscuridad total reinara si la luna llena no estuviera presente. Me encontraba dentro de una trampa para animales, esto era malo. Mi frente esta viscosa, supuse que el golpe que me di en la caída fue tan fuerte para dejarme inconsciente. Tenía que salir de aquí, mamá se encontraba sola en casa. No me moleste en gritar, nadie me escucharía. Traté de escalar, pero terrones de tierra se desmoronaban con cada impulso que daba para salir, mis uñas se encontraban destrozadas por el esfuerzo, pero seguía intentándolo, debía salir.
Uno, dos, tres, cuatro.
No sé cuántos intentos hice antes de conseguirlo, mis codos se habían lastimado y mis manos presentaban múltiples rasguños. Mi corazón estaba acelerado por el esfuerzo. Suspire antes de ponerme en pie y encaminarme hacia mi casa. Estaba segura que debía de ser tarde, podía escuchar un búho. Me asustaba estar sola a mitad de la noche en pleno bosque. Mi frente me dolía. Un sonido crepitante se escuchaba más cerca con cada paso que daba. Un familiar olor hizo que me detuviera en seco, era el olor del humo, de una fogata.
Caminé silenciosamente, recordando todos los consejos de papá. Se silenciosa, como si fueras aire.
Me escondí detrás de unos arbustos, desde ese ángulo pude ver todo con mayor claridad. El cervatillo que intentaba perseguir se encontraba muerto, pero no estaba solo, había tres personas.