Leandra

Lysander

«Todo empezó en la clase de lucha de la Academia. Un nuevo maestro había llegado. Nos dijeron que era un marinero que estaba de paso y como hacían falta maestros de defensa, aprovecharon la oportunidad, pues decían que era uno de los mejores de toda Grecia. Desde el principio me llamó mucho la atención aquel hombre, me pareció muy misterioso y demasiado joven para la fama que lo precedía. Sin embargo, se mostraba con mucha experiencia y seguro de sí mismo. No tardé en comprobar quién era.

El maestro quería saber qué tanto sabíamos y llamó al círculo de combate a uno de mis compañeros y a mí, y nos pidió que luchásemos. La pelea fue muy sencilla para mí. Mis métodos eran muy agresivos y pronto logré derribar a mi contrincante. Por algo, me llamaban el salvaje Owen.

—Parece que eres muy bueno, muchacho. ¿Cuál es tu nombre? —me preguntó.

—Owen —contesté secamente.

—El hijo del Capitán Owen… —dijo como si ya le hubiesen advertido sobre mí—. Tienes habilidad, pero no tienes el método correcto y peleas enojado.

—Siempre me funciona, nunca he perdido una pelea —le contesté con altanería.

—¿De veras? —dijo mirándome a los ojos, luego miró a mis compañeros y continuó—: Alumnos, en este curso aprenderán métodos de defensa que les servirán en toda ocasión. Verán que los métodos salvajes no funcionan sin estrategia y tú, mi querido Owen, me ayudarás a dar la primera lección del día de hoy.

—Olvídalo, no voy a ser tu títere.

—¿Acaso me tienes miedo? Si no me equivoco tú acabas de decir que nunca has perdido una pelea ¿Por qué esta tiene que ser la primera?

—¡Vamos Owen, no seas cobarde! —gritaron algunos compañeros.

—Te vas a arrepentir —lo amenacé aceptando su reto.

Rodeamos un par de veces. El maestro me había puesto en ridículo y me enojaba cada vez más, pero le demostraría que estaba en un error y que yo era el mejor. Me abalancé contra él con el puño cerrado y, sin verlo venir, detuvo mi puñetazo con su mano derecha y con el pie izquierdo me hizo zancadillas y caí al suelo. Mis compañeros rieron y gritaron asombrados. Aun no podían creer que el maestro me derribara tan fácilmente. Me levanté lleno de ira y me lancé contra él, pero nueva vez me lanzó al suelo con unos pocos movimientos de sus manos y pies.

—¿Quieres que continuemos? Podemos seguir haciendo esto todo el día —dijo tendiéndome la mano. La cual desprecié y, poniéndome de pie, salí inmediatamente del salón, mientras escuchaba las burlas de mis compañeros—. La primera lección es que nunca peleen enojados. —Fue lo último que escuché.

Ese hombre me había herido el orgullo y estaba dispuesto a vengarme de él fuera como fuera. Así que esa misma noche me escapé de la Academia para seguirlo hasta el lugar donde se hospedaba y ver de qué manera lo haría pagar. Ubiqué bien el lugar. Me quedé en la oscuridad a esperar el momento preciso. Una hora más tarde lo vi salir con dos hombres muy corpulentos. Entré a escondidas a la posada y a un jovencito que había por ahí le ofrecí un denario y le pregunté en qué habitación estaban esos tipos. El muchacho no dudó en decirme.

Con mucha cautela, me introduje en la habitación por una ventana sin que me vieran y la registré completamente. Terminé mi búsqueda al hallar una hermosa espada de doble filo como nunca la había visto. La volví a envainar y me la llevé dejando una nota sobre la cama: Si quieres de vuelta tu espada, te espero solo en las ruinas de la Academia al amanecer. Así lo hice, al salir el sol ya me encontraba en el lugar indicado esperándolo. No tardó en llegar y al verlo esbocé una sonrisa, ya que sólo venia armado con un escudo dorado, con los mismos detalles del mango de la espada, sólo que éste tenía un águila en el centro, el símbolo de Zeus.

—¿Qué intentas probar con esto, chiquillo?

—Que soy mejor que tú.

—Si fueras una persona madura te darías cuenta que no debes desafiar a todo el que te gana una pelea sin conocerlo.

—No necesito saber nada más de ti, sé que eres un mercenario o un ladrón de templos, de lo contrario no poseerías una espada y un escudo como ese, no me explico cómo Zeus no te ha castigado.

—Digamos que no ha sido necesario.

—Ya basta de hablar y empecemos a pelear.

—En verdad te gusta perder, Owen.

—Eso lo veremos. ¿Crees que con un simple escudo me vencerás?

—No sabes a quien te enfrentas.

—Ni tú tampoco. —Y me dispuse a atacarlo. Esta vez lo vencería.

Él evitó que lo golpeara con la espada interponiendo su escudo. Al hacerlo, enormes chispas de fuego salieron, un hecho imposible de explicar. Sin embargo, teniendo la espada entre mis manos sentía que fluía de ella un gran poder. Sin lugar a dudas, esta arma pertenecía a un dios.

Nos separamos. Cada vez que lo atacaba sentía esa fuerza sobrenatural. A pesar del arma que utilizaba para defenderse, Lysander sabía muy bien cómo manejarla. Sus movimientos eran increíbles, tantos golpes y ningún rasguños.

—¿Por qué no te rindes? Esta pelea no tiene sentido —me gritó

—Para mí sí. —Y lo ataqué nuevamente con más furor, pero él lo esquivó como siempre.

—Es que no entiendes que no puedes ganarme.




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