Leandra

En la fragua de Hefestos

El viento estaba a su favor y El Vengador iba a toda velocidad, tanto así, que en pocas ocasiones fueron necesarios los remeros. Friné se la pasaba vagando por el barco, charlando con su padre o recordando los viejos tiempos con el Capitán. Friné tenía toda la atención de los hombres que navegaban en la embarcación, con excepción de Philip que se mantenía fiel a Leandra.

Philip era un joven muy especial, amaba a Leandra con todo su corazón desde que eran niños. La familia del joven desaprobaba la amistad que tenían por la terrible fama de Lea, pero eso nunca le impidió ser su amigo y su confidente. La acompañó en los momentos más duros, la cuidó y defendió cuando otros la repudiaban. Él le entregó su alma para siempre. La amaba sin condiciones, a sabiendas de que nunca podría tenerla como esposa por la maldición que tenía; pero estaba seguro que daría la vida tan sólo por probar sus labios. Philip estaba muy feliz porque con cada anillo que encontraban, más se acercaba el día en que Leandra estaría libre del maleficio y podría casarse con ella.

Leandra lo quería mucho. No tenía cómo pagarle todo lo que había hecho por ella. Fue el único, además de su madre, que no la abandonó. Ella pensaba que, después que terminara esta pesadilla, no pensaría dos veces que el hombre ideal para ella casarse era él. Por eso hace varios años le prometió que cuando cumpliera con su castigo de navegar en El Relámpago, regresaría a casarse con él.

Los días transcurrieron tranquilos, salvo por pequeñas tormentas que superaron con facilidad, hasta que por fin alcanzaron a ver la isla de Lemnos. El Capitán decidió que el barco no arribara a la isla, si no que llegasen a ella en un bote. Roboam quedó al mando del navío, mientras que a bordo de la pequeña embarcación estaban Leandra, Philip, Friné, Cleto y el Capitán. Con la agilidad y energía de Philip y Owen no tardaron en llegar a remo a la playa.

La isla era pequeña, pero recorrerla completa tomaba por lo menos día y medio. Donde se encontraban era un área boscosa, cuyo límite era el inicio de la blanca arena de la playa. A lo lejos, se divisaba la imponente cima de un volcán, que dejaba escapar una humareda terrible. Esto indicaba que estaba activo y listo para una erupción o, tal vez, era la cálida bienvenida del dios del fuego y la metalurgia.

—Debemos dirigirnos hacia el volcán, es ahí donde se encuentra la entrada a la fragua de Hefestos —señaló Friné adelantando el paso hacia la copiosa vegetación.

—¿Cómo lo sabes? —La siguió el Capitán.

—Intuición.

Todos siguieron a la joven. Caminaron por varias horas kilómetros y kilómetros de pinos, robles y arbustos, hasta que llegaron a un río que les bloqueaba el paso. Se detuvieron y observaron alrededor. El río llevaba una fuerte corriente y era bastante ancho, y daba a entender que era profundo.

—Y ¿ahora qué? —preguntó Cleto impaciente—. Será muy difícil atravesar este río desconocido y parece hacerse más ancho.

—Es cierto, pero no podemos perder tiempo buscando la parte más estrecha —agregó el Capitán—. Tendremos que arriesgarnos a cruzar a nado. Tengo una idea: me ataré una cuerda a la cintura y el otro extremo a un árbol, nadaré hasta la otra orilla y haré lo mismo. Ustedes cruzaran sujetando la cuerda.

—Buena idea —apoyó Leandra.

—Tranquilos, mis queridos amigos —dijo Friné con cierta calma y picardía—. Yo nunca dije que para entrar a la fragua había que subir al volcán. Este río es la entrada.

—¿Qué? —dijeron a coro Philip y Lea.

—Y ¿cómo puede ser eso? —continuó ella.

—Sencillo, en el fondo del río hay un pequeño cráter. Entraremos por ahí.

—Es muy arriesgado —observó Owen—. No sabemos qué tan profundo es. Además, el cráter debe estar expulsando agua hirviendo. ¿Cómo se supone que entraremos por ahí?

—No tengo idea, pero hay que arriesgarse —contestó Friné.

—Tienes razón. No es necesario que todos nos aventuremos a este suicidio. Necesariamente estas mujeres tienen que ir. Cleto y Philip quédense aquí —ordenó.

—¡De ninguna manera! —replicó Philip.

—Philip, por favor, no es necesario que hagas esto —le suplicó Leandra viéndolo a los ojos.

—Está bien, sólo porque tú me lo pides, pero no estoy conforme. Cuídate mucho ¿Sí? —Y besó su mejilla.

—Lo haré.

Entonces, Friné procedió a quitarse un poco de ropa, pues era muy pesada y se quedó con una túnica muy corta y transparente. Owen y Philip no pudieron evitar mirarla, pero Cleto giró el rostro avergonzado. Acto seguido, el Capitán y las dos jóvenes se lanzaron al río. La corriente era muy fuerte. Hacían un gran esfuerzo para que no los arrastrara. Friné nadaba con mucha agilidad y los guió hacia el fondo del río. Allí pudieron ver un cráter de aproximadamente un metro de anchura. De éste salían muchas burbujas, pues expulsaba agua a gran velocidad y temieron que fuera agua hirviendo, por el contacto con el fuego del volcán.

La bella Friné siguió nadando sin detenerse hacia el cráter. A pesar de saber el peligro al que se arriesgaban, Leandra y Owen continuaron detrás de ella hasta que al tocar el agua del cráter desapareció sin explicación. Cuando lo vieron ya era muy tarde para ellos, pues sintieron cómo una fuerza los succionaba.




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