Leandra

Creta

La claridad del nuevo día la hizo despertar. Se sentía descansada y con una sensación de satisfacción y alegría que no podía explicar. Mientras permanecía en el mundo de Morfeo, soñó que se encontraba con su hermano, que lo abrazaba y que eran muy felices. Se levantó de su lecho y con una gran sonrisa contempló el anillo de piedra azul que llevaba en el dedo índice de su mano derecha. Entonces, pensó en el joven Capitán e hizo memoria de todo lo que le contó y sintió cierta ternura hacia él, comprendiendo su comportamiento grotesco y rudo.

Se preparó y cuando estaba por abrir la puerta de su camarote alguien tocó la puerta. Ella abrió.

—¡Philip! Buenos días —dijo Lea al verlo.

—Buenos días, Leandra. Anoche me quedé muy preocupado por ti. Perdóname por lo que te dije, sé que hice mal y removí malos recuerdos, no pude contener mis sentimientos.

—Descuida, Philip. Yo te comprendo, así que no te preocupes por mí. Estoy bien.

—¡Creta a la vista! —se escuchó el potente grito de un marinero.

En pocos minutos atracamos en el puerto de la Isla y de inmediato los tripulantes se pusieron a revisar y reparar los daños del barco.

—Cleto, Milcíades, ustedes encárguense de comprar las provisiones. Leandra, tú vendrás conmigo.

—¿Yo? —pregunté sorprendida.

—¿Por qué razón Leandra tiene que ir con contigo? —preguntó Philip evidentemente enojado.

—¡Philip, por favor! —le suplicó la muchacha—. Tranquilízate, estaré bien.

—¿Segura?

—Sí.

—¡Vámonos, muchachos! —exclamó el Capitán bajando la rampa. Leandra lo siguió.

—¿Por qué quieres que te acompañe? ¿A dónde vamos? —lo abordó al alcanzarlo.

—Vamos a visitar a la familia de Zoe —fue su respuesta.

—¿En serio? Me alegra que te hayas decidido, pero ¿por qué quieres que yo te acompañe?

—No lo sé, tal vez no quiero ir solo. —Y le sonrió tiernamente.

Aquella respuesta le pareció extraña y sorprendente a Leandra, pues ese hombre duro, en ese momento, era vulnerable y necesitaba de alguien; pero ¿por qué escogerla a ella? ¿Por qué no a Cleto o algunos de sus hombres de confianza? Eran preguntas que pasaban por la mente de Lea, pero que no se atrevió a preguntar, simplemente se limitó a caminar en silencio junto a él.

El puerto estaba lleno de vendedores de todo tipo: de pescados, de víveres, de flores, de artesanías, de animales, etc. Había mucho ruido y una alta concentración de gente. Cleto y Milcíades se quedaron en el mercado y Lea y el Capitán siguieron caminando hasta que salieron del mercado y el bullicio de la gente se apagó poco a poco.

—En el tiempo que viví aquí solía recorrer este camino todos los días con Panos y lo ayudaba a vender. Él me decía que era de la clase de hijo que deseaba que su esposa tuviera al dar a luz. Me pregunto si Cira le habrá dado ese varón que tanto quería.

—Cuando lleguemos lo sabremos —le contestó ella.

El clima era fresco y los árboles de olivos batían sus hojas con suavidad a causa de la brisa sutil. En los patios de las casas se veían niños correr, mujeres llevando agua en cántaros, hombres cargando leña o pastoreando ovejas, y uno que otro se les quedaba viendo, quien sabe si porque eran extraños o les llamaba la atención la inusual vestimenta de Lea. Las casas cada vez más se fueron distanciando una de la otra, quedando en medio de ellas aromáticos árboles de olivos y ciprés. No se escuchaba la gente, sino el dulce trinar de las aves y el correr de las aguas de algún arroyo cercano.

Owen estaba tenso, nervioso, no sabía qué le esperaba cuando se encontrara con aquella familia. Se preguntaba cuál sería su reacción, si lo aceptarían, si lo odiarían, si lo habían olvidado o si por el contrario, lo tenían presente. Él era un hombre fuerte, valiente, pero esta vez se sentía inseguro, vulnerable; sin embargo, la presencia de la muchacha lo hacía sentir mejor y con fuerzas para continuar.

El Capitán pensaba en esto cuando vieron a un jovencito de unos ocho años corriendo a toda prisa perseguido por dos tipos armados con espadas. El muchacho tropezó cayendo al suelo, y se vio con los hombres encima, quienes le propinaron algunos golpes mientras estaba tirado. La reacción de Owen y Leandra no se dio a esperar y, sin más, corrieron a intervenir.

—¿Qué es lo que sucede? —les preguntó Owen con la autoridad que lo caracterizaba.

—¡Váyanse de aquí! ¡No se metan en lo que no les importa! —gritó uno de los tipos dirigiéndose a ellos.

—Pues te equivocas, me importa —le contestó el Capitán desenvainando su espada y amenazándolo con ella.

—No sabes en lo que te estás metiendo —dijo el otro hombre sacando su espada—. Te enseñaré a no meterte con nosotros. —Y sin aviso enfrentó a Owen con su arma, mientras que el otro tuvo tiempo de desenvainar y viendo a la joven desvalida caminó hacia ella.

—Los dioses te han bendecido con ese lindo cuerpo, preciosa —dijo lascivamente.

Leandra sacó la espada que el Capitán le había obsequiado y se preparó para enfrentarlo.

—Será mejor que no te acerques, si valoras tu vida —dijo muy segura, amenazando con el arma magistralmente.




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