Leandra

Poseidón y Hécate

Después del impacto, aquella ola siguió sumergiendo a Lea. En poco tiempo sus pulmones se quedaron sin oxígeno y se encontraba muy lejos de la superficie. Se estaba desesperando cuando vio en la penumbra del mar la figura de alguien acercarse. Aquel ser se detuvo frente a ella.

Leandra estaba sorprendida al ver que era un tritón: un hijo de Poseidón, dios todopoderoso de los mares, con el cuerpo de un hombre hasta la cintura y el resto el de un pez. El tritón tenía una larga cabellera rubia como el sol, que se movía en el agua como las algas. Aquel ser tenía ojos azules y grandes, su piel era muy blanca, musculoso, llevaba el pecho descubierto y batía su cola con majestuosidad y elegancia.

Sin aviso, el tritón colocó sus manos sobre las moradas mejillas de Leandra y la besó en los labios. Pero éste no era un simple beso. Mientras la besaba Lea percibió que sus pulmones se llenaron de aire y la asfixia desapareció. Sin embargo, empezó a preocuparse cuando sintió que detrás de sus orejas algo pasaba y sentía sus piernas de una forma extraña. El tritón se separó de ella y sonrió.

—¿Ahora te sientes mejor? —escuchó una voz en su cabeza. Aquel hombre pez le hablaba telepáticamente.

Leandra no daba crédito a lo que veían sus ojos: ya no poseía piernas, habían desaparecido para convertirse en la verde azulada cola de un pez y al tocar detrás de sus orejas tenía branquias que la ayudaban a respirar bajo el agua. Además, su ropa había desaparecido y su pecho lo cubrían un par de conchas blancas.

—No te preocupes, Leandra, permanecerás así mientras estés aquí —le habló nuevamente el tritón.

—No comprendo lo que está pasando. ¿Qué es lo que quieres de mí? —pensó dirigiéndose a él.

—Yo no quiero nada de ti, pero tú quieres algo que mi padre Poseidón posee.

—¿Acaso él tiene uno de los anillos? —exclamó Lea con gran entusiasmo y alegría.

—Así es, y te está esperando ansioso. Ven conmigo. —Y le tendió la mano.

—Pero ¿y mis amigos? Ellos deben estar pensando que me ahogué.

—No te preocupes por ellos, todo estará bien —le dijo mirándola fijamente a los ojos. Ella tomó su mano y se marchó con él.

Mientras nadaban Lea pudo observar las maravillas de las profundidades del mar. Era un mundo tan diferente y hermoso. Había peces de todas clases y colores, que brillaban en la oscuridad. Las estrellas de mar abundaban de todos los tamaños y los caballos de mar galopaban a nuestro alrededor. Vieron medusas, calamares y pulpos; además, grandes cantidades de las apreciadas ostras perleras. Era un mundo marino impresionante, donde habitaban toda clase de seres. Sólo había visto a este tritón, pero en las profundidades del mar vivían seres maravillosos y fabulosos como Nereo y las Nereidas y las temidas sirenas.

Juntos recorrieron una considerable distancia, pero las extremidades marinas hacia más rápido y fácil el camino. En poco tiempo llegaron a un hermoso palacio de cristal digno del rey todopoderoso de los mares. Entraron por una inmensa puerta que los esperaba abierta de par en par.

Dentro de aquel castillo había por doquier grandes tesoros como oro, diamantes, perlas, esmeraldas, que servían para decorar ventanas, puertas y algunas estatuas de peces, sirenas, tritones. Pasaron por un salón inmenso donde había una estatua de marfil de unos cinco metros de un tritón, que llevaba en la cabeza una corona y sujetaba en su mano derecha un tridente, símbolo de poder y autoridad. Era el dios Poseidón. Esto era señal de que se acercaban a donde se encontraba éste.

Detrás de la estatua se divisaba una puerta altísima hecha de oro, con arillos que tenían perlas incrustadas. Antes de que llegaran a ella se abrió, saliendo de allí una poderosa luz blanca. Cruzaron el umbral y vieron sentado en un trono a un tritón que con el tridente en la mano irradiaba su poderío.

—¡Leandra! Que bueno que ya estás aquí, te estaba esperando ansioso —dijo abriendo los brazos en señal de acogida.

Poseidón era un dios que tenía un humor variable y extremo. Cuando estaba feliz era muy generoso y el mar se mantenía calmado, pero cuando se enojaba su ira provocaba poderosas tormentas, ocasionado múltiples naufragios. Al parecer este era uno de los días en que su trato era amable.

—Mi señor —dijo Lea inclinando la cabeza con respeto—, para mí es un placer conocerlo.

—Lamento, querida Leandra, que sea en estas circunstancias, porque no seré nada bueno contigo —contestó con cierta malicia—. Así que vamos de una vez a lo que has venido. Yo poseo la sortija que controla el elemento agua, pero no te la puedo dar sin que antes superes una prueba.

—Estoy preparada para cualquier cosa —replicó la joven con firmeza, a lo que el dios rio a carcajadas y ella no supo si se estaba burlando vilmente.

—Niña, realmente no creo que puedas superar esto, muchos han fallado.

—Yo le demostraré que puedo. Por salvar a mi hermano soy capaz de cualquier cosa.

—Eso veremos. ¿Has escuchado hablar de Hécate?

—¿Hécate? —repitió con cierto temor de aquel nombre—. Sí, es una sirena muy poderosa y espantosa, que atrae a los hombres con sus cánticos y luego los asesina y los vela antes de devorarlos.

—Muy bien, sabes quién es. Tu trabajo es traerme el látigo con el que envuelve a sus víctimas.




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