Leandra

Buscando al Capitán

El Vengador se alzaba imponente en el puerto. Sentía un poco de temor de acercarse al barco, pero al final se decidió. Sin embargo, cuando preguntó por el Capitán a un hombre que bajaba por la rampa éste le contestó que la mayoría de la tripulación, incluido el Capitán, estaban en tierra. Toda la tarde anduvo por las aproximaciones del puerto preguntándoles a los marineros y pescadores sobre el lugar donde podría encontrar al Capitán Owen y nadie sabía contestarle. Decían que nadie sabía exactamente donde se encontraba y, además, nadie sabía cómo era, pues cada uno lo describió de una forma diferente.

La noche se hizo presente. Estaba a punto de darse por vencida, pues ya era muy tarde y estaba sola. Un sujeto, que no había visto nunca en este muelle, se acercó a ella con una jarra de cerveza. Tenía muy mala cara, tenía una fea cicatriz en la mejilla derecha y cojeaba levemente del pie derecho.

—Así que buscas al Capitán Owen, preciosa.

—Sí, así es. ¿Usted sabe dónde puedo encontrarlo? —le preguntó sintiendo un poco de miedo por su presencia, pero sin demostrárselo.

—Bueno, depende de lo que tú me des a cambio… —balbuceó lamiéndose los labios.

—No puedo darle lo que usted quiere.

—Preciosa, yo sólo quiero que te tomes una cerveza conmigo.

—Lo haré después que vea al Capitán.

—Muy bien, sígueme —y se dirigió a una taberna que estaba a dos casas de donde estaban. Leandra lo siguió tocando con disimulo el pecho asegurándose que su pequeña, pero efectiva daga, estuviera allí.

Entramos a aquel antro. La música de la orquesta no podía tocar más alto y en medio de un escenario una mujer con una túnica transparente y corta bailaba divirtiendo a los presentes. Otros hombres jugaban dados, mientras bebían y desparramaban cerveza, echaban maldiciones y reían a carcajadas. El sujeto se acomodó en una de las sillas que estaba en la barra de la taberna y le indicó que se sentara a su lado. Leandra no lo hizo, ya que su instinto le decía que este hombre tramaba algo.

—¿Dónde está el Capitán? —le preguntó frunciendo el ceño.

—Relájate, preciosa. Tómate una cerveza conmigo —y le hizo una señal al cantinero, quien sirvió dos vasos de burbujeante licor de cebada.

—No estoy de humor para perder el tiempo contigo, idiota.

Y dio la vuelta para salir lo antes posible de aquel escalofriante lugar; pero una mano pegajosa la sujetó bruscamente del brazo derecho y la haló hasta abrazarla por detrás y colocando su cara junto a la de ella le dijo al oído:

—Ninguna mujer me desprecia, preciosa, y tú no serás la primera.

—Es mejor que me sueltes, imbécil —dijo sacando su daga de sus atributos femeninos con su mano libre.

—O ¿qué? —dijo riendo y luego lamió su mejilla con su sucia lengua.

En ese momento, sin ninguna compasión, lo cortó en el brazo que tenía alrededor de su cuello. Aquel hombre echó un alarido de dolor y la soltó; entonces, se llenó de ira y levantó su mano encerrada en un puño para pegarle con todas sus fuerzas, pero en el momento alguien lo amenazó con una espada de doble filo en el cuello.

—¿Así tratas a las mujeres? Es mejor que te vayas de aquí, porque si vuelvo a verte no dudaré en atravesarte con mi espada. ¿Me comprendes?

—Sí—. Y rápidamente se alejó de allí hasta desaparecer por la salida.

Aquel osado hombre era alto, con músculos hercúleos, entre veinte y veinticinco años, pues la energía de la juventud manaba de todo su cuerpo con gran turbulencia; tenía la piel bronceada, y su cabello rubio brillaba a la luz de las antorchas y lo tenía atado en una cola. Sus ojos azules parecían que llevaban un profundo mar adentro. Su pecho se asomaba entre sus ropas y mostraba un cuerpo atlético y ladino.

Aquel joven y apuesto hombre miró detenidamente a Leandra como si viera en ella un rasgo familiar. El tiempo pareció detenerse, estaban uno frente al otro. Leandra sintió que le saltaba el corazón con la mirada exhaustiva que le daba aquel extraño. Pero el muchacho hizo un gesto como si se dijera a sí mismo que a quien creyó reconocer no era.

—Te agradezco que me libraras de ese idiota.

—¿Qué buscas aquí? Tú no pareces una de esas prostitutas; pero andando de noche por estos lugares pueden confundirte —le dijo sin darle ninguna importancia a su agradecimiento.

—Estoy buscando al Capitán Owen. Ese tipo me trajo hasta aquí, pero sólo quería aprovecharse de mí.

—¿Para qué lo quieres? —dijo con un repentino interés.

—Son asuntos personales.

—¡Ja! —se burló y se inclinó ligeramente para acercarse a su oído y susurrarle—: Te aseguro que sin mí nunca encontrarás al Capitán, nadie sabe cómo es y el que lo sepa no te lo dirá. Así que tú decides si confiar en mí o no.

Leandra pensaba que no podía confiar en él, no lo conocía, y después de lo que le hizo el otro tipo, no podía fiarse de cualquiera, aunque la haya salvado; pero algo le decía que era confiable, además, no tenía nada que perder si le contaba el por qué de su búsqueda.

—Está bien.

Él le dedicó una sonrisa sarcástica, y con un ademán le indicó que lo siguiera, y salieron de la taberna, lejos del bullicio de la gente.




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